Byung-Chul Han y el arte de la crítica fraudulenta
No hay peor añoranza que la que recuerda hechos y sentidos que nunca existieron, o que si existieron, existieron sólo para una minoría muy privilegiada de la sociedad, aunque ahora los fantaseemos y consumamos como algo masivo. Este es para mí el mayor problema en casi todos los textos de Byung-Chul Han, constituye un elemento importante de su estilo —su maestro Heidegger ya había sido acusado por lo mismo: Heidegger anunciaba esta misma crítica en su conferencia “El origen de la obra de arte”, donde afirmaba que “se habla así en términos que no toman en cuenta con precisión todas las cosas esenciales porque les temen: tomar en cuenta con precisión se llama en último término pensar”. Pensar es peligroso.
¿La verdad? Es muy difícil no caer en esta tentación de defenestrar un presente catastrófico dominado por el algoritmo y la velocidad en nombre de un pasado esplendoroso, más humano que el nuestro, con otros vínculos que no estaban apremiados por la urgencia, como aparentemente sucede en nuestro mundo tejido por redes virtuales y apps eficientes: “Tinder degrada al otro a objeto sexual”, asegura Han en su libro No-cosas. Quiebres del mundo de hoy, cuyas tesis son casi exactamente las mismas que las que ya desplegó en otros lugares.
Por otro lado, a esta añoranza fraudulenta Han la construye con un collage impresionante de citas de esos autores fundamentales que nosotros aprendimos de memoria (Heidegger, Deleuze, Foucault, Virilio, etc.), y que sin embargo no pudimos articular con la maestría con la que lo hace él. Esto genera una envidia insana que nos hace leerlo con desconfianza. En los textos de Han no hay narración, hay información conceptual, ideas procesadas y ensambladas en un texto formado por oraciones breves, que pueden repetirse pero no narrarse, pues, como sostiene él mismo, “las informaciones son aditivas, no narrativas”.
Tal vez ahora no sea como era cuando yo me formé, pero para nosotros el pensamiento claudica cuando denuncia lo que todos estamos de acuerdo en denunciar. Redundancia. Tautología. Idiotez. No nos gusta la realidad virtual ni la “irrealización” de las cosas que produce el smartphone, y nos quejamos, pero estamos enganchados con ello como un bebé lo está al pezón de su madre. Rechazar aquello de lo que mamamos no va a ayudar a cambiar las condiciones existenciales y tecnológicas vigentes. Han debe de escribir sus libros amenos y breves con una pluma de ganso todavía.
Con Han es fácil entrar en una comunidad de seres bien pensantes que detestan este mundo que (no) supimos construir.
No sé si les ocurrió a otros lectores, supongo que sí (basta chequear el número de reediciones que tienen ejemplares), pero con Han es fácil entrar en una comunidad de seres bien pensantes que detestan este mundo que (no) supimos construir. Esta facilidad para estar de acuerdo con lo que el otro piensa también me hace ruido, porque al pensamiento (por lo menos al pensamiento tal como es entendido por la tradición filosófica en la que Han desea ser ubicado, la que “toma en cuenta con precisión todas las cosas esenciales”, la que no le teme a la precisión) le cuesta crear comunidad, ya que su esencia es el cuestionamiento —cuestiona incluso este principio suyo fundamental: ¿auténticamente pensar es cuestionar?
Nosotros, como seudo filósofos, nos formamos creyendo que el que creía en sí mismo era un poco idiota, y terminamos en una sociedad esencialmente narcisista, que no hicimos nosotros, nosotros solo somos sus víctimas y sus cómplices. Tener éxito en esta sociedad significaba hace unas décadas atrás un fracaso, pues esta sociedad tiene los valores invertidos: festeja lo que desde otra perspectiva es una catástrofe o una idiotez. Teníamos que combatir a la sociedad, tratar de destruirla o ayudar a cambiarla, pero esa sociedad era la de ellos, no la nuestra. Ahora que la sociedad es la nuestra nos desesperamos por garantizar los mecanismos que logren su reproducción. La doble vara infectando el pensamiento. Confundimos la autocrítica con encontrar un chivo expiatorio. Han nos sirve como anillo al dedo para practicar esta doble valoración. Al final del libro que estamos comentando, por ejemplo, el lector tiene derecho a preguntarse si lo que acaba de leer es una cosa o no, pues en términos de Han una no-cosa es una cosa convertida en información —es reduccionista afirmar que el “libro electrónico no es una cosa, sino una información”, como hace Han allí, pues está sustancializando (y condenando) algo que no es sino en una relación: la misma cosa, un libro, en unas manos puede ser algo muy diferente que en otras manos: un libro en papel puede ser tan no-cosa como cualquier otra cosa atrapada en la velocidad de la virtualidad, incluido nuestro cuerpo y nuestros deseos… y los libros de Han.
