El feminismo, un movimiento que interpeló a la televisión
Por Manuela Bares Peralta
Cerca del 8 de marzo aparecen las recomendaciones de series y películas con impronta feminista en diarios y revistas. Sarah Connor y Ellen Ripley siempre tienen un lugar central reservado en las listas de heroínas, aunque tuvieron que adoptar rasgos masculinos para hacerse de ese título en los 80. Ally Mc Beal lideró el prime time a fines de los 90, una abogada exitosa y reconocida en el ámbito profesional protagonizada por Calista Flockhart, pero con el mandato narrativo de enamorarse y formar una pareja. El trayecto que recorrió la televisión y las plataformas hasta incorporar en su programación producciones como The Good Wife, Gambito de Dama o Big Little Lies fue largo, arduo y estuvo plagado de intentos. Pero, a diferencia de otras propuestas publicadas en los últimos días, nosotros queremos salirnos de la norma y no recomendar películas históricas que recrean las hazañas de las sufragistas, sino reflexionar sobre el proceso que inauguró la televisión y el feminismo, edificando una dialéctica en común capaz de salirse de los ámbitos académicos para conquistar audiencias.
Del feminismo irrumpiendo en el estudio de Intrusos en 2018 a ser el tema central de muchas de las series que lideran los rankings de Netflix. La televisión tomó nota de la coyuntura y construyó su propio proceso, donde los estereotipos de género empezaron a resquebrajarse y la crítica al orden patriarcal a masificarse. Por momentos pareciera que los culebrones protagonizados por Soledad Silveyra y Osvaldo Laport, donde los excesos de escenas románticas le empataban a los clímax de violencia que proponía la trama, fueron reemplazados por producciones como 100 días para enamorarse, igualmente efectivas en términos comerciales, pero con otra retórica. Si hay algo que quedó claro es que el feminismo logró trazar una estrategia discursiva capaz de generar impacto en nuestros consumos culturales. Al incorporar al ritmo televisivo tradicional y a las referencias populares los debates presentes, no renunció a su propia agenda sino todo lo contrario, la amplificó.
Si bien, el impacto que produjo la violencia de género en la agenda pública repercutió directamente en los contenidos audiovisuales, la forma en que las historias se narran y transmiten, la urgencia por televisarlas y hacerlas visibles para el público, el feminismo consiguió transversalizarse en sitcoms y telenovelas, tocar el hueso en producciones como Unbelievable y hacernos reír con Fleabag. Construyó agenda propia pero también asumió los riesgos de edificar su propio relato de la realidad que habitaba, de modernizar lo que ya existía, de apropiarse de los gags y efectos televisivos tradicionales para imprimirles su impronta y reversionarlos.
Aún estamos lejos de conquistar las pantallas, aunque cada vez hay más personajes femeninos que protagonizan la programación de los canales de cable y aire. Los estereotipos de género continúan prevaleciendo en las series de ciencia ficción y en los policiales, pero se revirtieron considerablemente en dramas y comedias. La televisión comenzó a desprenderse de los discursos moralizadores y a revertir la carga que pesaba sobre las mujeres que protagonizaban sus tramas, pero aun así los lugares comunes y los chistes fáciles tiene un espacio reservado en las programaciones de los canales.
A fin de cuentas, el feminismo impuso un mandato: traspasar la pantalla, hacerlo deseable, que sea accesible pero también urgente; que nos divierta e interpele, que organicé los debates de sobremesa pero que nos incomode; que inunde los espacios que habitamos, que llegué a los ámbitos domésticos, que genere empatía pero que nos represente. Sobre ese mandato edificó una propuesta televisiva, capaz de nutrirse de las demandas, de televisarse a sí misma y de amplificarse. Ajustándose a la época y guionándose su propio lugar en la historia.