La guerra en Ucrania: un conflicto mundial, por Gabriel Merino
Por Gabriel Merino
El 21 de febrero de 2022 la Federación Rusa hizo un movimiento clave en el tablero ucraniano: reconoció a las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk, luego de avances de las fuerzas armadas y grupos no convencionales ucranianos en esas regiones, con importante apoyo occidental (estadounidense y británico), especialmente desde el año pasado.
Una vez reconocidas estas entidades de la región este llamada Donbás, el siguiente movimiento de Moscú fue asegurar la defensa directa de las zonas pro-rusas en el territorio y avanzar sobre Ucrania desde el Este, el Norte y el Sur, una vez que con bombarderos selectivos a los sistemas antiaéreos y bases aéreas ucranianas desarticuló los sistemas de defensa de dicho país.
El conflicto entre Rusia y Ucrania no se trata de una nueva guerra. De desarrolla desde 2014 pero ahora pasó a un nuevo nivel y formato. No está en los planes de Moscú una invasión masiva con ocupación del territorio y bombardeo generalizado que golpee masivamente a la población civil a lo Irak. Sería un pantano para las fuerzas rusas, aunque nadie puede arrogarse un control total del conflicto.
Moscú busca fundamentalmente la desmilitarización de Ucrania —a partir de destruir su aparato de defensa fortalecido por los anglosajones en este último tiempo—, y desarticular a los grupos ultra-nacionalistas anti-rusos que combaten y persiguen a la población culturalmente rusa y los grupos armados pro-rusos que apoyaba indirectamente Moscú. A ello se refiere Putin con “desnazificar”, ya que muchos de estos grupos apoyados por las fracciones de poder ucranianas pro-occidentales se identifican con el nazismo y reivindican la ocupación alemana de Ucrania en la segunda Guerra Mundial.
Con ello Rusia busca lograr la neutralidad estratégica de Ucrania, que Kiev retire de la constitución su deseo de ingresar a la OTAN que amenaza la seguridad de Moscú, reforzar líneas rojas que fueron desoídas desde su perspectiva y consolidar las zonas pro-rusas en el territorio. Busca sentar a la mesa de negociaciones desde una posición de fuerza a las fuerzas ucranianas pro-occidentales y a la OTAN para que acepten estas demandas mínimas. Ello es parte de una estrategia más amplia de Moscú: recuperar la influencia en el espacio post-soviético.
Es necesario destacar este hecho: la guerra en Ucrania no estalló ahora. Existe desde 2013-2014, cuando frente al golpe pro-occidental apoyado por EEUU y la Unión Europea, las fuerzas del Este se levantan contra Kiev con el apoyo indirecto de Moscú. Si el enfrentamiento comienza entonces, el conflicto se inicia cuando en 2008 se proclama el ingreso de Ucrania a la OTAN, que va de la mano con su incorporación a la Unión Europea.
Luego del golpe y las protestas en 2013 contra el presidente Víktor Yanukóvich y la instalación de un gobierno pro-occidental, las fuerzas pro-rusas del este proclaman en el Donbás, corazón siderúrgico minero de importancia fundamental, la República Popular de Lugansk y la República Popular de Donetsk. Moscú no las reconoció formalmente y prefirió avanzar en las negociaciones que dieron lugar a los acuerdos de Minsk (capital de Bielorrusia), celebrados entre Rusia, Ucrania, Francia y Alemania. Dichos acuerdos establecían un alto el fuego, la retirada de las armas pesadas del frente de combate, la liberación de los prisioneros de guerra y el compromiso de no perseguir a la población rusa en Ucrania, y la reforma constitucional en Ucrania que reconocería mayor autonomía de las provincias del Donbás pero no su independencia, entre otras cuestiones.
Estos acuerdos nunca se respetaron, tanto porque las fuerzas ultranacionalistas ucranianas estaban disconformes —también lo estaban sectores de las fuerzas pro-rusas que no lograron la independencia— como porque Washington y Londres no tenía ninguna intención de que ello sucediera, a diferencia de París y Berlín. La guerra civil con epicentro en el Donbás continuó, como parte de una guerra híbrida global, y dejó como saldo unos 14.000 muertos en 8 años.
En 2014 y a través de un referéndum, Rusia sí recuperó/anexó la península de Crimea, donde se encuentra la estratégica base naval rusa de Sebastopol que le otorga una posición dominante en el Mar Negro, dentro del área pivote de Eurasia. El resultado era obvio, más del 90% de la población de la península es rusa.
