El cripto-Presidente y los tiempos de @rrobar
La saga cripto confirmó, por si hacía falta, la volatilidad que decidió regalarse el país al entronizar al elenco estable. Al cabo de la semana podrá comenzar a medirse el veredicto económico, dentro y -sobre todo- fuera de las fronteras. Que haya un Presidente capaz de cometer una estafa o una estupidez de tamañas envergaduras no asoma como lo más promisorio para captar siquiera el interés especulativo de los sectores a que decidió confiar a pleno su suerte.
Uno de los grandes problemas de este Presente inverosímil, que da pudor naturalizar, es que se han roto los termómetros para percibir el latir de la variable política. Con todos los resortes de representación oxidados o vencidos, resulta difícil atar premisas y conclusiones desde los esquemas que servían para pronosticar en tiempos de alguna racionalidad. El gran ejercicio de optimismo es, en estos meses, apostar a que finalmente lo razonable acabe emergiendo de una espuma de incoherencias que, justo es mencionarlo, no bañan sólo al oficialismo. Acaso el gran error conceptual de Juan D. Perón haya sido suponer que las personas podían ser brutas o malas, pero no ambas cosas.
El resultado económico puede apurar maduraciones de una clase política que se preveía que podía quedar en offside ante las respuestas populares, pero acabó estándolo respecto del tuiterío presidencial.
Contra lo que protestan los voceros oficiosos, las respuestas políticas se movieron exclusivamente por los encorsetados carriles del institucionalismo republicano: frente a un hecho como el protagonizado por Javier Milei no podían eludirse las respuestas del juicio político en el Congreso o la judicialización bajo las togas, caminos problemáticos para quienes hereden la banda albiceleste. Evadirlos hubiera sido, justamente, dar –aunque sea por omisión- un tratamiento no institucional a un escándalo protagonizado por el principal actor de ese andamiaje. En cambio, más allá de algún tuitero marginal y desbocado, no se registraron acciones que traspasaran los expedientes.
Por lo demás, no se observan aún ordenamientos nítidos que pudieran tomar las riendas opositoras ante un escenario que siempre parece en estado de crisis inminente. Existen liderazgos, pero no eslabones intermedios que los lleven a aglutinar la representación colectiva partidaria. Otros actores relevantes permanecen en silencio, y por doquier ronda la idea de una obturación para construir compactas mayorías o primeras minorías.
Al menos en lo que supo llamarse “campo nacional y popular”, lo que se dirime no es tanto la interna nominal sino algo que la desborda: la eventual reconfiguración identitaria del espacio, fruto del medio siglo previo a 2003, y a su vez causa y efecto de la constitución del viejo Frente para la Victoria. No es otra cosa que natural que se encuentre en debate esa identidad colectiva, que no responde solo a los deseos o nostalgias de quienes se arrogan representación, sino que es más bien resultado de las demandas de época. Es posible que tampoco estén claras.
Esos factores venían cocinándose a fuego medio, entre las derrotas electorales y las victorias que derivaron en decepciones. Son movimientos políticos de articulación, yuxtaposición, conflicto y convergencia, que requieren algún tiempo. Los de la institucionalidad siguen siendo más o menos los mismos que en décadas analógicas, pero la globalización y las nuevas tecnologías imprimen un vértigo acaso deliberado, que mucho se asemeja a una trampa: no dejar madurar los procesos colectivos es el equivalente a, en lo individual, no dar oxígeno mínimo para pensar.
Desde hace más de una década, las redes sociales no hacen otra cosa que impulsar el frenesí.
Faltaba un Presidente que, salido de las entrañas de ese monstruo de @rrobas, rompiera el atardecer de un viernes dejando indicios de varios posibles delitos en pocos caracteres.