Ciencia, política y género, por Leandro Andrini
Por Leandro Andrini*
En diciembre de 2013 la reina Isabel II del Reino Unido concedió, en las atribuciones que tienen las monarquías sobrevivientes, un indulto póstumo. Los actuales son tiempos en los que se discute con énfasis puritano las posibilidades de indultos en sistemas democráticos, pero nadie debate sobre las prerrogativas monárquicas, ni las juzgan de un perimido autoritarismo medieval. Está bien: eso es Gran Bretaña (que aún tiene en su posesión a las islas argentinas), y allá con su reina.
Claudio Tolcachir, al poner en escena la obra que recorre la vida del indultado posmortem, dice que lo “conmueve mucho pensar en lo que el poder político hizo con él: lo llamaron, lo obligaron a callarse la boca y cuando les resultó incómodo se deshicieron de él y lo condenaron”. Hubiese sido noticia de haberse tratado de una purga estalinista. Pero fue en Gran Bretaña, la que recién en octubre de 2016 indultó a 65.000 condenados por ser homosexuales. Lo paradójico es que quienes aún estaban con vida y habían sido condenados previo a 1967 –año hasta el cual la homosexualidad fue considerada delito en “el primer mundo” British-, debían redactar su petición solicitando ingresar en la “lista del perdón”, que era válida sólo para los muertos.
La crisis desatada por la COVID-19 llevó a que varios países implementen mecanismos de control basados en tecnologías de Big Data e Inteligencia Artificial. “La rapidez de estas decisiones y la falta de reflexión y debate sobre sus posibles consecuencias a corto y largo plazo puede llevarnos a engendrar una nueva estructura de poder y control, construida sobre la base de nuestros propios rastros digitales. Esta nueva estructura puede transformar radicalmente la relación entre Estados y ciudadanos y dar paso a la instauración de regímenes cada vez más autoritarios alrededor del mundo” indican Henry Chávez y Jacqueline Gaybor en “COVID-19, tecnología y poder: los peligros del optimismo tecnológico y el surgimiento del omnióptico global”.
“Propongo que consideremos la siguiente pregunta: «¿Pueden pensar las máquinas?» para empezar, definamos el significado de los términos «máquina» y «pensar», pero es una actitud peligrosa. Si hemos de llegar al significado de las palabras «máquina» y «pensar» a través de su utilización corriente, difícilmente escaparíamos a la conclusión de que hay que buscar el significado y la respuesta de la pregunta «¿Pueden pensar las máquinas?» mediante una encuesta tipo Gallup. Pero es absurdo”. Esto escribió Alan M. Turing en 1950 para la revista Mind en su célebre “Máquinas Informáticas e Inteligencia” (Computing Machinery and Intelligence).
Alan Mathison Turing, el indultado por la reina Isabel II en 2013, murió en 1954 a la edad de 41 años. Era, a esa altura, uno de los lógico-matemáticos más importantes del siglo XX, quien junto a Kurt Gödel habían hecho temblar los sólidos fundamentos de las matemáticas para volverla una ciencia tan falible como las demás. Pero, también, era uno de los fundadores de la cibernética, el primer autor de lo que hoy se conoce como Inteligencia Artificial, y uno de los mayores criptógrafos de su tiempo, y sus últimos años lo vieron convertirse en un biólogo teórico de envergadura tanto como un filósofo tecnoracionalista de enfoque materialista.
Para quienes, en estos tiempos y por estos pagos, retoman las peregrinas ideas de los famosos exámenes de ingreso eliminatorios a la universidad (esa meritocracia proclamada pero nunca ejercida), conviene recordarles que en 1929 Turing reprobó el acceso al Trinity College de la Universidad de Cambridge, e ingresó recién en 1931 en el King's College de la misma universidad, graduándose en matemática a los 22 años. Permaneció en el King's College gracias a una beca y el patrocinio por John Maynard Keynes quien era optimista frente al talento mostrado por Turing. En 1936, a la edad de 24 años, y de manera independiente al lógico-matemático estadounidense Alonzo Church, da por tierra el sueño inaugurado por Gottfried Leibniz en el siglo XVII quien, groso modo, deseaba construir una máquina que produjera teoremas matemáticos. Este trabajo, que hoy se conoce con el nombre de Church-Turing y amerita un libro completo (que los hay), puede decirse que es una de las bases teóricas de las computadoras de nuestros días.
Por esas décadas alguien en Harvard exclamó que, si resulta que “la lógica básica de una máquina diseñada para encontrar las soluciones numéricas de una ecuación diferencial coincide con la lógica de una máquina para hacer facturas en unos grandes almacenes, miraré este hecho como la coincidencia más increíble que he encontrado jamás”. Pero leamos esta exclamación de una eminencia universitaria en la diferenciación “elitista” contenida, en la ideología proyectada. En pensar que una computadora necesitaba procesos lógicos (de construcción diferente) si era para alguien que atendía un almacén que si era para alguien que se dedicaba a la matemática. Y pensemos en otro caso de sesgo ideológico, como el ocurrido en la Unión Soviética, que descartó de plano el sistema binario de 0 y 1 (sistemas de Boole) por considerarlo un sistema lógico bivalente y antidialéctico, sufriendo consecuencias de retrasos innegables en el desarrollo computacional durante las décadas del ’30 y del ’40.
