La destrucción del lazo social como política de Estado: dolor país, otra vez

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POLÍTICA Y PSICOANÁLISIS

La destrucción del lazo social como política de Estado: dolor país, otra vez

23 Junio 2024

Escuchamos la palabra crueldad una y otra vez para describir los efectos de las políticas de este tiempo. La palabra se replica como un eco hasta que deja de ser suficiente para decir lo que queremos decir. La propia vida de las palabras es así: éstas no pueden abarcar la naturaleza de las cosas, los cuerpos, las subjetividades violentadas.  No cubren del todo lo real, pero son indispensables. Como el aire que necesitamos para respirar.

Día a día asistimos a esas dosis variables de violencia material, simbólica y verbal en cualquiera de sus formas. La de la crueldad, la agresividad, el sadismo, y una de las más dañinas: la de la indiferencia.

La psicoanalista Silvia Bleichmar escribió a comienzos de siglo, luego de la crisis del 2001, un libro que llamó Dolor país y después…; en el que desarrolló su mirada acerca de lo que significaba sobrevivir a los 90 en un país desbastado por las políticas neoliberales de aquel entonces. Le dolía la realidad del país a la vez que trataba de pensarlo.

Ella decía que no la felicitaban por ese libro, se lo agradecían. El bálsamo de poner en palabras las atrocidades que la fetichización de “los mercados” había producido, creando la figura “dolor país” como la contracara humanizada de un “riego país” que signaba los destinos del país.

La aventura política auspiciada por el FMI había dejado un 60% de habitantes debajo de la línea de pobreza y un tendal de instituciones y empresas en tensión y crisis, cuando no privatizadas o cerradas. Huelgas, piquetes, saqueos, cacerolazos, plazas del trueque, asambleas eran algunas de las expresiones cotidianas del sufrimiento material y simbólico de aquellos tiempos y sus modos de combatirlo.

Releyendo Dolor país y después…  en este tiempo de retorno de las políticas neoliberales más escandalosas (disfrazadas de libertarias), vamos verificando cómo los conceptos y apreciaciones de entonces se ajustan y reflejan a la actualidad de este tiempo enloquecido.

Otro pensador indispensable, Fernando Ulloa, conceptualizó los modos del ejercicio de la violencia en tiempos de dictadura. Habló de la crueldad y  de la “encerrona trágica”, tomando como modelo la escena de la tortura: los efectos de un poder ilimitado sobre un sujeto indefenso. En democracia nos fuimos encontrando con otras formas de sufrimiento con algunas características no equiparables pero sí pensables desde este modelo (Esta nota fue escrita antes de que se produjera la protesta y represión feroz en Plaza de Mayo del 12 de junio, día de la votación en el Senado de la Ley de Bases. Con los 33 detenidxs de manera arbitraria, el gobierno mostró sin tapujos su vocación autoritaria y violenta. El trato que recibieron las y los detenidxs nos obliga a hablar no solamente de la crueldad como rasgo sino de tortura y apremios ilegales como plan político. El psicoanálisis deja así de ser suficiente para conceptualizar la violencia planificada por el Estado para imponer un plan de negocios y la ruptura del consenso democrático).

¡Es crueldad! repetimos hoy una, otra y otra vez tratando de entender, por ejemplo, qué significa que un gobierno haya empujado a la muerte a unas 60 personas que, cargando con distintas enfermedades, esperaban su medicación en una situación de absoluta y radical indefensión. Una funcionaria frenó con indiferencia la partida de esas medicinas. Esas 60 personas murieron esperando.

Y estas situaciones se suceden frente a la impunidad de un poder que rige sobre la vida y la muerte; la ausencia de “un otro de la ley” que reestablezca la urgencia de gestos humanizados y humanizantes. Esta escena pareciera haber pasado por los medios de comunicación y las redes que la replican, como una noticia más. Tal es la lógica de la información y el aturdimiento.

Pero no es una noticia más. Es un crimen. Exige justicia.

Resuenan en nuestras conciencias esos últimos suspiros solitarios con la ilusión de que una sociedad despierte del encandilamiento esperanzado que un guasón megalómano que juega a encarnar en dios prosaico y violento produjo, y exija que se juzgue a los responsables de estos crímenes.

