El enjambre de Byung-Chul Han para pensar la política nacional
En su libro “En el enjambre” (2013), el filósofo coreano Byung-Chul Han tiene dos capítulos que puede aportar alguna luz sobre los acontecimientos políticos de nuestro país.
En este marco, el autor señala el concepto de la la sociedad de la indignación. Las mareas indignadas son útiles para movilizar y llamar la atención, son volátiles y no alcanzan para configurar un discurso político hacia el espacio público. Son incontrolables, inestables, no tienen forma, crecen y se dispersan con rapidez. No hay constancia ni continuidad. La sociedad de la indignación es la sociedad del escándalo. No tiene mucha identificación con lo comunitario. No constituyen un nosotros.
En este mismo sentido, el autor coreano alude al canto de ira de La Ilíada y advierte que la indignación digital no puede cantarse. Es una cólera que interrumpe un estado existente. Le falta toda masa, necesaria para acciones, no engendra futuro.
Esto respondería a ciertas situaciones en Europa y Estados Unidos, pero nosotros en América Latina y en nuestro país hemos participado de eventos de indignación. Por ejemplo, las puebladas sin vanguardias, sin prensa, incluso las indignaciones juveniles como la muerte del joven ricotero Walter Bulacio en 1991. En aquella oportunidad llegó a concentrar todo el obelisco sin contar con publicidad ni otros medios que la red de boca a boca. Luego llegaron en forma masiva los celulares y los ruidos de cacerolas y bocinas. El tumulto mayor fue el 2001, sus asambleas barriales que se fueron diluyendo tan rápido como había crecido.
El autor señala que el enjambre digital no es ninguna masa, no tiene alma ni espíritu. El enjambre consta de individuos aislados. En cambio, la masa tiene otra estructura, tiene propiedades, atributos que no se deducen del individuo. El enjambre digital es un encuentro casual, no forma ninguna masa, le falta espíritu, no desarrolla ningún nosotros. No es coherente, no se manifiesta en una voz. Es percibido como ruido. El “homo electronicus” está unido a los demás como si fuera un espectador en un estadio deportivo, mantiene su perfil privado, pero se presenta como parte del enjambre.
Los habitantes de una red no se congregan, no tienen espíritu de congregación, de comunidad, son una multitud sin interioridad. Los medios electrónicos como la radio congregan gente, los digitales los aíslan.
El enjambre digital se distingue de la masa clásica, como la de los trabajadores que no es volátil, es voluntaria y son una formación firme. La masa marcha en una dirección.
Los enjambres digitales les falta esa decisión, ellos no marchan, se disuelven rápido como han crecido. No desarrollan energías políticas. No cuestionan las relaciones de poder, solo personas particulares que son motivo de escándalo.
El presidente electo Javier Milei no contó con gran apoyo de la prensa, aunque si sus redes funcionaron al extremo, mostrando una indignación mayúscula e identificando como el enemigo principal al Estado benefactor, que sería el problema mayor a resolver. Es decir, su indiferencia al dominio actual, a la concentración de riquezas y al manejo de todos los factores de poder pasó desapercibido: le echamos la culpa al Estado y chau.
En esta corriente neoliberal el nosotros no existe. Lo pisa el Mercado, es el gran dictador de la era: lo privado prevalece sobre lo comunitario. ¿Quieren cloacas? Llamen a sus plomeros… ¿Quieren iluminación? Llamen a sus electricistas… ¿Quieren seguridad? Armen su policía privada… ¿Están enfermos? …Paguen a sus médicos…
Tal vez el concepto de Byung-Chul Han nos permita iluminar esta red digital. Este enjambre digital, que fue la herramienta utilizada por esta facción neoliberal que sigue los pasos de la última dictadura militar y de la democracia menemista, devorada por las privatizaciones y el remate de las joyas de la abuela.