Verónica Stedile Luna: “El oficio de edición es un oficio de mucha prueba y error”
Agencia Paco Urondo dialogó con la doctora en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, es profesora en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación e integrante del colectivo Malisia, editora en EME.
Agencia Paco Urondo: ¿Qué es el colectivo Malisia, dónde funciona, cómo nace?
Verónica Stedile Luna: Malisia es muchas cosas ahora porque tiene que ver con el tiempo de permanencia. Surge entre los años 2012 y 2013, cuando un grupo de proyectos editoriales y revisteriles estábamos empezando a hacer cosas y, sobre todo, cómo llevarlas a cabo. Cómo se difunde, cómo buscamos un lugar para presentarlo, a quiénes invitamos, esas cosas. Entonces sucedió que entramos en contacto con Federico Magallanes, Agustina Magallanes y Leonel Arance que venían de tener una especie de grupo de Facebook con escrituras literarias y querían hacer un libro con una selección de textos del mismo; conocimos a Pablo Amadeo González, que venía de una experiencia de hacer libros con Pixel; también conocimos a Celestina Alessio, a Romina Morbelli. Y en ese pensar se dio, casi naturalmente, que generamos 3 eventos, uno cada semana. Ahí todavía no existía Malisia, nada. De hecho se llamó Triciclo, algo así. Luego de eso, mientras nos preguntábamos ahora qué, Natalia Soulé, que gestionaba el centro cultural C´est La Vie, nos propuso hacer uso de la casa. Ahí se nos ocurrió lo de la librería, pero que no quedara en eso, sino que fuera también un espacio para charlas, encuentros, lecturas. A los 2 años, más o menos, pensamos la primera feria, que todavía no era EDITA, sino que fue Feria de Editores La Plata. Para ese momento ya teníamos bastante experiencia en organizar ciclos. Ese colectivo siguió transformándose, mutando. Dentro, cada proyecto siguió buscando su propia singularidad, que es algo interesante a la hora de pensar los grupos. Nada se conserva como en el comienzo, principalmente porque ese comienzo tiene mucho de contingencia, de lo espontáneo, de cosas que se van dando en el momento.
APU: Es muy interesante ese proceso, ya que se unieron proyectos individuales para fortalecerse y una vez logrado, que crecieron, retomaron en cierta forma los proyectos individuales…
V.S.L.: Creo que es la mejor manera de aprender. El oficio de edición es un oficio de mucha prueba y error. Por lo menos desde nuestra experiencia. A veces, cuando converso con personas que quieren hacer una editorial o que empezaron hace poco, digo ¡wow! ojalá hubiera tenido esa claridad cuando empecé (risas). Creo que hay otra manera de ver las cosas, ahora, donde influye el desarrollo del sector en buena medida, pero en ese momento no sabíamos nada. Había que aprender entre nosotros y tener ideas delirantes para, después, darnos cuenta de lo delirantes que eran. Y otras que no lo eran, pero daban cuenta de problemas estructurales que no terminamos de resolver. Por ejemplo, comprar papel en conjunto para enfrentar los costos. Y hoy, eso es un problema económico, político, estructural, que da dolor de cabeza a todos, no solamente a nosotros que somos una editorial chiquita.
APU: Como que se puso en agenda, el tema del papel y la impresión, que no era parte de lo social o no lo estaba, directamente…
V.S.L.: Se convierte como en la piedra que tropezás todo el tiempo. Es un ahogo al sector basado en una situación desigual. Enhorabuena que se ponga en agenda y se discuta, porque no nos involucra solamente a nosotres, trasciende eso.
APU: Nos contabas que arrancaron por el 2012, cuando todavía no estaba el auge de editoriales independientes. En perspectiva ¿cómo ves ese crecimiento y la actualidad del sector?
V.S.L.: El sector del libro es un sector siempre en crisis. Alejandro Dujovne tiene escrito bastante sobre el tema, o José Luis de Diego, Ahora, con respecto a las editoriales independientes que aparecen después del 2001, marcadas por esa periodización, creo que desde el 2010 para acá, hay un desarrollo del sector muy grande. En cuanto a la profesionalización, a la presencia que tienen los autores y autoras publicados en estas editoriales que surgieron más periféricamente, no integrando los grandes grupos de concentración. Tienen, hoy, autores y autoras que son centrales en las lecturas. De hecho, estaba escuchando una charla con Fogwill, del MALBA, realizada en el 2006 que la subieron hace poquito. Él hablaba de los autores que circulaban y las editoriales que mencionaba eran Norma, Planeta, Sudamericana, lo mencionaba como un problema. Eso cambió mucho. No es que esas editoriales no sigan concentrando, no es que los problemas de concentración se hayan resuelto, pero me parece que otras formas de circulación de los libros, de los autores y autoras, de los catálogos editoriales, se salió de ese cerco de que “si no te publica Sudamericana no te publica nadie”. Y no sólo se salió, sino que hay presencias súper fuertes.
APU: Pensaba en esto de la circulación. Me tocó estudiar a Zelarayán y me preguntaba por qué publicó tan poco. Bueno, lo hizo así porque tampoco existían los medios, si no estabas adentro. O como Aurora Venturini, que se pagó todos los libros en la primera parte de su vida y no tenía los medios de difusión para que circule ese material. Todo este movimiento vino a generar esa posibilidad para nuevas voces…
V.S.L.: Es así, sin dudas.
APU: ¿Cuáles son esas voces que considerás trascendentales, que tendríamos que leer si o sí, surgidos de la edición independiente?