Es nuestro deber pensar como sociedad qué ética se fue gestando y qué serpiente envenena día a día nuestros vínculos, proponiendo como lo normal el hambre, la indefensión y la muerte en la soledad de un sálvese quien pueda.

Debemos tratar de entender pues, qué reversión de valores se está produciendo, si la vida deja de ser el valor primero a proteger y los consensos elementales de la sociedad dan paso a las distopías berretas de cine z a las que Hollywood nos supo acostumbrar y los popes de la inteligencia neoliberal parecen imaginar para nuestro mundo.

Muy temprano en su desarrollo teórico, Freud, el creador del psicoanálisis -quien supo conceptualizar con riqueza profunda y sutil las complejidades del sujeto humano-, puso su mirada en los comienzos de la vida y la indefensión en la que nace el infante frente a lo que llamará el Otro primordial, su dependencia absoluta. El o la que cuida, sostiene, amamanta en leche y cultura. En alimento, afecto y palabras. En todos los modos particulares del dar.

De lo social venimos y en lo social existimos. En lo común respiramos.

Freud dirá entonces que es en el mismo acontecimiento de los comienzos de la vida que se constituye la función ética de enlace con lxs otrxs. La relación es radicalmente asimétrica. El poder que el adulto tiene sobre el recién nacido es total.

Los vínculos primordiales son fundantes de la vida en tanto hay un otrx que, de cómo cuida, cómo ama, cómo protege, qué codifica y cómo educa, hace a la historia de ese sujeto en singular, inmerso en una cultura que habilita sus modos de ser. Es en relación a estos otrxs que un infante crece y se construye como sujeto ético porque es en los vínculos primarios que se producirán las renuncias y límites necesarios en el desarrollo. Las reglas y regulaciones a las que nos atenemos y sometemos para construir nuestra vida con otrxs.

No parece menor pensar que lo que hace que el humano sea humano es su fragilidad antes que su omnipotencia, sólo observable -esta última- en fantasías o megalomanías desquiciadas.

En un contexto cultural y político en el que la ética del cuidado más elemental está siendo puesta en duda, a la vez que emerge un individualismo hiperconectado pero solipsista, hedonista y ególatra, se empuja a las personas vulnerables como a las propias e inconfesables fragilidades al silencio y al ocultamiento, cuando no (como vimos) a la muerte o desnutrición. Hablamos de las patologías de la época.

La idea de un capitalismo sin reglas más que las de la competencia, por fuera de la convivencia social solidaria, no sólo es inviable, sino que es absolutamente falaz y cruel. Como vemos, por estructura, nadie se hace solo.

Y aún suponiendo que hay sujetos que logran alguna autonomía a partir de su adultez, ¿por qué suponer que es deseable universalizar un modelo que podría funcionar así para quien lo quisiera, pero es inviable para millones y millones de seres para quienes la ética de la solidaridad no sólo sería lo deseable, si no lo necesario?

¿Por qué hemos dejado avanzar la idea de que está mal descansar, que es reprobable no ser ambicioso, que está mal ser soñador o no saber vender un trabajo? ¿Por qué razón absurda pensaríamos una sociedad sin lugar para aquellxs que no tienen su fuerza de trabajo para vender, ya sea por enfermedad, por vejez, por discapacidad, o simplemente porque no está en su deseo una forma competitiva de subsistencia?

El neoliberalismo en esta inmoral versión libertaria de un gobierno que “no está en la tradición de las leyes” (tal es la prepotencia descarada de sus miembros), ha potenciado una idiosincrasia inviable, cruel, en el modelo de un mundo infeliz, de ignorancia irresponsable en tanto desconoce que lo más propio del ser humano es el lazo social solidario frente a aquello de lo que no podemos escapar: la fragilidad y el sufrimiento que nos amenaza desde el mundo, el cuerpo y las pasiones.

De lo social venimos y en lo social existimos. En lo común respiramos. Nuestra apuesta seguirá siendo la de un humanismo sin deidades cuyos ideales sigan siendo los de la ternura en los lazos comunitarios y la justicia social democrática en un mundo ecológicamente sustentable.

*Por decisión de la autora, este artículo contiene lenguaje inclusivo.