La circulación cultural y la interpelación de las juventudes, por Christian Dodaro y Gabriel Medina
Por Christian Dodaro y Gabriel Medina
Por decisión de los autores, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
- ¿Conocés a algunos de ellos?... Digo... a uno, tres o cuatro muchachos que hayan votado a la derecha?
- Y… no los tengo en mi circuito...
(Entrevista de Víctor Hugo a Ofelia Fernández en La hora de Víctor Hugo, C5N, 14/10/2021).
En días en los que los que no se cansan de celebrar la recepción y la autonomía de las audiencias volvieron a comprender el valor de la información clara para el ejercicio ciudadano y a redescubrir que los medios espectacularizan lo que narran; pareciera que Luca la vio antes que todos.
Y sí, no en vano Marcelo Figueras decía que el pelado era el Perseguidor de Cortázar. "Dale dale con el look...para vos lo peor es la libertad…"
Y los viejos palermitanos, sin olvidarse de posar, dicen que deben ser los medios, que deben ser las audiencias. Y ese es el problema. Bien pensantes centrados en el deber ser. Mucho ni patrón, ni dios, ni amo. ¿Pero mientras qué morfamos?, parecen haberles contestado los y las pibas en CABA.
Para empezar a tirar del ovillo es imprescindible desandar la comodidad ideológica. Dejar de culpar a los medios o responsabilizar a las y los pibes por expresar algo distinto a lo que de ellos esperábamos. Entendiendo que la cultura es un proceso constante, constituído y a la vez constituyente y que la circulación del sentido se da en medios y redes que conforman un todo, es allí donde indagaremos en busca de pistas. Es en esa circulación cultural que el sentido se produce en el encuentro con las experiencias. Allí donde el sujeto social siempre desborda al sujeto implicado por la representación. Por lo que debemos sortear la tentación de reducir el tema a culpar a los medios desde una idea de “ciudadanía” definida desde la mirada situada donde una palta es un fruto sagrado y no te la regala el vecino.
Así vuelven a descubrir que los pibes y pibas no sólo construyen sus miradas del mundo exclusivamente en función de su posición en la estructura social. Siendo permeables de ser interpelados e interpeladas a través de prácticas institucionales (casi ausentes), de consumo, vivencias cotidianas, etc. Los discursos y mensajes políticos, como señala Edward Thompson, se entraman con la experiencia. Las condiciones materiales de existencia enmarcan los modos de generar conciencia, o visiones de mundo, pero no los determinan.
Y llegados aquí nos preguntamos, sin echarle la culpa a los medios, ni responsabilizar a pibes y pibas. cómo pasamos de pensar que rebeldes y libertarios eran Pil Trafa y su banda, tocando canciones que le hacían frente a la dictadura a celebrar Milei, un cincuentón regordete, arquero frustrado, misógino, bastante transa y soldadito de Techint (que es una empresa subsidiada por el Estado y cómplice del proceso).
Se ha escrito mucho desde el deber ser pero poco nos dice del lugar en que se condensó ese guiso espeso que dio sentido al 17% y en el que mucho influyó el “voto joven”.
Esto nos causa el mismo estupor que nos causó la quema de libros en Francia. Nos genera algunas preguntas similares. ¿Por qué los jóvenes de sectores populares rechazan al Estado y las instituciones?
El porteñocentrismo: Futurock y los jóvenes viejos que escuchan Spinetta
De Giddens a Reguillo, pasando por muchos otrxs, las Ciencias Sociales han señalado cómo los jóvenes tienden a replantearse las formas tradicionales de la cultura, más que buscar un lugar entre las formas, símbolos y modos de circulación cultural legitimadas por las generaciones que los preceden.
Así, entre apropiaciones de dispositivos y nuevas categorías culturales y políticas que tienen a los jóvenes como protagonistas privilegiados emergen inéditas claves de comprensión. Por ejemplo, en el abordaje que medios y “Getones y Getonas” hacen sobre la circulación discursiva en redes y su profusa producción y reproducción de mensajes, se expresa el estado de desconocimiento de la nueva ecología de medios.
Allí la industria cultural parece llegar antes que las propuestas del mundo adulto. El Presto e IBAI muestran que el funcionamiento de redes y medios, velocidad de circulación y mensajes que al adultocentrismo les resulta discontinuo, fragmentado y sin memoria representan la emergencia de un paradigma otro respecto del consumo de medios que ya no requiere la legitimación del star sistem consagrado (y consagrante) del tradicional sistema de medios. Un “desorden” cultural que ya indicaba Barbero respecto a la televisión.