Volviendo a Turing, en 1938 se doctoró en Princeton bajo la dirección de Alonzo Church. Fue invitado a quedarse en ese ambiente estadounidense, pero resolvió regresar a Inglaterra por cierto desprecio a la frivolidad estadounidense, de la que solía reconocer sólo su industrialización.
El estallido de la segunda gran guerra hizo que Gran Bretaña lo reclutara como uno de los prominentes matemáticos al servicio de descifrar los códigos secretos emitidos por el ejército alemán. Turing tomó un cargo de tiempo completo en el cuartel general criptoanalítico de guerra. A un escaso tiempo ya había diseñado una “máquina” que permitía descifrar los códigos navales alemanes. Este diseño se cuenta como la primera aplicación de Inteligencia Artificial. Como muchas veces en la historia, un gran descubrimiento tecnocientífico es impulsado por situaciones de guerra. Los descubrimientos criptográficos de Turing merecen, también, un libro completo (que los hay). Fue en ese estado de situación que este matemático concibió la idea acerca de la ineficiencia que resulta diseñar diferentes máquinas para distintos procesos lógicos, lo que sirvió –como antes dijimos- de burla elitista estadounidense. Aquí nace la idea de concretar lo que teóricamente (en lenguaje lógico-matemático) se había denominado “máquina universal”. Hoy siquiera nos interesa, porque la materialidad de las computadoras ha permeado nuestra manera de estar en el mundo, que no reparamos en sus orígenes. Una computadora nos ofrece un abanico indiferenciado de posibilidades bajo un mismo esquema lógico de funcionamiento: un Aleph homogéneo procedimentalmente.
En esa continuidad de la guerra por otros medios, en 1945 fue contratado por el Laboratorio Nacional de Física británico para procedimientos de cálculo científico automatizado en desarrollos nucleares (en espacial armamentístico). Tuvo muchos encontronazos, sin que su proyecto pudiera llevarse a cabo, no obstante, en 1947 publicó el Abbreviated Code Instructions que era un detallado manual sobre la programación de su futura máquina. Así vieron nacimiento los primeros lenguajes de programación. Otra de las ideas contenidas en esta publicación fue la de comandar las máquinas mediante el uso de teléfonos, con órdenes bien precisas (códigos). Y en 1948 escribió su informe Intelligent Machinery, en el que sienta los precedentes de las redes neuronales y los algoritmos evolutivos, en su obsesión que las máquinas fueran comunicativas con el ambiente, condición personal que no ejercitó demasiado, siendo una persona osca y hasta torpe en sus relaciones. Eso sí, el genio surgido de la segunda gran guerra era un hombre relativamente solitario, pero se esforzaba en que todas sus amistades supieran sobre su elección sexual.
Hacia finales de 1951 publicó trabajos pioneros en el campo de la biología, tanto que sus hipótesis fueron corroboradas entrados los años 2000. Acá también pudo ver más allá que sus contemporáneos, como en los casos de la matemática teórica y la cibernética.
Se dice que la publicación de estos trabajos sobre biología lo condujeron a cierta felicidad momentánea. Fue en este tiempo que trabó relación sexoafectiva con un joven de 19 años. Este joven permitió que un ratero sustrajera algunas pertenencias casi sin valor de la casa de Turing. El destacado científico realizó la denuncia, y la policía capturó al ladrón que delató la elección sexual de Turing. Éste no negó cargo alguno, porque entendía que no había nada malo en sus preferencias, y no hizo esfuerzo por defenderse, lo que agregó la idea de “falta de culpa” agravándose su situación procesal. Fue condenado, con el atenuante de poder elegir entre ir a la cárcel o someterse a un tratamiento hormonal de castración química a base de estrógenos para inhibir su libido (la tecnociencia en abolición del deseo). Aceptó lo segundo, con resultados desastrosos tales como la obesidad, la aparición de abultadas mamas y procesos depresivos.
En 1950 una subcomisión bipartidista del Senado de los Estados Unidos comenzó la confección de un informe (Empleo de homosexuales y otros pervertidos sexuales en el gobierno) que se dio a conocer tiempo después en el que se destacó que es “conocido que aquellos que participan en actos de perversión carecen de la estabilidad emocional de las personas normales”, agregando que “hay abundante evidencia para mantener la conclusión de que la indulgencia en actos de perversión sexual debilita la fibra moral de un individuo hasta un grado que hacen que este no sea apropiado para posiciones de responsabilidad”, llegando a la conclusión que “un homosexual u otro pervertido sexual es un riesgo para la seguridad [y] no es una mera conjetura”. Este país, en el que se erige desde 1886 la estatua de “La libertad iluminando el mundo” de la que se dice que “representa la libertad y emancipación con respecto a la opresión” le negó a Alan Turing a partir de 1952 la entrada a su territorio bajo los cargos de homosexual, ingresando así en el infinito listado de “The Lavender Scare”.
