El desierto de la campaña: la ética catequista y el espíritu del paisajismo, por Sebastián Russo

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El desierto de la campaña: la ética catequista y el espíritu del paisajismo, por Sebastián Russo

16 Agosto 2017

Muchas cosas como ésta quedan en mi mente
Gilda

El paisaje no sólo es un género pictórico-fotográfico, es también un concepto teórico contemporáneo en el que se entrecruzan lo político, lo estético, lo ideológico, lo comunicacional. Arjon Appadurai, un hindu britanizado, utiliza este concepto para expresar el escenario (a su entender, celebrable) de decline de lo nacional como límite demarcatorio de lo identitario. Decline incelebrable, diremos, que acompaña, arrastra, arrasa la lógica de la política en tanto diferencia.

La similitud de la afichística política porteña nos convoca a imbricar estas dos definiciones de paisaje.

Casi no hubo candidato, desde Bregman y Lousteau, a Filmus y Carrió, que no haya usado las fotos que inauguró el PRO en la ciudad de Buenos Aires con el candidato conversando con gente, recortado en un fondo paisajistico agreste. Mundanidad, simpleza, naturalidad, tanto con los vecinos allí representados/construídos, como con la naturaleza. Y una cosa por otra.

El retrato con paisaje de fondo de un Rodriguez Larreta, de un Hagman (que presumió vincular “nueva política a nueva generación”, aunque el paisaje como mínimo haya sido -lo- invariante), implica el usufructo homogeneizado del aire libre como ámbito a cuidar, romantizado, de intercambios con otros y con la naturaleza.

Al paisaje como género despolitizado(r) le corresponde (en correspondencia ajustada, ajusticiada) el catequismo como ética militante.

Allí se los vió (cómodos, habituados, naturales) a Vidal, Esteban Bullrich y Gladys Conzalez sentado juntos, con la primera en el centro del “equipo” catequista, todos con ropas despojadas, de un ascetismo de clase, de trabajo barrial de sábado de beneficencia y gesto de escucha, comprensión y empatía.

“Vamos juntos” es el eslogan de “Cambiemos” y en otras fotos de la misma campaña se indistinguen candidatos, políticos de vecinos. En selfies colectivas o personales, de imágenes capturadas en momentos de intercambios afectivo-militantes donde la cámara (el punto de vista) desaparece enfocando a otra cámara que es la que fotografía, Cambiemos milita. Eclesiastica-mediaticamente, cual Club 700 posmoderno y (por tanto) canchero, Cambiemos milita la elección no solo con una enorme cantidad de afiches, sino con una apuesta ética consecuente a su ideario de clase, algo ausente (por desajustado) en otras campañas.

La ética ascética del espíritu neo catequista-capitalista se vincula a la transparencia enunciada y celebrada. Transparencia en tanto quiebre entre las palabras, las cosas, los sujetos y sus pesares. La farsa simbólica desplegada (donde los signos no se vinculan a materialidad sufriente alguna) se entrama con la corrupción política devenida espectáculo espectacularizante, con sus detenciones y represiones cinematográficas y proactivamente multiplicadas por doquier.

En otra secuencia se la vió a Lilita Carrió (ya sin su cruz, al menos no tan evidente, sino evocada) en otro gesto de empatía cadenciosa, abrazando a alguien, mirando a los ojos y agarrando un rostro, o los hombros de algún otro que hace las veces de votante agradecido, esperanzado, que “no alfoja”

El espíritu paisajista, donde la naturaleza limpia cualquier contaminación cárnica, el edén impoluto de una tarde de sol, risas y abrazos, es el sustrato escenográfico no de una lucha ardua, ideologizada, de fantasmas que regresan transfigurados, sino de un evangelización desanclada y alucinada (por tanto alienada) del vínculo en común.

Los neo-catequistas han sabido arrasar los lazos comunales e históricos y reinventar el desierto (en/de la campaña –Bullrich festeja detenciones de pibes como reivinidica y desea extender, modernizar, la matanza y apropiación de Roca y su runfla de familias patricias, entre ellas, los mismos Bullrich) Así como reinstalar la intemperie (no es fácil matar, dice Christian Ferrer, mucho menos desolar, desollar, degollar, aunque para la Gendarmería de la otra/misma Bullrich sí lo sea, así como reprimir, desaparecer) y desde allí encontrar la voz de una esperanza cargada de (pasado) colores, globos y la falta de distancia propia de un espíritu aplanado, acrítico y obscenizado, apelando a la lógica de la identificación espec(tac)ular.

Del votame de antaño, yo te representaré, yo soy “como” vos. Mirando a cámara, presentándose, exponiéndose frente a una (evidente) cámara. De la fotogenia electoral (que sorprendió a un Barthes en los 50: ya no hay propuestas sino fotos de candidatos sonriendo a cámara); al votame yo “soy” vos, me fundo (nazco, fundamento, indistingo, fusiono, sin mediación) en vos. Camino por los parques, las plazas. Charlo con vecinos y me captan de imprevisto en medio de mi caminata militante. Ni tiempo me dan de mirar a cámara. Y si alguien se interpone, no mucho, un hombro, una cabellera, los photoshopers del partido se encargarán de desenfocarlo. Mi rostro, o sea el tuyo, no pierde centralidad. Juntos podemos hacerlo.

Por un lado Cristina, que sin usar paisajes de fondo, salvo el de las masas que la vitorean o un color liso desde done ella habla al horizonte, hace de su palabra en acto(s) una potencia indómita, afectiva, intervenida e interferida por espectros, principio(s de) esperanza. Incluso de sus silencios. Más no sucede lo mismo en su novedoso y edulcorado a-simbolismo, duranbarbista, pro-ciudadano.

Pero es Ni una menos, de los “movimientos políticos” contemporáneos (y precisamente en la dificultad de  nombrarlo -movimiento, frente, grupalidad irredenta- se encuentra parte de su capacidad herejética) el que hace de la batalla sígnica, del problematizar el habla, la imaginería, el insumo basal desde donde horadar las tramas dominantes y configurar un diferencial político.

El universo simbólico de la política devino una receta pobre de signos intercambiables que configuran un universo común. Homogeinizador del ethos de la política en tanto diferencia. Suponer que acercarse al modo hegemónico de comunicación permite una mayor empatía es un error. No solo porque no todos se expresan del mismo modo, sino porque la diferencia (la política, nacional, regional, a-paisajística) se gesta en y por los signos.

Asumir una política sígnica es de una imperiosa necesidad. Es inadmisible no estar atento a la reverberancia de una palabra, una imagen. Reconstruir las tramas simbólicas (las distancias, signaturas, misterios) de las formas de la política es una tarea que ningún marketineo político (que hace lo exactamente contrario) puede realizar.

La función utópica de la política requiere de imágenes que en su condensación simbólica expresen una temporalidad y espacialidad trascendente. Un tiempo que enlace lo que fuimos con lo que queremos ser, articulado con un territorio que exude su rugosidad, su hedor, su mutante consistencia fangosa.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).