El chiste de Karina, la pastelera

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    Karina Milei-Javier Milei-Rey de España
    Foto: Marcela Wolberg
Crónicas del abismo

El chiste de Karina, la pastelera

23 Septiembre 2025

Las redes sociales, en ocasiones la prensa o las publicaciones satíricas, suelen pegar sobre la figura de Karina Milei una sarcástica etiqueta de pastelera o adivina que -se supone- evidenciaría sus nulos méritos para ocupar formal e informalmente los mayores sitiales de poder: respectivamente, la Secretaría General de la Presidencia y opinión intocable para su hermano, el Presidente.

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Karina Milei-revista Barcelona

Son comentarios que parten de una premisa elitista, con riesgo de no examinar a fondo un fenómeno que lo único bueno que puede hacer es dejarnos algún aprendizaje. También colocan un involuntario candado sobre puertas que ya estaban cerradas, las del ingreso universal a la representación política. Puede ser, perfectamente, otra de las trampas pendulares en nuestros propios discursos

Karina Milei no cuenta con méritos ni formación, pero la gravedad de ese problema no parece estar en que haya vendido tortas por internet hasta poco antes de llegar a su cargo actual. Tampoco es razón desprestigiarla sólo por hermana. 

Podría ser todas esas cosas y contar con la formación política adecuada para ejercer alguna representación. Tal bagaje no se obtiene de suyo en la Universidad, excepto a través de contadas carreras que pueden enseñar algo del ámbito público, o en el ejercicio de la representación de docentes, no docentes o estudiantes en los cuerpos de cogobierno universitario.

En realidad, las grandes escuelas de representación son como esa última: allí donde se ejerce. Los partidos políticos, los sindicatos, las cooperativas, las organizaciones constituidas en torno a cualquier fin colectivo. En cada espacio que torna necesario ejercitar la capacidad de negociación, calibrar la escucha y afinar el debate. 

Nuestro sistema político ha sido particularmente refractario a conceder representación por fuera de los partidos, que hoy atraviesan una prolongada y profunda crisis, y sus cursus honorum. Pero aún dentro de ellos, y considerando la trabajosa conquista, ampliación y reconquista del sistema democrático, desde la entronización del voto universal masculino, secreto y obligatorio de 1912 no ha habido en la Argentina ningún presidente electo que no fuera graduado universitario u oficial de alto grado de las Fuerzas Armadas. Sólo hubo una mujer electa para el cargo, y -mal que pese a los refutadores sin respaldo- es abogada. La que llegó a él tras haber sido elegida vice es también, sin contar corbateros transitorios, la única excepción en título académico o jinetas militares. Fue denostada en forma desproporcionada, en relación a la mayoría de quienes la precedieron y sucedieron. Como siempre, los prejuicios nublaron aciertos y horrores. 

Ese cuadro de situación no es privativo de nuestro país, aunque en el último cuarto de siglo de la Patria Grande han llegado al poder el metalúrgico brasileño Lula da Silva, el ex guerrillero uruguayo José Mujica, el campesino boliviano Evo Morales y el maquinista venezolano Nicolás Maduro. Lula volvió tras el desastre de sus adversarios, Mujica murió con honores incluso de adversarios, el partido de Morales recuperó el poder aunque luego se desintegró y las operaciones destituyentes contra Maduro no tuvieron el éxito que se les pronosticó cuando asumió, lo que puede servir para medir la pericia del conductor de metro.  

La idiosincrasia argentina no permitió aún el arribo de experiencias similares, y en el tintero de este debate quedará dilucidar el grado en que puedan haber incidido los poderes fácticos e intereses creados, lo cerrado del espectro político, el espesor real de cada formación académica o la calidad de las que pueden ofrecer otros ámbitos de participación colectiva. No existen manuales de historia contrafáctica, y en consecuencia no puede saberse adónde habría llegado la representación sindical de no haber sufrido las sucesivas represiones que la exterminaron o domesticaron. 

Con todo, el fenómeno de Karina Milei parece inscribirse en otra línea: su llegada a un sitial de poder obedece a la combinación del voto que castigó al sistema, una serie de carambolas del ábaco porcentual, la búsqueda de intérpretes por parte de poderes globales y las nuevas vías de comunicación, que les ampliaron el menú de opciones. 

Por allí transita el principal problema de las narrativas políticas que la satirizan por llegar al poder desde una pastelería virtual, pero no aclaran que lo malo no es eso, sino el modo en que llegó y los intereses que aceptó defender. Sólo el programa económico del cual participa explica la tranquilidad con que convivió hasta el escándalo de las coimas, porque en otras condiciones habría quedado en evidencia que ciertos cargos requieren de pericia y experiencia. La carencia de formación no se evidencia en vacíos académicos del currículum, del mismo modo que contar con pergaminos -ha quedado demostrado- no es garantía de calidad ni honestidad. 

Lo que expone el vacío formativo es, más bien, la ausencia de toda forma de gimnasia otorgada por el ejercicio previo y constante de la representación. El trabajoso camino de la construcción de poder, que La Libertad Avanza se salteó. Una meritocracia que no es simple eslogan, sino el reconocimiento mínimo de que ni siquiera una extrema inteligencia puede manejar asuntos de estadista complejidad sin el usufructo de roces previos.  

Este hecho puede ser leído en tanto anécdota, un análisis sobregirado de chistes y calificativos, o como un síntoma del fenómeno de la crisis de representación. Si se opta por la última vía, la Argentina que encare la reconstrucción deberá darse una discusión sobre el vigor que pretende o necesita de sus organizaciones de representación popular y sectorial. Allí donde sería posible formar dirigentes, canalizar legítimamente intereses y construir otras formas de poder.