Con el triunfo de las fuerzas nacionalistas-americanistas representadas por Donald Trump en Estados Unidos el conflicto quedó en segundo plano. El objetivo central pasó a ser China e incluso un acercamiento (aunque sea tibio) a Rusia estuvo dentro de las nuevas evaluaciones geoestratégicas, en un intento por imitar el acercamiento a China de los años setenta que fue clave para aislar a la Unión Soviética y derrotarla en la Guerra Fría.
Cuando ganó Joe Biden expresamos en diferentes medios que se iba a recrudecer el conflicto en Ucrania. Los denominados “globalistas”, que asumieron posiciones clave del gobierno desde 2021, pondrían de nuevo el foco contra Rusia (28/01/2021 min. 33). Los nombramientos de Antony Blinken y Victoria Nuland en el Departamento de Estado lo confirmaron. Nuland en 2013-2014 fue un personaje fundamental como Secretaria para Asuntos Europeos en el golpe pro-occidental y las protestas denominadas “Euromaidán” que derribaron al gobierno de Víctor Yanukóvich perteneciente al Partido de las Regiones (filo-ruso), lo que dio inicio a la guerra civil. Hasta se la vio participando en las protestas junto con otros altos representantes estadounidenses. También cobró cierta fama cuando se filtró un audio en donde debatía con el entonces embajador de los Estados Unidos en Ucrania cómo garantizar el éxito de las protestas y a quién colocarían como sucesor. EN dicha conversación afirmó en relación a la posición de Europa en el conflicto: “Fuck the European Union”, lo que generó un cortocircuito diplomático, pero como siempre nunca escaló debido a la subordinación estratégica que en última instancia existe por parte de la Unión Europea en relación a Estados Unidos.
La marcha hacia el Este
La geoestrategia de avanzar hacia el Este en la antigua esfera de influencia soviética impulsada por Estados Unidos y el Reino Unido, y apoyada por el eje Francia-Alemania, comienza en 1997, en plena belle époque neoliberal y mundo unipolar. Ese año se estableció que una vez más, como en los últimos 200 años, Occidente marcharía sobre el Este. El primer gran hecho bélico de este proceso fue la guerra de la OTAN contra Yugoslavia en 1999, en apoyo a los rebeldes separatistas de Kosovo —en nombre del principio de autodeterminación que le niegan a Donetsk y Lugansk en nombre de la integridad territorial— que incluyó un masivo bombardeo y destrucción de Belgrado.
No es casual que en 1997 se inicie un importante acercamiento entre Rusia y China, quienes van a afirmar que era necesario avanzar hacia un orden multipolar frente a al unipolar. Tampoco pareció ser casual el bombardeo de la embajada China en Belgrado en pleno conflicto, donde Beijing se oponía al accionar de la OTAN. Años más tarde, en el año bisagra de 2001, estas potencias re-emergentes conformarían la Organización para la Cooperación de Shanghai junto a los países de Asia central, los primeros pasos de la actual “asociación sin límites”.
Una clave para entender el avance hacia el este y el actual conflicto es que para la geoestrategia anglosajona que denominamos “globalista” prima la máxima de Zbigniew Brzezinski: con Ucrania, Rusia es una potencia euroasiática y un polo de poder mundial, sin Ucrania se trata sólo de una potencia regional de Asia. Por lo tanto resulta clave quitar a Ucrania de la esfera de influencia rusa y ubicarla en la esfera de influencia occidental. Ello choca con la idea de Moscú recuperar la influencia en el espacio post-soviético y de recuperarse como potencia euroasiática, camino que inicia desde 1999.
Con los años, el choque entre las diferentes grandes geoestrategias que atraviesan Eurasia se profundizan. A partir de 2014, con el estallido de la guerra civil en Ucrania y otros enfrentamientos alrededor del mundo que involucran a las grandes potencias, se abre una nueva fase de la crisis del orden mundial, con el enfrentamiento político-estratégico directo y en territorios clave entre Occidente (con sus fracturas) y los polos emergentes, profundizando la multipolaridad relativa.
Ello se analiza en el trabajo “Tensiones mundiales, multipolaridad relativa y bloques de poder en una nueva fase de la crisis del orden mundial”, presentado en 2015 y publicado en 2016 en la revista Geopolítica(s). Allí se observa que en Ucrania está en juego un conflicto mucho más profundo y sistémico que lo que aparece en la superficie, y por eso el polo anglo-estadounidense vuelve a habla de “Nueva Guerra Fría”. Además, se observa cómo se acelera el eje estratégico Moscú-Beijing -que incluye el lanzamiento de los BRICS, la conformación de la Unión Económica Euroasiática por parte de Rusia, el lanzamiento de la revolucionaria “Nueva Ruta de la Seda” por parte de China y un conjunto de acuerdos entre los que se incluyen planes para multiplicar el aprovisionamiento de hidrocarburos de Rusia a China por 270.000 millones de dólares.
