"A la cárcel no volvemos más": la economía popular como salida
La historia de José Ruiz Díaz, coordinador nacional de la rama de liberados, liberadas y familiares del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y Secretario de Formación Política y Gremial de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), desafía los discursos hegemónicos sobre las maneras de llegar y salir de la cárcel. En diálogo con el portal Nación Trabajadora, Díaz habló sobre cómo la organización colectiva, una vez más, se convierte en una tabla de salvación para resistir el encierro y construir un proyecto de vida más allá de los límites del penal.
-¿Quién es José Ruiz Díaz? Contanos cómo empieza tu historia.
-Nací en Pilar en el año 1983. Mi familia vino a Buenos Aires desde un pueblo llamado Machagay en la provincia del Chaco. No teníamos casa propia. Trabajábamos como caseros en una casa de gente de clase alta. Crecí feliz, pero a la vez con enojo al notar las desigualdades que había entre los que tenían y no tenían plata. Esta familia para la que trabajábamos sin darse cuenta me inculcó algo positivo que me permitió incorporar el hábito de la lectura: me regalaban un libro por semana. Y cada vez que me veían, me decían “a ver, ¿qué sabes del libro? ¿Qué leíste, José?”. Y ya era como mi tarea, estaba ansioso por contar lo que había leído. Después estuve becado en un colegio privado hasta los doce años que me sacaron la beca porque tenía mala conducta, era muy rebelde. Con todo el país roto, en pleno menemismo, hay cosas que no me olvido: mi papá caminaba kilómetros para ir a trabajar y comprarnos pan. Fueron cosas que me marcaron. En ese tiempo empecé a laburar en un taller clandestino de pulido donde se tercerizaba la producción de una grifería. Todos los días salía a la una y diez del colegio y a las dos y media entraba a laburar hasta las ocho de la noche. Con eso logré mantener mi educación. Recuerdo que no había trabajo para nadie, las fábricas cerraban, nadie te agarraba un currículum, y mi viejo salía a buscar laburo todos los días. A los catorce años yo me sentía grande, ya miraba otras cosas, tenía independencia económica. Ese verano, antes de cumplir quince años, un grupo de gente más grande con la que ya tenía relación me llevó a delinquir. Me acuerdo que esa vez me dieron lo que yo ganaba en tres meses. Con quince años, ese fue un antes y un después en mi vida.
-¿Qué cambios se produjeron en tu vida a partir de ahí?
-Con el paso del tiempo me fui relacionando cada vez más con gente del mundo del delito. Mi sueño era tener una casa propia, para compartir con mi familia y mis amigos, porque el lugar donde vivíamos no era nuestro y no podían entrar otras personas que no fuéramos nosotros. Después me expulsaron del colegio privado: no me querían más ahí. En 2001 terminé la secundaria en un colegio técnico, sin llevarme ninguna materia, y me anoté en la licenciatura en organización industrial en una universidad de zona norte. En mi primer día de clases, me suena el teléfono y me dicen “José, hay nueve patrulleros en tu casa”. Estaban haciendo un allanamiento. Mi primer día de clases fue mi último día en la universidad. Pude volver a la universidad, varios años más tarde, pero en la cárcel. Mi primera condena duró desde diciembre de 2004 hasta diciembre de 2007, cumplí mis veinte años dentro de una cárcel de máxima seguridad. En 2009, caí preso nuevamente. Estuve detenido en más de diez unidades penitenciarias de la provincia de Buenos Aires, hasta que en 2010 llegué a la unidad 18 de Gorina en La Plata. Esta cárcel tenía otras condiciones, tenía mayor presencia de civiles y era menos violenta que las demás. Ahí conocí al Colectivo de Educación Popular en Cárceles Atrapamuros y me anoté para estudiar la carrera de Historia en un programa de educación en cárceles de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Ya no veía todos los días cómo se peleaban por zapatillas, sino que veía como traían textos fotocopiados para estudiar. Necesitábamos “descolgar” de la cárcel y lo único que nos sacaba era el estudio. Así fue como me interesé por la historia. También fundamos el centro de estudiantes de la unidad con otros cinco compañeros. Siempre me gustó aprender y soy obsesivo en las cosas que emprendo. Leía todo el día, libros enteros. A la noche nos juntábamos, apagábamos la televisión y charlábamos mucho con mis compañeros de celda. Me preguntaban cosas sobre lo que había leído en clase y yo, entusiasmado, se los contaba. Pero todavía quedan cuentas pendientes: casi ningún pibe que salió en libertad pudo terminar de estudiar una carrera, casi ningún pibe se pudo recibir afuera, las condiciones aún no están dadas. Yo intenté varias veces cursar y no se puede sostener, porque cuando salís hay otras prioridades que resolver como el plato de comida en casa y no hay lugar para el estudio.
