Cecilia Romana: “Decidir escribir a pesar de todo es fundarse a sí mismo”

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    Cecilia Romana
ENTREVISTA

Cecilia Romana: “Decidir escribir a pesar de todo es fundarse a sí mismo”

24 Noviembre 2024

Cecilia Romana es una poeta de Buenos Aires que, por distintos motivos, uno nunca alcanza a conocer del todo. Quizás esto sucede porque su obra camina a contramano de estos tiempos, de los espacios de difusión, de las redes sociales, lejos de los círculos de amistades corporativas, del amor de plataforma y del sistema de favores. En otras palabras, una outsider sin pretensión de centro. En ese sentido, su humildad absoluta, hace de ella alguien a quien se respeta no sólo por sus galardones y por su obra, sino también por su coherencia para transitar el mundo.

La escritora se ha hecho con diferentes distinciones a lo largo del tiempo y aunque no sea lo que más parece importarle, debemos mencionar que obtuvo dos veces el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes, el Premio de Poesía Iberoamericana Sor Juana Inés de la Cruz, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines, entre otros. Además, fue traducida al inglés, francés, polaco, italiano y portugués, y sin embargo siempre, pero siempre, lejos de todo. Entre otros, publicó los libros No lo conozcas (2007), Aviso de obra (2008), El libro de los celos (2009), Los que fueron (2012), Poemas Concretos (2015), Callao 1824 (2018)

Recientemente, publicó (por Alción Editora) su libro Aquí no hay viento, que presentó junto a Yamil Dora y María Belgrano en la Biblioteca Popular Tesis 11 en el barrio comercial de Once. Algo de todo esto que mencionamos aquí es lo que conversamos con la autora.

Agencia Paco Urondo: Tu relación con el amor es un tema recurrente, una obsesión, una búsqueda que se cuela en tu obra y siempre de formas inesperadas como sucede, por ejemplo, en Callao 1824. ¿Qué sucede con este leit motiv?

Cecilia Romana: En cualquier aspecto de mi vida hay un motor y hay un combustible que lo hace funcionar. El motor son mis sueños y el combustible es el amor. Parece una tontería dicho así, pero yo tengo clarísimo que el amor nos impulsa hacia el otro, el otro que se presenta ante nuestra curiosidad y también como mitad imantada de nuestro deseo. Las historias que cuento -porque yo siempre cuento historias, en poemas, en cuentos, en novelas y hasta en mi tesis doctoral, yo siempre cuento historias-, son formas de salir de la soledad, de la unicidad de un pensamiento único que es el de quedarse solo. El amor nos tiende hacia afuera, nos corre de nosotros para volver a encontrarnos con nosotros mismos pero bajo otra mirada.

APU: ¿Cómo juega acá “el viento que corrió antes de la escritura” imagen que utiliza Yamil Dora en la contratapa?

C.R.: En mí, particularmente, el amor se muestra como un engranaje de valores que me propone continuamente elecciones: esto me gusta, pero esto me gusta más. Con esa simple fórmula que se muestra en casi todos los momentos del día, la reflexión sobre los actos y los hechos, como en un péndulo, se mueve de un extremo a otro. Las decisiones más simples pasan bajo el tamiz del amor. El nivel más alto y más fuerte de eso, para mí, es el hallazgo de una pregunta superior que requiere más potencia de reflexión, más entrega, más creencia y más lealtad. Estar enamorada es un compromiso de la pasión con la vida, con la voluntad interior de hacer las cosas bien. Escribir es mi oficio, podría haberlo sido cualquier otro, pero resultó ser escribir. Escribo libros en la intimidad de estos pensamientos.

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Tapa Aquí no hay viento

APU: Desde esa perspectiva, la del oficio de escribir, en Aqui no hay viento, acontece un lenguaje, en apariencias sencillo pero a la vez recursivo, punzante, tierno, trágico, etc. ¿Cómo avanza la escritura (y el lenguaje) cuando lo que se le quiere dar al lector es, en realidad, algo que se está buscando y que no se tiene del todo?