El avance de Estados Unidos y el Reino Unido
A pocos meses de asumir Biden, los globalistas comienzan el avance. En agosto de 2021 los países de la OTAN y algunos aliados firman en Kiev la Plataforma de Crimea, exigiendo su "devolución". Por otro lado, Moscú ya había comenzado a trasladar tropas a regiones fronterizas.
En septiembre finalizó la construcción del gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania, e iniciaba el proceso de certificación para comenzar a operar. Washington y Londres vienen intentando frenarlo desde su comienzo hace diez años. EEUU busca venderle su gas a los alemanes. Pero lo central es otro imperativo geoestratégico anglosajón: mantener divididas a Rusia y Alemania, lo que contrasta con el eurasianismo ruso y su búsqueda por avanzar en esa asociación, que también incluye a China, India e Irán. Este segundo gasoducto por el Báltico es un problema porque no pasa por ningún estado "tapón" y reforzaría la interdependencia Rusia-Alemania con decisivas implicaciones geopolíticas.
Un poco después de que terminó la construcción del gasoducto, The Washington Post publica que según informes de inteligencia Rusia invadirá Ucrania. Bajo dicho argumento se refuerza la presencia militar e inteligencia de EEUU-RU en Ucrania y se le provee armamento a las FFAA, las cuales intensifican su avance sobre los rebeldes del Donbás. Terminar la guerra civil e imponerse sobre los territorios autonomistas fue la promesa de campaña del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, que ahora encontraba el decisivo apoyo de Washington y Londres.
También aumentan hacia octubre y noviembre de 2021 las presiones para incorporar a Ucrania a la OTAN (a lo que se oponían Francia y Alemania), las presiones contra el Nord Stream 2 y las amenazas de aumentar las sanciones - guerra económica- contra Rusia, que vienen desde 2014 y no lograron quebrar a Moscú, aunque en los primeros años le propinaron un golpe fuerte contra el rublo y su economía.
En este sentido, el balance para el globalismo angloestadounidense del ataque de Rusia tiene puntos positivos. Ya lograron frenar el gasoducto y pueden presionar más aún a París y Berlín para posicionarse contra Rusia. Ello unifica a occidente bajo la hegemonía estadounidense-anglosajona.
También sirve para señalar que las advertencias sobre la invasión rusa sobre Ucrania eran ciertas, aunque desde el otro lado se señala que en realidad dichos informes fueron la excusa que usó Estados Unidos y el Reino Unido para aumentar la presencia y la provisión de armas en Ucrania lo que motivó el ataque de Rusia. Lo cierto es que en la esfera de influencia occidental, el ataque provocó el aislamiento de Moscú y logró, por lo menos de manera temporal (aunque queda menos claro en términos estructurales) cierta recuperación del liderazgo de EEUU no sólo en el Norte Global, sino también en sus periferias o patios traseros. A su vez y en este sentido, se retrasan los planes de importantes grupos de poder europeos de tener mayor autonomía estratégica con respecto a Washington (y la OTAN) y conformar unas fuerzas armadas propias a nivel continental que permita convertir a la Europa del Euro en un jugador geopolítico global.
Rusia también demuestra que sus líneas rojas no son retórica, que posee la decisión y la capacidad para actuar y refuerza los límites que desde 2014 vienen poniendo a EEUU y la OTAN, junto a China, Irán, etc. Ello no sólo se vio en Ucrania y otros territorios del espacio post-soviético, sino que Rusia obtuvo un enorme triunfo y demostración de fuerza en el conflicto Sirio, en donde junto a Irán y Hezbolá, evitó el plan apoyado por Estados Unidos para derribar el gobierno de Bashar al-Assad.
La pandemia abrió un nuevo momento geopolítico, en el que se aceleraron todas las tendencias estructurales de la actual transición, entre ellas la nueva guerra híbrida y fragmentada que involucra a los principales polos de poder. Como desde 2014, Ucrania es un escenario clave de este conflicto sistémico entre las fuerzas dominantes del viejo orden mundial, construido bajo la hegemonía estadounidense-británica, y las fuerzas y poderes emergentes que, bajo diferentes proyectos y estrategias, se enfrentan a dicha hegemonía en crisis. En este caso el proyecto eurasianista ruso que, luego de la reconstrucción del poder nacional-estatal durante la era Putin y su fortaleza en tanto segunda potencia militar y gran productor mundial de materias primas, logró recuperar parte de la influencia perdida en el espacio post-soviético, establecer asociaciones euroasiáticas que trazan un nuevo mapa de poder y frustrar los planes de Washington en varios territorios y esferas de poder.