Informe de un día: arte, experiencia y observación en la novela “El nervio óptico”, de María Gainza
Por Inés Busquets | Ilustración: Alfred De Dreux, “Caza de Ciervo”
Te decís que la imaginación sigue siendo tu aliada
y que con lo que tenés acá tu mente se entretiene de lo lindo.
Te tomás un colectivo, bajás, entrás al museo y
caminás directamente hacia el cuadro que te llama.
María Gainza, El nervio óptico
Solemos contar la experiencia desde la acción, en general, las anécdotas están cargadas de situaciones y hechos reales. Sin embargo pocas veces nos detenemos en todo aquello que pasa por nuestra cabeza cuando observamos. Las historias que se entretejen, las conexiones, las evocaciones con momentos y personas. Algo de eso ocurre con El nervio óptico, editado por Anagrama, rescata la preponderancia de la mirada en la vida de una persona. Tal vez con los cuadros suceda lo mismo que con los libros: llegan a uno como si nos eligieran a nosotros y no viceversa.
Mientras voy recorriendo las primeras páginas, inevitablemente, pienso en los cuadros de mi infancia y el tiempo que le dedicaba a mirarlos, quizá buscando una respuesta o utilizándolos de refugio. El póster que viene a mi mente es uno muy grande de la casa de Chopin en Zelazowa Wola, se lo habían traído a mi mamá de Polonia, lo enmarcó y lo puso en la entrada. Ingresar a esa casa todos los días había hecho que yo también me apropiara, aun hoy la veo y creo conocer esos jardines e ingresar por la puerta de entrada, hasta escuchar su música.
¿Cuántas cosas ocurren dentro de uno a través de la mirada? ¿Cuántas vivencias ha captado nuestro sistema neuronal como si lo hubiésemos experimentado en realidad? ¿Cuál es el vínculo que nos une con el artista cuando nos detenemos en una obra de arte? ¿Y si la vemos todos los días, esa permanencia hace que también formemos parte de la obra? ¿Cuánto del arte que nos rodea influye en nuestras decisiones e impacta en nuestra formación?
Me acuerdo cuando conocí a Juanito Laguna y tuve el instinto de buscarlo por las calles porteñas, de conocer a Ramona, de cuidarlo; claro, la mirada infantil también le otorgaba un valor agregado, quizá eso que perdemos con el tiempo.
María Gainza recorre con pericia cada uno de esos momentos personales y los conjuga con la biografía de los artistas, con las condiciones de producción de los cuadros. El nervio óptico es un camino rizomático donde todo lo que acontece pareciera estar íntimamente relacionado con la obra y el artista, que en general suele funcionar como disparador. Sucesos inquietantes, momentos desgarradores, delirios, encuentros que transcurren con un hilo conductor sorprendente. Logra sostener las vicisitudes de la protagonista sin desviarse con el cruce de las otras historias. En algunos pasajes recordé Las palmeras salvajes de Faulkner y la armonía que mantiene en el entrelazamiento con ambas narraciones.
La narradora es una mujer de familia pudiente que cuenta su vida en diferentes situaciones, su rebeldía a la aristocracia en la que creció, el vínculo con sus padres, sobre todo las diferencias y las expectativas de la madre con respecto a ella, el miedo a los aviones, el encuentro con el hermano mayor, la maternidad, la pareja, la amistad, el cuerpo, la enfermedad.
María Gainza pinta cuando cuenta, desde el inicio hasta la última página las imágenes aparecen con el detalle de una artista que muestra a la vez que describe. Una mirada entrenada que transmite con gracia sus obsesiones, pero sobre todo su entorno.
Una novela, un ensayo de arte permanente, relatos que también podrían funcionar por separado, una crónica familiar a veces inquietante, otras emotiva. Una fiesta de citas literarias, de huellas de autores, de visitas a museos.
Una voz femenina con todos los matices que implica: los estados de ánimo, la inseguridad, las dudas, la maternidad, la reflexión constante sobre la vida, el miedo, la muerte.
El otro día la recomendé y me preguntaron si se podía abordar sin saber historia del arte. Claro que sí, contesté y la pregunta me dejó pensando. Creo que El nervio óptico justamente obtiene lo contrario: naturaliza la historia del arte que nos rodea, nos hace parte de un vínculo que de alguna u otra manera todos y todas tuvimos alguna vez y tomamos distancia como si se tratara de un privilegio de avezados. María Gainza nos invita a esa mirada profunda, a detenernos en todo lo que compone una vida: el mundo interior y el exterior, los detalles, las formas, los colores.
Dreux, Cándido López, Toulouse-Lautrec, Rousseau, El Greco, Victorica, Schiavoni, entre otros son los pintores que dialogan con la narradora durante las 158 páginas de la novela.
La observación como punto de partida, el talento para plasmarla en el papel y el descubrimiento del “oro en los pliegues más olvidados de la experiencia,” como menciona Alan Pauls en la contratapa.