La pervivencia de los ídolos: festival homenaje a Tarkovsky
La semana pasada hubo un extraño festival en homenaje a Andréi Tarkovsky en un hermoso cine de barrio, en Olivos. Se llama Cine Teatro York y tiene una larga historia, que llega hasta mi infancia y más allá. Ahora se lo ve recuperado. Es todo un artefacto barrial. Lo más extraño de este festival tarkovskyano no fue que haya sido una actividad gratuita, que en esta sociedad mercantilizada ya resulta insólito o absurdo; más extraño es que en las dos funciones que pude ir a ver, la sala estaba llena. Había algunos solitarios perdidos y mayores como yo, que seguramente habíamos visto más de una vez algunas de las películas del ruso, pero lo que me llamó la atención fue la ferviente juventud que había en el evento. Una juventud moderna parecida a la de 30 años atrás, con sus peinados cools, sus anteojos cools, sus cigarrillos armados cools. Fue un viaje en el tiempo en varios sentidos.
¿En qué consistía el evento? Yo creo que el evento fue un acto religioso. Algunos carteles en el barrio lo anunciaban. Ahora bien, sería un error creer que el dios que se veneraba en el evento era Tarkovsky. En todo caso Tarkovsky era el ídolo, el médium, aquello que nos conectaba con la divinidad, pero a la vez la ocultaba o sustraía. La divinidad era lo que se manifestaba más allá del culto de peregrinar hasta el cine para ver películas de tres horas con cámaras fijas, paisajes decadentes, postapocalípticos y música a tono. El cine es un culto, que obviamente se está perdiendo con la evolución tecnológica. Por eso salir del cine y toparte de frente con el silencio ambiente, con la calle empedrada y desierta, sin las luces que te enceguecen en los multicines y el ruido ensordecedor de los shoppings, es toda una experiencia. Pero ¿qué o quién era el dios de ese culto? Sospecho que era un dios vacío. Un dios que no es algo pero está hecho de actos de creencia, que no es representable ni figurable. Tarkovsky fue uno de los grandes profetas de ese dios que fue vencido por la industria del entretenimiento. ¿Para qué creer, si creer te hace sufrir, si creer te hace obedecer rituales idiotas que te afectan en lo más profundo de tu ser (si es que tu ser tiene profundidad, lo que nunca hay que dar por hecho)?
Tal vez esté influenciado al escribir esta crónica por la última película que fui a ver, Stalker, un film de 1979 en el que el personaje principal, un Stalker, un guía para entrar y salir de La Zona, se desgarra y sufre porque nadie, ni siquiera los que él elige con mucho esmero y cuidado, tienen la propensión a creer, más bien todo lo contrario: quieren siempre aferrarse a sus certezas, aunque estas certezas estén plagadas y carcomidas por las dudas y las contradicciones. Es una interpelación directa al espectador, que devoto está ahí sentado, expectante, perdido.
En Stalker la cuestión es el deseo, lo que se desea, ese deseo “oculto” y evidente por el que se peregrina, por el que se existe, por el que se pone en riesgo incluso la propia vida, para llegar a La Habitación, el lugar en el que se cumple ese deseo que se es y se ignora. Varias veces los distintos personajes repiten que nadie volvió a La Zona una vez que ese deseo se cumplió. Hay que tener cuidado con lo que se desea, porque puede realizarse.
Recuerdo esas noches en el cine Cosmos o la Lugones, cuando éramos jóvenes creyentes y peregrinábamos para ver en trasnoche esas películas que no se pueden ver de día. Recuerdo las discusiones de café antes y después del cine. Recuerdo que estas películas combatían cualquier ideología y que nos enfrentaban a las cuestiones fundamentales de nuestra existencia. De lo que queríamos que fuera la vida, cuando la vida se presentara. ¿Seguirá teniendo este significado el mismo culto?
A tener en cuenta lo que pasa en el cine York de Olivos, ¡eh! La mística existe, la fe es una realidad, creer todavía es una posibilidad. Por supuesto, para acceder a cualquiera de estas vías hay que poner entre paréntesis las exigencias de nuestra sociedad entretenida y abrumada por la utilidad. Me gusta sospechar que en ese cine recuperado se reúnen los integrantes de una secta que se desconocen como miembros, pero que comulgan en silencio por una sociedad distinta, aunque ya estén vencidos.