V.S.L.: ¡Qué pregunta difícil! (risas). Más allá de los nombres, puntuales, hay muchas voces que surgieron de estos proyectos. Si uno piensa en casos más ubicados, hoy, en las lecturas, las novelas de Félix Bruzzone y toda esa secuencia que está en esa colección buenísima de Random House. Sin embargo, el primer libro de él sale en una editorial que después desapareció. Ahora no me acuerdo bien el nombre, pero ahí se publica su primer libro de cuentos, 76. Otro ejemplo: Ariana Harwicz hizo su primera publicación en Paradiso de Matate, amor, y ahora tiene la trilogía publicada en Anagrama. Hay muchas voces importantes que hacen ese recorrido. Y muchos autores y autoras que les interesa más publicar ahí que en otras editoriales grandes. Sobre todo porque una editorial que viene trabajando de forma cuidada su catálogo le da acompañamiento y le da marco. Le aporta un sentido que en otras estructuras más amplias se pierde o se diluye.
APU: ¿Cómo es el trabajo detrás del libro? ¿Cuántas personas trabajan?
V.S.L.: En EME somos muy poquitos. Agustín Arzac y yo, en la dirección editorial. Después armamos toda una red que llamamos “la comunidad EME”. Por ejemplo, ahora tenemos una persona que nos ayuda con las tareas de edición, Juan Fernández Marauda. Nos aporta otra mirada, ciertas sugerencias. Tengo la preocupación de editar siempre igual, ese temor. A hacer el mismo tipo de observaciones, corregir el mismo tipo de problemas o subrayar las mismas persistencias y no estar viendo otras, a veces no poder correrme de ciertas maneras de leer. En la colección Madriguera, de ensayos sobre literatura, trabajamos con Leticia Barbeito, que es una artista visual de La Plata. Ella hace un trabajo formidable. No es que ella dice “pienso un arte de tapa para toda la colección y pienso la tapa”, sino que lee cada libro y piensa una intervención para el interior de cada libro, en la caja. Es un poco la búsqueda de esa colección, la combinación entre lo artesanal y lo industrial. Leticia piensa todo. Para este libro pensó un troquel, para aquel otro una rasgadura. También está Romina Morbelli, que realiza el acompañamiento en las cuestiones vinculadas a la comunicación y el diseño. Agustina Espasandín en la prensa. Tenemos un equipo, no somos un montón, pero nos vamos repartiendo las tareas. En la edición, se tienen que dar muchas cuestiones para que el libro, después, tenga una vida, que es todo el proceso editorial. Y después pensar desde ese proceso cómo transformar ese libro en objeto cultural. Que va a circular, a tener lectores, que va a tener interés. Hay una diferencia abismal entre un texto y un libro publicado. Cómo hacemos que esto sea algo leído. No es natural, no existe antes de que el libro se publique.
“Se tienen que dar muchas cuestiones para que el libro, después, tenga una vida, que es todo el proceso editorial. Y después pensar desde ese proceso cómo transformar ese libro en objeto cultural. Hay una diferencia abismal entre un texto y un libro publicado”.
APU: ¿Cómo surge la Feria EDITA?
V.S.L.: Llevamos 4 como EDITA y una anterior, en La Alborada sin ese nombre. Es un evento donde hay espacios de charlas, lecturas y talleres. Lo hacemos en la vereda del Museo Emilio Petorutti, de La Plata, con quienes venimos trabajando muy, muy bien. La feria de Editoriales ronda en las 160. Es un gran número y, también, un gran desafío. Buscamos que sea una fiesta, que la gente la pase bien, Por supuesto, que se venda, se escuche, se lea.
APU: es un momento de proliferación de ferias…
V.S.L.: Si, totalmente. La FED marcó mucho. Recuerdo una de las ferias que se hacían en radio La Tribu y estaban buenísimas. Y fue pasando a un lugar un poco más grande, de ahí a uno más grande y de ahí a uno más grande, todavía. La FED abrió toda una forma de acercarse al libro. Es muy particular lo que suscitó, como momento de lectura, de encuentro con los editores. Creo que cada feria va teniendo su búsqueda, identidades. Hay muchas ferias vinculadas a festivales o encuentros, como faro o referencia. Pienso en esa suerte de eje formado por Tucumán- Rosario- Bahía Blanca, sus festivales e instancias de ferias que son otro momento de encuentros, de circulación superinteresantes.
APU: ¿Cambió, de alguna manera, el paradigma del consumo de libros, vos que lo estudiás?
V.S.L.: Es una buena pregunta. Nobleza obliga, debo decir que no lo estudio, porque sino mis amigos sociólogos me matarían (risas) Mi perspectiva es muy impresionista, sin nada estadístico o antropológico, ni nada de eso. Conversando mucho con Agustín, que también está en la librería, puedo decir que si hay otra forma de consumo del libro. Se diversificó mucho su búsqueda. En la pandemia, algo de eso se perdió un poquito. Como que se virtualizó la vidriera de los libros. Era loco, porque el libro que más se vendía era el más compartido, lo que generaba exponencialmente su propia circulación. Uno se preguntaba qué estaba pasando y era que faltaba no saber qué vas a buscar y de pronto encontrarte con otra cosa, no con lo inesperado, con perderse la recomendación del librero o la librera. La librería como espacio de formación (en un sentido súper amplio) y no solamente ir a buscar ese libro que compartieron tantas personas, por una lectura mediada por el algoritmo. Y se dan como dos cosas, un crecimiento de la literatura de América y contemporánea, pero también un crecimiento de las traducciones. CHAI es un ejemplo, es una editorial que tuvo siempre claro lo que quería hacer y lo que no, dándole importancia a los traductores y traductoras. De hecho, la mayoría de ellos son contemporáneos de la literatura argentina. Y si vos dudas, pero ves que la traductora es Virginia Higa, tiene otro plus.