Casi ningún pibe que salió en libertad pudo terminar de estudiar una carrera, casi ningún pibe se pudo recibir afuera, las condiciones aún no están dadas. Yo intenté varias veces cursar y no se puede sostener, porque cuando salís hay otras prioridades que resolver como el plato de comida en casa y no hay lugar para el estudio.
-¿Cómo empezaron a organizarse?
-La organización como liberados se empezó a pensar dentro de las cárceles. En nuestro caso, no queríamos estar más en cana. Siempre nos encontrábamos los mismos en la cárcel. Armamos un proyecto productivo de serigrafía: estampábamos remeras, levantábamos pedidos y en las salidas transitorias las vendíamos. Algunos compañeros del proyecto salieron en libertad antes que yo y empezaron a armar la cooperativa. Empezamos a aprender el oficio en la cárcel y después le dimos cada vez más profesionalismo en libertad. Por parte de las unidades penitenciarias de mujeres, Nora Calandra también estuvo en la organización con nosotros desde el comienzo. Ella fue madre en contexto de encierro, atravesó algunos años de la cárcel y luchó desde ahí por lograr mejores condiciones de acceso a la salud, a la maternidad para las pibas detenidas y sus hijos criados en contextos de encierro. Hoy es la voz de un montón de compañeras, con una gran legitimidad, porque a ella la reconocen todas las pibas de la cárcel. Las mujeres detenidas están mucho más excluidas, el patriarcado es mucho más fuerte con ellas judicialmente. Ante una duda, ellas son condenadas, hay una gran mayoría de casos que son por narcomenudeo. Es decir, son víctimas del último eslabón de un sistema de narcotráfico estructural y terminan pagando las consecuencias en la cárcel.
-¿Cómo siguió el proceso organizativo una vez afuera?
-Al MTE nos acercamos entre 2016 y 2017. Primero fuimos parte de la Secretaría de Ex Detenidos y Familiares (SEDYF) de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Ya desde la SEDYF estaba la idea de armar cooperativas de liberados, con el trabajo como eje fundamental. En ese proceso nos integramos distintas cooperativas, como la Cooperativa Textil “Hombres y mujeres libres” de Chacarita, la Cooperativa de Serigrafía Riff, que habíamos armado con otros compañeros en La Plata, o la Cooperativa de Construcción “Los Topos” de Barrio Derqui, en el partido de Tres de Febrero. Luego, a comienzos del año 2018 me sumé como coordinador en el Polo Productivo Atuel del MTE en Parque Patricios (CABA), esto me permitió conocer desde adentro la organización, aprender a coordinar espacios de trabajo y pensar en armar nuevos espacios productivos para liberados y liberadas.
"El problema nuestro era que sabíamos a dónde queríamos llegar, pero no cómo. Estábamos desordenados, gritábamos en las asambleas, nos costó sacarnos la lógica de la cárcel"
-¿Cómo se vinculó la problemática de las personas liberadas con una organización de la economía popular como el MTE?
-Toda la cárcel atraviesa la pobreza y, al mismo tiempo, la pobreza atraviesa la cárcel. En los barrios populares es muy común que se tenga algún familiar o amigo detenido, no es casualidad que todos los que estén detenidos por no tener oportunidades sean pobres. La economía popular abraza a todos los excluidos que produce la sociedad. La rama de liberados y liberadas atraviesa todas las ramas laborales: tenemos unidades productivas de reciclado, producción textil, carpintería, herrería, comedores comunitarios, venta ambulante, construcción, bloqueras, gestión de residuos electrónicos y eléctricos y a la vez nos une una identidad basada en una vida atravesada por el encierro. El problema nuestro era que sabíamos a dónde queríamos llegar, pero no cómo. Estábamos desordenados, gritábamos en las asambleas, nos costó sacarnos la lógica de la cárcel. Entonces, el MTE aportó esa experiencia de quince años de organización que tenía, con el laburo como el eje ordenador de la vida. En septiembre de 2018 hicimos el curso de formación en economía popular con los compañeros de la rama y de “La Poderosa” en una sede de la Escuela Nacional de Organización Comunitaria y Economía Popular (ENOCEP) de la CTEP ubicada en la isla Silvia del partido de Tigre. Fue un antes y un después para nosotros, nos permitió entender por qué fuimos excluidos del sistema y empezar a ordenarnos como colectivo. Comenzamos a recorrer las villas de la provincia de Buenos Aires buscando a los compañeros e impulsándolos a formar unidades productivas. Ese mismo año, pudimos conseguir un programa a través del Ministerio de Desarrollo Social que nos dio la posibilidad de equipar nuestras unidades productivas para mejorar las condiciones de trabajo. A pesar de lo que logramos hasta acá, hoy tenemos muchos compañeros esperando oportunidades, esperando que haya una compra del Estado, que haya políticas. Como pasa en todos los espacios de la economía popular, nos ven, pero no nos escuchan, y si nos escuchan, no nos prestan atención.
-¿Cuál es la base del trabajo gremial que realizan en la rama?
