Entrevista a Liliana Porter: “Fue un placer y un privilegio trabajar para Dalí”
Por Carolina Loj | Foto: Ana Tiscornia
Liliana Porter es una figura clave del arte contemporáneo. Nacida en Buenos Aires en 1941, la artista se estableció en Nueva York en 1964, donde vive y trabaja hasta el día de hoy. Su obra forma parte de numerosas colecciones públicas y privadas de todo el mundo, ubicándola como una de las artistas más influyentes de la actualidad.
AGENCIA PACO URONDO: Manejás una gran cantidad de técnicas: grabado, fotografía, instalaciones, videos, teatro, murales. ¿En qué disciplina te sentís más cómoda? ¿Cómo es el proceso constructivo de tu obra?
Liliana Porter: Cada idea tiene una solución formal más apta para lo que uno se propone, por lo tanto no hay realmente una disciplina en la que me sienta más cómoda. Lo que hago es llegar a usar el medio que más se adecúe al concepto que en ese momento estoy planteando. Mis obras parten por lo general de una idea. La elección de la técnica es posterior a la formulación de la misma. En otras palabras, pongo la técnica al servicio de la idea.
APU: ¿Por qué te fuiste a Nueva York en 1964 y te quedaste definitivamente ahí, cuando te ibas de viaje a Europa? ¿Qué fue lo que te cautivó de esa ciudad?
L.P.: En 1964 viajé a la ciudad de México desde Buenos Aires para visitar a mi hermano que estaba estudiando allá. Yo había vivido en México con mis padres y hermano de 1958 a 1961. Allí estudié entre otras cosas, grabado en la Universidad Iberoamericana con el artista colombiano Guillermo Silva Santamaría y algunas clases de diseño con Matías Goeritz. Fue en México donde presenté mi primera exposición individual cuando tenía 17 años. Al regresar en el 64, Santamaría me instó a que viajara a Europa para visitar los museos y ver las obras originales que ya había estudiado por proyecciones de diapositivas. Así fue que preparé ese viaje, pero antes de ir a Europa, acepté la invitación de Juan Carlos Stekelman, quien había sido compañero mío en Bellas Artes en Buenos Aires y ahora residía con sus hermanas en Nueva York, para que fuera a su casa, conociera la ciudad y visitara también la famosa Feria Mundial.
Mi plan era quedarme una semana en Nueva York y luego viajar desde allí a París. Al llegar fue tal fue el impacto que me causó la ciudad y sus múltiples ofertas culturales, que decidí alargar esa estadía para poder así visitar los museos neoyorquinos donde había tanto para ver y para aprender. Recién tres años más tarde viajé por primera vez a Europa. En 1964 Nueva York se había convertido en el punto de referencia cultural, ocupando el lugar que hasta ese entonces había tenido Paris. Era el año en que llegaron allí los Beatles, en que artistas de todas partes del mundo querían estar presentes para ver de cerca el fenómeno del Pop Art, del arte Minimal. Era un momento de enorme efervescencia para vivir todo lo que pasaba en esa increíble ciudad.
APU: Con respecto a esto, ¿hay algo de la diáspora y de la identidad en tu obra?
L.P.: El hecho de vivir en otro país, con otros códigos, otro idioma y otra cultura hizo que tomara plena conciencia de mis propios rasgos culturales y de mi propia identidad. Entendí más lo que hacía y lo que me interesaba. Me hice preguntas que hasta ese momento jamás me había planteado.
APU: Sabemos que te definís como una artista posconceptual que necesita la subjetividad del espectador para completar el sentido de la obra. Sin embargo, la mirada del observador no siempre es la misma y, por lo tanto, debe haber muchísimas interpretaciones sobre tu obra.
L.P.: La mirada del espectador completa y también podríamos decir recrea la obra. En ese sentido me parece natural que existan muchas interpretaciones. Yo misma no creo en una única interpretación. Soy consciente de ese fenómeno multiplicador de sentido. Todas las miradas son válidas incluso si parecen o si son contradictorias.
APU: ¿Y qué pasa cuando escuchás o leés a un curador, periodista, o espectador, opinar sobre tu trabajo, cuyas interpretaciones distan mucho de la tuya?
L.P.: Es que como yo de entrada descreo de una interpretación única, no tengo esa explicación final ni siquiera para mí misma. Mi obra en todo caso pretende hacer preguntas, aprender a hacer preguntas en el mejor de los casos, cada vez más claramente, por lo tanto, no existe ese conflicto.
APU: ¿Cuál es la relación que hay en tu obra con Borges? También sé que te gusta mucho Magritte y que sus obras funcionan como citas en muchas de tus producciones.
L.P.: La única relación con Borges, es que a mí me atraen muchos temas que en él son reiterativos como el tema del tiempo, el lenguaje o el humor. De Magritte especialmente me interesan las obras donde explora la distancia entre las palabras y las cosas. Por ejemplo, esas obras donde le cambia el nombre a los objetos, a un zapato lo llama luna, a un sombrero nube, etc. Esta operación desnuda el objeto y multiplica su potencial, en la medida que lo muestra fuera del marco de una única definición.
APU: ¿Por qué aparece con tanta recurrencia el reloj en tu obra?
L.P.: El tema del tiempo es siempre atractivo pues es un enigma indescifrable. En mi obra, a veces trato de hacer simultáneos tiempos o situaciones disímiles cuestionando así su linealidad. Los relojes, a veces aparecen en mis instalaciones. Es una referencia bastante obvia, pero igualmente muy rica desde el punto de vista de las posibilidades formales.
APU: Sé que trabajaste para Dalí, ¿podrías contar cómo fue esa experiencia?
L.P.: Conocí a Dalí en 1964, él acostumbraba a venir a Nueva York durante seis meses cada año y en ese período residía en el Hotel San Regis en Manhattan. Allí tenía residencia y taller. Luis Camnitzer, que en ese tiempo era mi novio, se estaba ocupando de elegir unas portadas para la revista Horizon. Sus editores habían decidido hacer una tapa original utilizando esa técnica que hace que la imagen se percibiera como tridimensional y pensó que sería ideal que la diseñara Dalí. Camnitzer era la persona designada para ocuparse de ese proyecto. Así fue que ayudó en la producción de esa idea; por ejemplo, debía conseguir elementos que Dalí requería para crear esa imagen, me acuerdo que necesitaron un pianito de juguete al que había que pintarle ladrillos en su superficie.
Con Luis nos casamos pocos meses después y Dalí nos regaló el cartón pintado que iba a ser incluido en esa foto para la revista. Más adelante, cuando ya teníamos nuestro taller en el Greenwich Village, un editor le encargó al pintor una serie de aguafuertes, y Dalí nos eligió para resolver todo el aspecto técnico. Llevábamos las planchas de cobre ya barnizadas al hotel para que Dalí las dibujara; de vuelta a nuestro taller, las sumergíamos en ácido nítrico, luego hacíamos las pruebas de los grabados, y finalmente imprimíamos las ediciones. Eran unos grabados de una serie que se llamó “Retratos españoles”. Para nosotros fue una gran aventura: no olvidemos que yo tenía 23 años y Luis 27. Fue un placer y un privilegio hacer ese trabajo y Dalí nos caía sumamente bien, era muy divertido y en los meses de su estadía en el hotel vivía con Gala, su esposa, y el Capitán Moore, que era su representante. Tenían un cachorro de leopardo también…no sé si solamente estaba cuando venía algún periodista…