Cuando la seguridad se confunde con la velocidad de las balas
Por Esteban Rodríguez Alzueta*
Dijo Patricia Bullrich: “Se acabó el mundo del revés”, “están fuera de la ley”, “son grupos que se consideran un poder fáctico, con una ley distinta a la de los argentinos”, “nosotros no necesitamos pruebas para actuar”. Estas frases fueron propaladas en la última conferencia de prensa después de la represión a los mapuches de la comunidad Winkul Mapu, en el lago Mascardi, es decir, después de que miembros del grupo Albatros asesinaran por la espalda en una emboscada al joven Rafael Nahuel.
No son palabras menores. Bulrrich no está pensando en voz alta, no está frente a alumnos dando cátedra y tampoco mandándose la parte en la cola de un banco o en la feria de la esquina. Es la Ministra de Seguridad de la Nación, y las palabras que elige tienen la capacidad de hacer daño, porque el lenguaje de los funcionarios, sobre todo de los más altos funcionarios, es un lenguaje performático, y las palabras que se usan no sólo tienen producen otros actos sino que cada una de ellas son un actos en sí mismo. A estas palabras no se las llevará el viento.
Las bravatas de la ministra no hay que disculparlas pero tampoco leerlas como meros exabruptos, cargarlas a la cuenta de la última curda o del patoterismo mamado en otras épocas. No son, entonces, meras provocaciones, sino auténticos actos de gobierno. De la misma manera que Macri habla con palabras fútiles, usando frases hueras y frívolas, banalizando todo lo que nombra, la Ministra lo hace usando artillería pesada, frunciendo el ceño y con una entonación marcial. Son palabras veloces, que quieren llegar puntual, palabras pronunciadas en el momento exacto. Una ministra que habla sin pelos en la lengua, sin rodeos, poniendo el cuerpo a las palabras. Y eso es algo que le encanta a los policías. Bullrich les dice a los policías lo que estos quieren escuchar, pero aquello que dice no sólo aviva prejuicios de las fuerzas sino que legitima la discrecionalidad policial. Porque una policía desprotocolizada es una policía librada a sus sentidos comunes. Sentidos que fueron macerando al interior de la vecinocracia, del resentimiento y el racismo solapado que la caracteriza.
Con aquellas palabras la ministra Bullrich no sólo está poniendo a las comunidades mapuches afuera de la ley, sino dándoles a los policías un cheque gris. Está poniendo a la fuerza de ley más allá de la ley, es decir, más allá del estado de derecho. Con semejante crédito no sólo está carnavalizando a las policías, exceptuándolas a tener que rendir cuentas, descontrolándolas, sino autorizando a que estas actúen al margen de la legalidad, auspiciando la flagrancia y los procedimientos especiales que se llevan a cabo al margen de las garantías constitucionales. Bullrich se dio cuenta que no necesita resoluciones ministeriales para dirigir a las fuerzas de seguridad, le basta con activar las pasiones punitivas de cada agente. Y lo hace a través de simples declaraciones como aquella. De esa manera, no solo legitima la represión sino que las aviva. Sus palabras son un llamamiento a la represión. No es ninguna casualidad que en las grandes ciudades hayan aumentado las detenciones policiales, las bajadas de bondi, los operativos y cacheos en la vía pública, los allanamientos masivos. Prácticas, a su vez, cada vez más agresivas y violentas, que no vienen con buenos modales sino con un mayor maltrato y destrato. No es casual, tampoco, que la policía haya “mejorado” la puntería.
Al gobierno no le interesa el diálogo sino la represión. Está buscando la represión, creando condiciones para la represión. Prueba de ello es la presencia del grupo Albatros de la Prefectura Naval Argentina en la ciudad de Bariloche. Albatros es un grupo especial, entrenado en tácticas especiales, para intervenir en operativos muy especiales. No es un grupo entrenado para dialogar sino para actuar rápidamente. Vista la seguridad a través de los Albatros la seguridad se confunde con la velocidad. Si les interesase el diálogo hubiesen mandado otros cuerpos de policías, pero cuando moviliza a Albatros está clausurando el diálogo. Está poniendo la política más allá de la política. Albatros no habla, apunta y dispara. Ni siquiera se detiene después a preguntar. Sabe que detrás de ellos estará la firma de los jueces y fiscales y, sobre todo, las palabras bravas de la Ministra de Seguridad.
*Docente e investigador de la UNQ. Miembro del CIAJ. Autor de Temor y control y La máquina de la inseguridad.