Pero pareciera que MTv y otras experiencias han dotado a algunos “referentes culturales” surgidos como expresiones juveniles hace unos años, de los repertorios para construir sus discursos. Muchos de ellxs ligados a agendas liberales de izquierda como el derecho al aborto, la celebración de la diversidad, la promoción de nuevas estéticas y hábitos de consumo.
A veces, estos “jóvenes”, que escuchan a Spinetta, y ni siquiera a Dante, no se dan cuenta que cumplieron los 30 y que antes estaban en la onda pero ya no, tal como señalaría Homero (un personaje televisivo que muchos jóvenes, jóvenes de verdad, no de 30 años, no conocen).
El problema es que habiendo generado, hace ya cinco años o más, un revulsivo modo de narrar(se) y habiendo impuesto un modelo de valores de culto al respeto de los derechos liberales individuales y a la consagración de la distinción a través del consumo cultural cultivado en virtud de su posición socioeconómica de origen, se creyeron eternos en ese espacio de centralidad legitimado por la academia, la industria cultural global y hasta las instituciones públicas. Y no se asumieron en su rol de privilegiados y privilegiadas capaces de proscribir y prescribir culturalmente sobre lo bueno y lo bello, con la pretensión de extender y legitimar su discurso en el mundo adulto que los reconoce a ellos y ellas (treintañeros privilegiados) como “jóvenes”. O incluso a la aceptación de sus dogmas, como sinónimo “permanecer jóvenes” por acatar acríticamente el clima epocal.
Pero la juventud en un contexto de crisis económica y exclusión, en su sentido material y por ende también simbólico, al menos en lo que refiere a las novedosas tendencias en materia de códigos “políticamente correctos”, construye su sensibilidad en arrabales que les resultan oscuros e inaccesibles a quienes desde sus espacios de privilegio ofician como vigías de la buena moral. Arrabales que prescinden de la venia bien pensante que demarca la inclusión o la exclusión de lo admisible en el discurso público y vigilan que se observen sus convenciones tachando de opresivo o retardatario todo cuanto no asume su retórica, jerga y formas ritualizadas de nombrar el mundo.
Etnocentrismo de clase, traficado como vía regia a la emancipación. Clivajes imaginarios, otredades negadas en nombre de intenciones inapelables como la defensa de una fantasmática diversidad: la de quienes se nos parecen.
Lo demás es sospechado de enemigo, o , en el mejor de los casos, “buen salvaje” al que corrigiendo su lenguaje, modos de concebir su construcción identitaria o incluso normando aquello que debiera despertarle risa, se estaría contribuyendo a civilizar.
Así, al reducir los conflictos sociales a un variopinto y exótico archipiélago de agendas identitarias, el problema político es el mismo. Sin construir vínculo y capilaridad con los sectores populares que no se auto perciben “contraculturales”, la pretensión de vanguardia esclarecida y su cruzada civilizatoria devienen patrulla perdida.
Las leyes progresistas y pensadas para ampliar e incluir se vuelven extrañas y excluyentes a los ojos de las y los pibes, como las bibliotecas de los arrabales franceses e igual que allí el Estado es visto como opresor y vigilante.
La ilusión, la fantasía y la imaginación de Avengers: libertarios y de como si Bruce Wayne pagara los impuestos, Batman no sería necesario
Stuar Hall sostiene que la cultura es un campo de batalla. Esto nos pone sobre aviso contra los enfoques esencialistas que valorando la “tradición” por ella misma, asumiéndola de manera ahistórica y cristalizada. Fetichizando su factura de origen como si allí se cifrara algún significado o valor fijo e invariable. Cuenta tanto para formas señaladas como “genuina” cultura popular, como para quienes se asumen parte de expresiones progresistas, entendiendo al progreso como una constelación de valores a conquistar.
El intento de crear una estética, o una ética, autovalidada e invariante es casi con seguridad, un naufragio garantizado. “¿Qué podría ser más ecléctico y fortuito que esa colección de símbolos muertos y chucherías, extraídos del baúl de los disfraces del pasado, con que muchos jóvenes de ahora han optado por adornarse? Estos símbolos y chucherías son profundamente ambiguos. Con ellos podrían evocar mil causas culturales perdidas”, dice Hall. Y agrega: “De vez en cuando, entre las demás chucherías, hallamos ese signo que, más que cualquier otro, debería quedar fijo -solidificado- en su significado y connotación cultural para siempre: la esvástica. Y, pese a ello, ahí cuelga, parcial -pero no totalmente- separada de su profunda referencia cultural en la historia del siglo XX”, mientras observa la apropiación de la esvástica por las juventudes punks de finales de los 70s, en una provocación que concitó el escándalo del establishment cultural de su tiempo.