C.R.: Volvemos al acto solitario de búsqueda de un bien mayor. El lenguaje, en todo caso, es aquello que media y por lo cual se hace posible la manifestación de una intención. Quiero decir: cada vez que nos sentamos a escribir, hay una voluntad de salida, una tendencia hacia afuera. Las palabras, como algo profundamente sabio y eficaz, se van transformando a medida que se avanza, crean su propio hábitat para permitir, como un puente, nuestra partida de nosotros mismos hacia aquello que se nos presenta como puerto. Decía Wagner de Reyna, el filósofo chileno, que el navegante no buscaba llegar al faro ni mucho menos a la Cruz del Sur, sin embargo, esas luces lo llevaban ciertamente al lugar adonde quería llegar, desde donde era atraído.

APU: ¿El faro es la palabra?

C.R.: La palabra es como esas luces y es, además, luminosa. La palabra se crea en el camino, en los procesos se va creando. Por eso no sirven los cambios léxicos impuestos por políticas o ideologías. La palabra es un movimiento profundamente humano, natural. El tiempo de nuestra vida es también el proceso de nuestra palabra y por eso, quizás, con los años uno se vuelve más simple escribiendo, pues cree saber mejor adonde quiere llegar.

APU: Siguiendo la línea que abrís con tu reflexión ¿Cuál es el lugar ideal al que querías llegar con Aquí no hay viento? Sobre todo pensando que es un libro en el que hay una claridad aparente, pero también cierta fuga de sentido.

C.R.: No creo que haya sabido nunca adónde quería llegar con Aquí no hay viento. Sí reconozco esa voluntad de salir de mí, de tender hacia, quizás porque allá, donde sea que había viento, algo me imantaba, pero no hablo de una persona ni de un objeto, hablo de un bien o de una belleza y hablo, creo, de una verdad, de algo verdadero que me llamaba desde afuera. El libro tiene epígrafes. Son líneas de lo que estaba leyendo mientras lo escribía: textos apócrifos o contra los herejes, textos cristianos y pre cristianos o, mejor, pertenecientes a la memoria del cristianismo primitivo.

En esos textos se expresa una búsqueda que se manifiesta de una forma, que se escribe o se habla de una forma. Esos textos han sido también el puntapié de este libro que, sirviéndose del oficio poético, decidió explicar la opción de un camino. Aquí no hay viento, como casi todo lo que escribo, se nutre de saberes filosóficos e históricos, de pura humanidad en tendencia a ser, a sobrevivir.

APU: ¿Cómo afecta el clima de época a la constitución de esta obra y a su publicación? ¿Sentís que hay tiempo (en este presente) para "la palabra (que) se crea en el camino"?

C.R.: En cuanto a la vida, el transcurrir presente, yo me tomé siempre este oficio como algo muy serio, algo en lo que se me va la vida. Estamos viviendo ahora mismo en el país un momento de profunda crisis, una ruptura que separa a los hermanos. Una guerra de iguales carentes. En estos tiempos se ve lo peor de cada cual, porque el miedo (miedo a perder el trabajo, miedo a no llegar a fin de mes, miedo a ser un desclasado, miedo a no poder mantener a la familia y por ende ser pobres de lo peor de lo peor que es ya no tener familia), el miedo traba. Pero, también, del miedo surgen las decisiones más potentes cuando se lo atraviesa. Decidir escribir a pesar de todo es fundarse a sí mismo. Publicar es otro tema. No pienso nunca en publicar mientras escribo, por eso elegí trabajar de algo, quiero decir, correr el eje económico de mi oficio, para poder ser totalmente independiente escribiendo y así librarme del miedo. Yo solo me temo a mí.

“Con los años uno se vuelve más simple escribiendo, pues cree saber mejor adonde quiere llegar”.

APU: En un ensayo que leía se planteaba la idea de que el “centro” existe porque existe un “margen” que lo vuelve centro. Vos siempre estuviste muy alejada y siempre te noté muy desentendida de esos tires y aflojes. ¿Qué pensás de esta disputa?

