El daño corre para todos: sobre “Sin pétalos”, policial negro de Demian Konfino
Hay una pregunta que llevo un par de años intentando resolver: ¿Puede la novela negra tener secuelas?
La trilogía de Flor arranca allá en La Mala. Se nos presenta, de entrada, como una novela negra. Matan a Leo, la pareja de la narradora. El amor y el dolor conviviendo en un solo cuerpo, la impotencia también, y de fondo, casi colada, la esperanza. Es una novela fuertemente social, en la que Konfino nos marca la cancha: se nos presenta un universo, un barrio popular, un lugar donde la injusticia es la primera mano que te reparten y tenés que aguantar, bancar la parada.
Sin embargo, aun viendo la mano que le toca jugar, Flor cree en una justicia, se construye desde ahí, no reclama el ojo por ojo, diente por diente. Necesita saber, darle una verdad al hijo que lleva en la panza. Hay, en ese giro, un movimiento hacia el género policial, hacia un misterio: ¿quién mató a Leo?
Así Flor deviene en una suerte de detective barrial, cuando todos, incluso familiares, se abren de brazos, porque mejor no alumbrar eso que permanece en la sombra, pero ella sabe mejor que nadie que si te abrís de brazos, te crucifican. Lo sabe e insiste. Descubre al autor de la muerte de Leo: Chocolate.
Y también descubre el precio: ser crucificada por una causa, ajena, inventada, porque las cartas están marcadas. El precio de la verdad es otra injusticia.
Ya en la segunda entrega, en Operativo Mataderos, seguimos moviéndonos en el terreno de lo policial. Flor se nos muestra como una abogada, alejada del barrio, con una vida de clase media, con una suerte de estabilidad en su vida, que de a ratos coquetea con la paz del cementerio. En esta novela, al igual que en el final de La Mala, la brújula es la investigación. Resolver el enigma. Otro pibe muerto. Otro crimen sin justicia. En otro barrio popular, pero hermanado por los motivos, por la sangre mezclada con barro, esa que no se limpia tan fácil. Hermanada también por la impunidad.
Desde El Eternauta para acá es posible trazar un rasgo que supo tener la novela policial en Latinoamérica, esta suerte de héroe colectivo, o mejor dicho, una premisa mucho más potente: nadie se salva solo. Flor cuenta con Julieta. Con Víctor.
Se opera desde la viveza y también desde los papeles, desde el ingenio y poniendo el pecho. Intentando cerrar heridas ajenas para, en una de esas, cerrar las propias. Hay en su conclusión algo inédito, también en estas latitudes. El caso termina en un juicio, la justicia que llega desde los tribunales y no desde la que se ejecuta por mano propia, en un campo en el medio de la nada, a plomo y pólvora. Pero es una justicia incompleta, Chocolate, el brazo armado de un poder, vuelve a escapar.
Muchas veces, cuando se nos pregunta por qué es tan popular la novela policial, uno de los motivos que se esgrime es porque nos permite ver, en poco tiempo, el que nos lleva atravesar esas doscientas, trecientas páginas, que se hace justicia. Vemos el crimen, la investigación y el castigo o condena en un periodo corto. Las causas no se pierden, los expedientes no juntan polvos, los sobornos no existen. Hay algo expeditivo. Nos hace sentir bien. La novela policial puede repetirse en esa fórmula hasta el hartazgo. Y tiene de su lado también que los personajes permanecen, no alejados, pero sí ajenos al dolor. Los muertos siempre los ponen los otros.
También se dice que la novela policial es conciliadora, que te pone una mano en el hombre y te dice “tranquilo, tranquila, todo va a estar bien”. La novela negra, por el otro lado, confronta. Te agarra de los pelos y te obliga a mirar, a decirte somos esto como sociedad, sos esto como persona. Sos tanto parte del problema como de la solución.
Y llegamos a Sin pétalos, donde el movimiento cambia. Lo negro vuelve, desde la primera página Konfino nos arrincona y dice se acabó la tregua. Secuestran al hijo de Flor y a partir de ahí, por hablar en criollo, todo se va al carajo. Un breve spoiler, mínimo. El nombre detrás de esto: Chocolate. Una vez más, su “Moriarty” personal.
Es difícil hablar de Sin Pétalos sin caer en spoilers, sin arruinarles la lectura. Pero sobrevolaré algunas cuestiones que me parecen interesantes.
La primera, tenemos una novela de acción por encima de cualquier cosa, heredera del pulp, de nuestros Cobalto y Rastros. Libros chicos, concentrados, que se consumen sin diluir, que van directo al nervio. Acá la acción deviene motor, el movimiento es la ley, porque quedarse quieto es estar muerto, y es una idea con la que coquetea la novela.
“¿Acaso no arrancan las flores secas?” podríamos pensar parafraseando a aquella novela de Horace McCoy, Acaso no matan a los caballos, donde el tema también está ahí, el suicidio como salida, como única salida. ¿Qué hacer con algo que ya está roto, algo que se contempla o se siente irreparablemente roto? ¿En qué creer? ¿Qué pasa cuando no funciona la justicia?
Cuando sabés que no importa cuánto pongas en la balanza, los platillos nunca se van a equilibrar. Flor no sabe si el dolor, con dolor se paga, pero la rabia atenúa. La posibilidad incluso catártica de soñar con la venganza, la levanta. Una pulsión de vida, quizás zombi, y también el juego de luces con la posibilidad redentora del amor.
Hay flores que hay que regarlas con sangre, no para que crezcan, para que sigan vivas.
Es acá cuando Konfino nos devuelve a ese camino que inició en La Mala, el movimiento de tenaza se cierra sobre nosotros y sobre la narradora, ya no hay investigación que valga, tampoco esa noción del policial donde la saga nos dice que no importa que tanto le peguen, le disparen, el personaje principal va a seguir en pie. El autor nos quita esa alfombra, nos trae de vuelta a la novela negra y nos dice el daño corre para todos. Así como un etiquetado frontal nos advierte: exceso de dolor, exceso de angustia, alta en sangre derramada, contiene desesperanza.
Siempre me gusta pensar en la novela negra como la literatura de la desesperación, con una pregunta por encima de las otras. Ya no quién es el asesino, quién es el culpable, a esta altura del partido, nadie es inocente, sino preguntarnos cómo narrar la humanización en un mundo que parece deshumanizarnos todos los días.
Así el género negro nos entrega personajes contundentes en su fragilidad, en su flaqueza. ¿Cuando todo se derrumba, qué código vas a respetar? Ya no hay misterios más qué intentar descubrir quiénes somos, quién es Flor.
En este viaje, nuestra protagonista se arranca lo poco que le queda sin saber si es yuyo, piel o herida, se arranca todo para ver quién es la que sigue quedando en pie. Y eso que queda es una Flor que, si nos la llevamos a la nariz, tiene olor a pólvora y sangre. Y en una de esas, dependiendo de cómo sople el viento, podemos llegar a sentir un olorcito a algo que se parece a la justicia.
Sigo sin poder responder si la novela negra puede tener continuaciones, sí estoy seguro que deja secuelas de la misma manera que un golpe deja secuelas.
Los invito a leer y ser golpeados por Sin Pétalos, de Demian Konfino.