Él señalaba además que estas significaciones y apropiaciones de símbolos no son completos ni unívocos. Lo hacía al mismo tiempo que señalaba un discurso que hoy está siendo repetido como novedad por un gordito rubicundo, enfundado en camperas de cuero y jugándose de superhéroe. En ese entonces Thatcher decía: “Tenemos que limitar el poder de los sindicatos porque eso es lo que quiere el pueblo”.
Tal vez marcados por la desinstitucionalización, el consumo y la informalidad, de modo similar a lo que señala Merklen respecto a la quema de libros, los jóvenes siguen subrayándonos los modos en que la sociedad se renueva o refuncionaliza sus símbolos frente a lo político, lo social y lo popular. Y sean las formas expresivas libertarias un modo de asumir imaginerías propias de narrar y narrarse de los comics yankies de los 50, que con eje en Wachtmens y Batman hoy son hegemónicos en la narrativa cinematográfica contemporánea y el terreno dilecto para escenificar las tribulaciones que la sociedad anglosajona pretende importarnos.
No casualmente ejercen algún tipo de interpelación epocal sobre nuestros modos de pensar el drama actual. Lo cual no está mal, al fin y al cabo tanto el arquero frustrado y Batman tienen en común ser vigilantes que dicen ir en contra de la corrupción pero son parte del sistema de la corruptela. Si Bruce Wayne pagara los impuestos Batman no sería necesario. Pero el corrupto es el Estado.
Borges supo decir que la literatura policial era imposible en Argentina, y aquí por policial subsumimos al superhéroe pulp que como el Zorro primero o Batman o Tony Stark, hoy día, encarnan al millonario filántropo que se dedica a combatir y castigar la transgresión de la ley por parte de los marginales.
El polígrafo ciego sostenía que la natural desconfianza del argentino frente al Estado que se atestigua en el Martín Fierro, el poema fundacional de nuestra literatura, hacían inviable aquel tipo de ficción por estas tierras.
Para su desgracia el peronismo legó un Estado que no combatió a la ciudadanía, sino que se transformó en el garante de sus derechos y conquistas. ¿Pero qué pasa cuando el discurso Estado-céntrico, propio de las tradiciones de izquierda se enajena de la comunidad que le da sentido, y el mantra de las políticas de inclusión se convierte en las mentiras que nos contamos, mientras generación tras generación los jóvenes no logran emanciparse de la asistencia estatal para integrarse plenamente a un sistema productivo que les devuelva su dignidad plena de trabajadores en lugar de asistidos o beneficiarios crónicos de la política pública?
¿Qué pasa cuando seguimos sosteniendo con necedad que hay que celebrar el acceso de los jóvenes a las computadoras mediante programas de gobierno bajo la paradojal narrativa meritocrática invertida, conforme la cual es gracias a la política pública que un joven sale de la pobreza triunfando como ídolo de música urbana? En lugar de interrogarnos cómo es posible que una década después de aquello ese siga siendo el único modo de acceso a la ciudadanía digital para miles de jóvenes, repetimos los mantras sobre la inclusión que alguna vez representaron una conquista, pero hoy resuenan inasumiblemente retardatarios.
Deben ser los medios deben ser… y... no.
De no ser el propio campo popular el que tome la voz frente a este escenario serán los que, esgrimiendo una retórica que revulsiva en sus formas, aunque profundamente conservadora en lo conceptual, sepan canalizar ese descontento entre los propios barrios más castigados y, paradójicamente, asistidos. Tal como lo han demostrado los resultados electorales en CABA. Realidad para la que las sentencias tranquilizadoras del estilo “fachos pobres existieron siempre” o el estigma de vírgenes o incluso incels, no estarían contribuyendo a esclarecer. Sino que más bien tenderían a consolidar en esa otredad etaria, pero también de clase, negada en sus positividades y desterrada de la tierra prometida por las políticas del reconocimiento que no estarían pudiendo llenar heladeras ni expectativas de futuro, la emergencia de quien sí está sabiendo seducir astutamente a estas juventudes para capturar isntitucionalmente su representación.
