Lo celebrado y lo temido

  • Imagen
    Luis Salomón-años 70
    Registro del inolvidable Turko Salomón, en los '70 redivivos.
Crónicas del abismo

Lo celebrado y lo temido

28 Octubre 2025

Discutir si el desdoblamiento bonaerense fue buena o mala decisión quedó ya como materia de estudio para historiadores e historiadoras. Persistir en su exploración ni siquiera sirve para no repetir posibles errores, porque es una opción cuyo acierto depende de las coyunturas. 

Sí puede ofrecer alguna utilidad iniciar un debate con plazos de estrategia, de medianos a largos, por oposición a los de una táctica cortoplacista para las disputas posicionales internas. 

Lo que hasta ahora sabemos es el resultado electoral, que arrojó una primera minoría que respaldó al oficialismo. Meterse a discutir las razones es adentrarse en el terreno de las hipótesis. 

La mayoría no acompañó al gobierno, dato que marca una diferencia con respecto al balotaje de 2023, pero esos votos son de muy difícil confluencia. En este momento, no se suman. Tampoco es posible proyectar, sin amplio margen de error, la porción del ausentismo. 

La victoria de La Libertad Avanza parece marcar una desaceleración de la volatilidad electoral de los últimos años. El oficialismo prevaleció en comicios de medio término, algo que no había podido conseguir el Frente de Todos. Como postuló Horacio Verbitsky, el resultado del domingo parece corroborar que las posiciones de los electorados giran más lento que las de las elites. 

Queda como interrogante si 2021 marcó una aceleración inédita en el cambio de preferencias, o si 2019 fue una excepción en la serie de elecciones que en los últimos doce años resultaron adversas para el kirchnerismo y las fuerzas que en cada turno orbitaron a su alrededor.  

En cualquier caso, una década después de terminar su último mandato presidencial, Cristina Fernández conserva una centralidad política nacional que es, junto a la irrupción de Javier Milei, la otra gran novedad de una democracia entrada en su quinta década. No conservaban igual peso específico Raúl Alfonsín en 1999, aún con la fuerza de su voz dentro del radicalismo, ni Carlos Menem en 2009. Si con ella se puede o no, o si sólo con ella no alcanza, son lecturas en clave de hipótesis. 

Las responsabilidades dirigenciales, en legítima discusión, quizá remitan a tiempos más remotos de los que suelen datarse. El concepto de “fin de la historia” está mucho más arraigado de lo que acostumbramos creer. El 54% en la primera vuelta de 2011 no convirtió nada en irreversible, sino que presentó el problema de contener múltiples intereses e identidades, de difícil convivencia. A cada una de las derrotas acumuladas desde 2013 se les asignó el mismo carácter irrevocable. 

Esta columna señaló también la reclusión del kirchnerismo hacia lo unitario y centralista, la renuncia a proponer más ilusiones que la de ser Anti, la pérdida de una narrativa popular, la deficiente articulación entre demandas liberales y clasistas, el abono brindado al pensamiento individual por sobre el colectivo y la insistencia en girar alrededor de las denuncias de la corrupción minorista del elenco estable, a la que se dedicó mejor y mayor énfasis que a señalar la relación entre deuda, fuga y pesares

Todos esos ítems siguen vigentes. Algunos derivan del desgaste de haber gobernado en dieciséis de los últimos veintidós años y en varios la responsabilidad no es únicamente de la dirigencia, porque se abonan desde los medios de comunicación afines o la trampa que para bases e inorgánicos son las redes sociales. Los tres estamentos continúan llamando “libertario” al gobierno nacional actual, cediendo un territorio léxico que es también histórico

Las cuatro décadas transcurridas desde la recuperación democrática vuelven necesario enlodarse con la pregunta en torno a las responsabilidades que debería asumir el electorado cuando esta experiencia concluya, y sus saldos no dejen lugar a ninguna simulación de distracción. 

A diferencia de lo ocurrido en 2001, el esquema expoliador actual se tejió en menos de una década, con el concurso de los mismos rostros e idénticas prácticas. No fue impuesto, como en 1976. Ni camuflado, como en 1989 o incluso 2015, cuando Mauricio Macri se vistió de kirchnerista para enfrentar al hoy anarcocapitalista Daniel Scioli. Tampoco llegó dentro de las letras UCR o PJ, que cuentan con el aval de una identidad de arraigo. Fue libremente elegido por una mayoría en 2023 y respaldado por una primera minoría en 2025.

Jorge Fontevecchia y Carlos Pagni compararon el resultado del domingo 26 con el de mayo 1995, cuando Menem fue reelegido en reconocimiento a la desaceleración inflacionaria después de las híper. Pagni recordó que semanas después estallaron los termómetros políticos con el índice de desempleo, que marcó el rostro real de la época. Cada vez menos personas podían comprar aquello que se mantenía en precio.

Imagen
Clarín-1995-menemismo
Dos meses de diferencia.

Lo trágico es que ni entonces ni ahora se viera o hiciera ver el nexo entre lo celebrado y lo temido.