Guarda el hilo: el rock argentino no está perdido
Por Cristian Secul Giusti*
Las tendencias que obligan a pensar que todo tiempo por pasado fue mejor y que el presente no es más que una caricatura o una silueta desfigurada suele ser reproducida por los medios de comunicación y por aquellos que reseñan eventos particulares de la cultura. En ese plano, la consideración analítica del rock argentino actual contrae perspectivas resignadas y construcciones ligeras que posicionan a la escena local en una situación crítica y, quizás, adversa.
Por ello mismo, en la recopilación de momentos gloriosos y de eventos notables, la actualidad de la cultura rock argentina se narra desde la decepción y la posible pauperización de estilos, estéticas, líricas y sonoridades. Por esta razón, la revisión de ese universo postula hoy una noción de rock o de pop desde el cliché, la reconstrucción emotiva -a veces equívoca o exagerada- y el entendimiento a-histórico y descontextualizado de los acontecimientos.
En dicho combo, la noción contextual se reduce a una fecha, el nombre del disco y las canciones. Los analistas juegan a la enciclopedia y no a brindar interpretaciones que enriquezcan la apreciación y el goce de la cultura. Por este motivo, la significación del contexto destaca un marco político de lectura y entendimiento de las prácticas sociales -juveniles y adultocéntricas- y subraya también el propio recorrido prolífico y potente de la cultura rock.
Por esto, la concepción de un pasado del rock argentino articulado a partir de una focalización netamente contracultural, no comercial y sujeta a una estructura de protesta y reclamo, obstaculiza los verdaderos análisis que merece la cultura rock local en un escenario como el actual: neoliberal, mediatizado y vinculado a la individualización.
El hecho de poner en común el mapeo actual de nuestro rock (sus aspectos masivos y sus situaciones underground, marginales y derivadas), obliga a no recaer únicamente en la consideración de un estadio post-cromañón que solo parece integrar divisiones de aguas y nociones únicas de quiebre. Del mismo modo, vale recalcar aspectos distintivos, más allá de las participaciones de bandas oriundas de países hermanos o de artistas que incluyen otro tipo de musicalidades.
En esa instancia, el discurso de “la decadencia” merece aclaraciones, asteriscos y aristas que coloquen en tensión esa inquietud discursiva.Parafraseando y trastocando lo dicho por Bob Dylan, la respuesta siempre parece estar en el viento y en la movida underground, cada vez más ecléctica, divergente y marginal. Esto mismo se enlaza con una característica perjudicial para ese ámbito under: la complejidad de su difusión y el poco alcance que le brindan los medios masivos de comunicación a los artistas y las agrupaciones habilitan interpretaciones de resignación y desencanto.
Por tanto, la comparación con otras épocas y la continua aseveración de un presente en ruinas no permite visualizar el constante nacimiento del rock argentino. Asimismo, la desprolija y sigilosa aparición de artistas nuevos masivos no se corresponde con una instancia de detrimento creativo, sino, más bien, con una ausencia de apoyo colectivo. Ese sustento -hoy esquivo y generado cada vez más a pulmón, likes y boca a boca- resulta fundamental para provocar esquemas de defensas y de disidencias activas contra las estéticas del mercado.
En esa línea, el pedido de menos comercialidad y más protesta o combatividad en las canciones, las declaraciones o las músicas parte de una idea falsa: el rock argentino siempre ha estado inmerso en un área comercial -salvo contadas y dispares excepciones como MIA, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y Las Manos de Filippi, por ejemplo- y también ha congregado estilos disímiles que no por ello son desestimados.
En este sentido, los reclamos dirigidos al rock argentino actual no pueden hacerse solo por recuerdo de algunas experiencias, ciertos nombres u otras elecciones. Si se pretende hacer una trama social desde una óptica de cultura rock local, no pueden desconocerse sus ingredientes contextuales y sus complejidades. Por ello, poco sirven a la identidad del fenómeno rock las narraciones a-históricas, breves y sueltas que despolitizan las disputas simbólicas de su cultura. Más bien, las contribuciones positivas siempre se activan de otro modo: entendiendo sus escenarios sociales, sus nuevos decires y, sobre todo, rescatando perspectivas que permitan cambiar de trincheras y renovar banderas.
* Doctor en Comunicación/Docente (FPyCS-UNLP) - Twitter: @cristianseculg