Alguien que no tiene empacho en cosplayarse, y cuyo espacio cuenta con el apoyo de streamers e influencers del fandom de fantasía. Subculturas globales, identidades y comunidades que hace mucho dejaron de ser privativas de los sectores medios para expandirse en Jornadas y Eventos por todo el conurbano, donde el culto a las series, el coleccionismo de figuras y un verdadero carnaval de disfraces y coreografías de K-Pop circulan sin que el estado venga a decirles que Dragon Ball es malo y no debería permitirse ver.
Como señalara E P Thompson la identidad es también una experiencia: pero una experiencia de lucha y de conflicto. Una experiencia mediada por relatos, sueños y fantasías que pueden ser promesas de redención, sobre todo cuando nada de lo que puede construir comunidad y colectividad se entrama con la vida cotidiana desde las acciones del estado y los policías de lo políticamente correcto refuerzan desde el discurso de diversidad la exclusión clasista.
¿Y entonces, después qué?
Manzi, en el prólogo al poemario Por las calles del olvido, de Gagliardi ,decía que sobre nuestro destino latinoamericano: “No podíamos intentar nada nuestro. Todo estaba bien hecho. Todo estaba insuperablemente terminado. ¿Para qué nuestra música? ¿Para qué nuestros dioses? ¿Para qué nuestras telas? ¿Para qué nuestra ciencia? ¿Para qué nuestro vino?
Todo lo que cruzaba el mar era mejor y, cuando no teníamos salvación, apareció lo popular para salvarnos. Instinto de pueblo. Creación de pueblo. Tenacidad de pueblo.
Lo popular no comparó lo malo con lo bueno. Hacía lo malo y mientras lo hacía creaba el gusto necesario para no rechazar su propia factura, y, ciegamente, inconscientemente, estoicamente, prestó su aceptación a lo que surgía de sí mismo y su repudio heroico a lo que venía desde lejos.
Mientras tanto, lo antipopular, es decir lo culto, es decir lo perfecto, rechazando todo lo propio y aceptando lo ajeno, trabaja esa esperanza de ser que es el destino triunfador de América”.
Lo que esta lectura pone en juego es la relación de amalgama que la circulación cultural establece entre prácticas y discursos y los modos en que se traman las experiencias y de ellas surgen formas de grupalidad y conciencia.
De lo que se trata es de transitar y tramitar las experiencias de interacción social que producen pertenencias abiertas a ampliar y enriquecer nuestros modos de estar en el mundo; o bien incurren en “nichos” del mercado ideológico de identidades que nos trafican las estrategias de atomización y neotribalismo. Haciendo imprescindible y urgente esta labor para la construcción, que en devendrá en “asunción” si la dejáramos en vacancia, de “representación” política.
Es necesario construir comunidad, espacios de encuentro, de organización, de acceso a la cultura y al trabajo. Y a un entrevero entre ambas cosas que genere derechos como realidad efectiva y no como mera enunciación. Fenómeno que sólo puede conquistarse hackeando este campo minado de las identidades y las ideologías que se presuponen bajo cada identidad y que resultan una celada para mantener a cada quien “en su circuito” y sin la posibilidad de poder poner en diálogo nuestras legítimas angustias, inquietudes y sueños comunes. Volver a tramar un espacio y un horizonte donde colectivamente habitar y proyectarnos. Seguramente la política volverá a sorprendernos para imponernos tomar partido. Sabemos que representar y transformar, implica confrontar, no somos ingenuos. Pero que ese momento no nos sorprenda habiendo tomado por enemigo a aquellos que objetivamente configuran el campo propio y terminan enfrente por que a quienes hacen de la diferance su modo de distinción, se les ocurrió que lo que no asuma las jergas, fraseologías, ritos y hábitos de consumo de quienes se erigen como bienhechores inapelables y vigías de la buena moral, deba declararse cancelado.
Nos queda la nada simple tarea de entender cómo recuperar nuestra producción situada de cultura, en momentos en que lo progresista y lo libertario se promueven y retroalimentan de forma especular. Es una tarea difícil, es una tarea a generar desde la práctica cotidiana en el territorio en la que el Estado sea guía, o (por qué no), acompañante de las organizaciones libres del pueblo y ya no mera asistencia. Compromiso del que el peronismo no puede correrse, en un mundo en el que el mercado sólo promueve la legitimidad en la novedad de la mercancía bajo el fetiche del juvelinismo, asumir la responsabilidad que nos da la edad adulta es revolucionario.