C.R.: El centro literario, las modas, la gente. Para que haya un centro tiene que haber órbitas. Gente afuera y gente perteneciendo. Un canon que se funda en criterios de legitimación. Yo nunca quise saber nada con eso. Mi fuente de legitimación estaba en otro lado, lejos siempre de la moda, del bullicio, de las amistades. Yo siempre quise publicar por haber ganado un premio o porque me buscaban. Y fui feliz cada vez que a alguna gente le pareció bien lo que hacía. Mi lucha fue siempre la de hallar la forma de emparejarme con quienes admiro. No tener su reconocimiento, sino ser parte de ese lugar al que tiendo. Que Zurita me lea y quiera a mi poesía como algo suyo me completa. La mirada de mis pares sobre lo que escribo me completa. Esos referentes son mi sol y lo que intento es entrar en una lógica de lo que considero bien, bueno, verdadero. Me legitima el gusto de Oteriño, de Kovadloff, de Anadón o de Herrera. Me legitima la sonrisa real de quienes se han sentido tocados por lo que escribo: la espontaneidad de quienes disfrutan o sufren o simplemente no saben qué les pasa pero sienten, se les mueve algo adentro. Como a nadie debo nada, puedo moverme imantada por una fuerza que nada tiene que ver con lo pasajero, la corrección política.

APU: ¿Cómo sentís que afecta la dicotomía "centro-órbita" a la literatura contemporánea?

C.R.: Que exista un centro y una periferia en la difusión del hecho artístico me parece lo lógico. No podría hablar de toda una escena contemporánea sino de lo que pasa aquí en el medio en el que me muevo. El problema es la legitimación de ese centro y a quiénes atrae, en todo caso. En poesía, la legitimación es confusa, dado que no se gana plata escribiéndola. Entonces, la primera vara de legitimidad (es bueno porque vende), ya no existe. Tampoco existe la de editores que se comprometen con lo escrito, porque, dado que la poesía “no se vende”, los poetas se autoeditan, es decir, pagan las ediciones de sus libros que serán luego “comprados” por sus amigos poetas calculando estos que también comprarán los suyos y así. Estos círculos de amigos forjan sus propios centros a los que orbitan poetas que no son amigos pero querrían. Ya no se sabe qué es bueno o es malo, qué es mediocre, qué valdría publicar y qué no: todo está mezclado y dirigido por la ambición de salir del pozo, de hacerse conocido, de estar.

APU: Desde ese lugar ¿Para quién escribe Cecilia Romana?

C.R.: Cecilia Romana no escribe para nadie. Escribe para salvarse. Me gusta hablar en tercera persona, como mirándome desde afuera. Salvo la cantidad de veces que escribí para niños y adolescentes, porque era mi trabajo, salvo ahí que sabía bien para quién debía escribir, salvo en esos casos, nunca pensé en quién ni deseé que alguien leyera. Tal vez sea ese despojo lo que me deja tranquila en mi oficio.  “En ningún lugar estarás más seguro que en donde te ponga la obediencia”, ese principio de la Orden de San Ignacio junto con el labora et ora (que es laboratorio), son las premisas de mi escritura: hacia adelante con voluntad y obedeciendo al deseo de salir de mí para volver a mí cambiada, más fuerte y limpia.

APU: ¿Qué queda en uno, una vez que logra extenderse hasta los otros a través de la escritura?

C.R.: Lo que queda en mí después de escribir poesía, de concretar un libro de poesía, es una sensación de haber subido un escalón. Hay libros que me gustan más que otros y en los que sentí que subía de a dos escalones. Aquí no hay viento es uno de ellos, también No lo conozcas (México, 2006) y Callao 1824 (Buenos Aires, 2018). Con libros para chicos siento un entusiasmo distinto, es más algarabía, lo disfruto de una manera más plana y sensorial. Con la poesía me quedo pensando en que tengo que seguir tratando de ser entendible y de mantener intacto el misterio del camino.