-En base a nuestra propia experiencia, el método que nosotros pensamos es una especie de triángulo. Lo primero es formar y capacitar al compañero, que sepa por qué terminó en cana, que entienda que va a pertenecer a la economía popular, que sepa que no va a ir a Toyota a laburar, porque el mercado no lo va a absorber a él. Yo les pregunto a todos: “¿Cuántas veces fuimos y volvimos los que estamos acá?”. Y les digo: “Si no hacemos esto, vamos a volver siempre; no hay lugar para un laburante que está preparado, menos para nosotros con antecedentes penales”. Además de esto, es importante formarlos en un oficio. El segundo paso es la incorporación al polo productivo en el territorio. El laburo ordena la vida del compañero y nos permite recuperar compañeros de la reincidencia, pero a su vez necesitás complementar con otras cosas. Nuestros polos tienen que tener equipos de abordaje comunitario con profesionales para abordar los problemas de “falopa”, alcohol, de violencia, de machismo; todo lo que nos generó la cárcel. El tercer paso es la contratación de nuestros servicios tanto por parte del Estado como de las empresas privadas. Una de nuestras reivindicaciones es que las compras de organismos estatales incluyan un porcentaje para las cooperativas de liberados y liberadas. Hoy somos 1200 compañeros y compañeras dentro de la rama de Liberados y Familiares del MTE y tenemos 63 unidades productivas en todo el país, distribuidas en diez provincias. Lo que nosotros hacemos es una política de seguridad y sale más barato. No compramos patrulleros ni cámaras, sino que hacemos un polo productivo. ¿Por qué una política de seguridad? Porque nosotros contribuimos a que en la sociedad haya menos delitos. Los pibes creen que es parte de su vida volver a la cárcel; no hay una política pensada para el sujeto liberado, pero nosotros y nosotras la estamos construyendo. Formación, incorporación a los polos productivos, contratación del Estado: esta es la base del proyecto de ley de prevención de la reincidencia en el que estamos trabajando para presentar en el Congreso. Siguiendo este triángulo, de nuestros compañeros organizados en la rama ¡ninguno reincidió! Lo que verdaderamente reduce el delito y la reincidencia es el trabajo en la economía popular.
-¿Qué rol les cabe a las organizaciones populares en la gestión estatal de esta problemática?
-Nosotros, los negros, los villeros, los tumberos nunca fuimos convocados para pensar la política para nuestro sector. Nos tuvimos que organizar para poder trabajar, porque no había un lugar para hacerlo, nos tuvimos que organizar para acceder a la justicia, para capacitarnos y también nos vamos a tener que organizar para que nos escuchen. La película sin los actores no es una película. Lo primero que necesitamos, entonces, es interactuar con la institución: sentarnos a discutir con los organismos estatales y construir un mismo lenguaje. Ahí vamos a romper un poco con una forma de construir política en la que decide el que tiene la mejor corbata. Pero se están olvidando que en la mesa tienen que estar los que viven la problemática y que pueden aportar desde otro lado. Necesitamos armar una mesa de trabajo que no sea para la foto, que sea la mesa para pensar cómo reinventamos vidas, cómo hacemos para no perder más pibes en la cárcel. Actualmente, la política hacia el sector es todo parche y nosotros a nuestros amigos los seguimos viendo en cana de vuelta. Queremos ver políticas estructurales, que sean duraderas, que trasciendan el espacio político partidario. Pero para estar en la mesa de las decisiones primero hay que organizarse, construir poder popular y llevar las demandas. Hoy estamos construyendo la unidad con todas las organizaciones y espacios que nuclean a personas liberadas, como la Mutual de Liberados Mario Cafiero, la FUNCAT (Federación Unión Nacional de Cooperativas Argentinas de Trabajo), o al interior de la UTEP. Pero lleva tiempo, no va a suceder de un día para el otro. Todo es un proceso. La cárcel nos construyó con prejuicios y berretines, pero los vamos deconstruyendo, vamos por buen camino. Hoy transformo mi rancho en algo mucho más grande que es el sector de los trabajadores liberados y liberadas, algo superador para mí.
-¿Y a nivel personal, cómo cambió tu vida este proceso de organización?
-Fui elegido por los compañeros para ser Secretario de Formación Política y Gremial de la UTEP. Hoy me dieron ese rol, que representa un desafío grande, me da miedo, me asusta, y creo que está bien que me pase porque no es cualquier cosa la formación política y gremial de nuestros compañeros y compañeras. Nosotros buscamos generar conciencia del lugar que ocupa la economía popular en nuestras vidas y yo esto lo vengo haciendo todos los días de mi vida desde hace muchos años. Yo viajo a las provincias a ver a los pibes y pibas liberadas que quieren organizarse. Reniego sí, porque atravesamos situaciones de mierda todo el día, pero siento que estoy en el lugar que soñé estar, y lo hago con felicidad, siempre por el otro.