De alguna forma, Han representa el mejor ejemplo de esa sociedad que él critica, el paradigma de un pensamiento exitoso, no solo por su récord en ventas sino por lo correcto de cada uno de sus enunciados. Copiemos algunos:
“El capitalismo de la información constituye una forma intensificada del capitalismo”.
“El siguiente paso en la civilización será la conversión del mundo en imagen. Consistirá en recrear el mundo a partir de imágenes, es decir en producir una realidad hiperreal”.
“El smartphone irrealiza el mundo”.
“La dominación se consuma en el momento en que concuerda con la libertad”.
A la selfi “le falta esa belleza ‘melancólica’. Se caracteriza por una alegría digital”.
“Lo afectivo es esencial para el pensamiento”.
“La percepción pierde profundidad e intensidad, cuerpo y volumen”.
“No existe información erótica. La información es pornográfica por su propia naturaleza. Lo que está plenamente presente y se exhibe sin descanso no seduce”.
“Una obra de arte significa más que todos los significados que puedan extraerse de ella”.
“La compulsión de producir y comunicar destruye el recogimiento contemplativo”.
Han representa el mejor ejemplo de esa sociedad que él critica, el paradigma de un pensamiento exitoso, no solo por su récord en ventas sino por lo correcto de cada uno de sus enunciados.
Es coherente con este tipo de consignas de póster que el libro termine con referencias a El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, no porque El principito sea un libro afectivamente kitsch, sino porque es cierto que “lo esencial es invisible a los ojos”. ¿En serio escribió “recogimiento contemplativo”? ¿Cuáles son las condiciones de existencia necesaria para conseguir tal estado de ánimo?
Lo cierto es que la sociedad que él imagina como deseable es la misma que proyecta la industria de Hollywood. Nunca existió esa sociedad que la lógica de la información, la digitalización y la virtualidad vendrían a arruinar. Esta es la mayor trampa en la que puede caer el pensamiento: ser complaciente consigo mismo.
Salvo Heidegger, nadie pensó con la profundidad con la que pensó Heidegger, un pensamiento que se formó en la decadencia de la República de Weimar, para la cual el nacionalsocialismo fue una vía de escape, no una calamidad histórica.
Es cierto que Heidegger no hablaba de cualquier poesía sino de la Poesía con mayúsculas, lo que para nosotros es casi imposible. Ya no hay canon. No hay intelectuales que organicen el canon, como ya tampoco hay filósofos de la talla de Heidegger o sus secuaces. Esto sucede por muchos motivos, uno de esos motivos es que la filosofía se ve obligada a pensar en cuestiones que nunca había pensado antes. No en el fin de la filosofía, lo que constituye un tópico común en el campo desde Platón casi, pero sí en la unidad dual de la naturaleza humana, integrada por un cuerpo y un alma en proporciones similares, lo que es escasísimas oportunidades había ocurrido antes —es más, en realidad hay que hablar de una naturaleza trifásica en el ser humano, porque a la dualidad cuerpo/alma hay que sumarle la técnica o medios de comunicación de masas. En esto sí ninguna filosofía del pasado había incursionado ni se había interesado someramente.
¿Qué función cumple el intelectual en la sociedad mediática que habitamos? Incluso, ¿qué rasgos de su discurso crítico, qué procedimiento del pensamiento vuelve a éste un instrumento peligroso para el orden desastroso en el que se reproduce nuestra vida, y cuáles sirven para su afirmación y propagación? Son interrogantes que se desprenden de los textos de Han.
Estamos en un momento histórico en el que las palabras están cambiando de significado, como si alguien se hubiera puesto a reescribir el diccionario, y lo que antes significaba una cosa, ahora significa otra. Pasó con la palabra cambio. Ahora pasa con la palabra libertad, socialismo, comunismo. La filosofía considera al smartphone su enemigo, un medio contaminante por medio del cual se nos inoculan los deseos y la ideología que nos están gobernando —en la investigación de los medios, este desprecio por el “último” medio hegemónico no es ninguna novedad, pasó con la radio, con la televisión y con los enlatados de Hollywood.
Siendo un poco malvado podría decir que es como si Han concibiera al amor de la misma manera en que éste se exhibe en las postales que venden en el Pont Neuf.