Apple, fundada en 1976, corporizó como ninguna otra compañía la condición de logotipo, cuyo diseño (1977) comparten Rob Janoff y Steve Jobs. Al principio se trató de la imagen de una manzana mordida con una paleta arco iris horizontal, bajo el fundamento de la representación del conocimiento, la diversidad, la creatividad y la inspiración… generando una mitológica comparación.
El 7 de junio de 1954 Alan Turing fue encontrado muerto en su casa, luego de morder una manzana envenenada con cianuro. La taxonomía forense indicó “suicidio”. Los interrogantes sobre su muerte siguen abiertos, y no exentos de polémica.
Su madre siempre negó el “suicidio”, con la extravagante idea que a su hijo se le contaminaron los dedos haciendo experimentos químico-biológicos y contaminó descuidadamente la manzana. Esa madre que siempre lo acompañó, preocupada por las aplicaciones concretas de los descubrimientos de su hijo. Por ejemplo, éste le escribía en una carta fechada en 1937 que había encontrado una “posible aplicación de lo que estoy trabajando actualmente. Trata de responder a la pregunta ¿cuál es el tipo de cifrado más general que puede existir? y me permite construir una gran variedad de distintos e interesantes códigos particulares. Uno de ellos es prácticamente imposible de decodificar sin la llave y muy rápido de codificar. Creo que el gobierno de su Majestad podría pagar una gran suma de dinero por él, pero tengo dudas sobre la moralidad de estas cosas. ¿Qué opinas?”.
Turing se presenta a diario en su fascinante idea «¿pueden pensar las máquinas?» o en este otro interrogante «¿es posible distinguir a una máquina de un ser humano?», presente en la “prueba de Turing pública y automática para diferenciar máquinas y humanos” que en inglés es Completely Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Apart (CAPTCHA).
Turing también nos recuerda que las condiciones de desigualdad a las que se vio sometido siguen imperando en la actualidad. Así, por ejemplo, el Premio Turing (equivalente al Nobel para las ciencias de la Informática) implementado en 1966 por la Association for Computing Machinery ha sido ganado sólo tres ves por mujeres (2006, 2008 y 2012). Un único latinoamericano lo ha ganado hasta el momento (1995, trabajando en EEUU). Ha sido ganado 45 veces por estadounidenses, seguido en el segundo lugar con 9 galardones para británicos. Y también nos dice que en el firmamento estelar de varones destaca su estoicidad manteniendo su elección por considerarla de naturaleza humana. Hay una historia que se ha producido por patrones dominantes, de la que la ciencia y la tecnología no han estado exentas, y que nos permiten pensar cómo capitalismo y patriarcado se han erigido mutuamente en los últimos siglos.
Turing también nos recuerda que en cuestiones de Estado durante el siglo XX la ciencia liberal es sólo un panfleto que esgrimieron y leyeron altisonante las sociedades culturalmente colonizadas. Y Turing también nos algoritmizó la vida, aunque es un deber nuestro ahora ejercer la responsabilidad política, poniendo en foco a Estados y corporaciones que con avidez intentan hacerse de nuestras vidas cotidianas para convertirnos en “bots” vacíos pasibles de ser orientables por el mercado (pensemos un instante en la aleatoriedad electiva que presentará indefectiblemente Netflix).
Turing viene a decirnos también que un “descubrimiento” por abstracto que se considere en un tiempo puede tener sus efectos prácticos en otro, inclusive en las lejanías temporales (al fin de cuentas él trató de responderle al matemático Hilbert el viejo problema planteado dos siglos antes por Leibniz). Por lo que esos “descubrimientos” no son más que construcciones colectivas, en muchos casos orientadas por necesidades políticas coyunturales, a pesar de haberlos realizado él en su soledad y sufrimiento por la homofobia que atravesó su vida.
Turing siempre guardó preocupación en que se confundiesen sus ideas y sus razonamientos con sus elecciones sexoafectivas. Con ironía, y en predicción de las calamitosas formas de razonamiento que se propagan en las falacias ad hominen habituales de estas épocas y en particular por las redes de las cuales él es en parte mentor, escribió:
Turing cree que las máquinas piensan
Turing se acuesta con hombres
luego las máquinas no piensan
(Imaginemos a algunos/as periodistas argentinos/as haciendo estos razonamientos, y reemplacemos el nombre propio “Turing” por el que querramos; está todo en este falso silogismo). También aquí se adelantó a su época.
* El autor es editor de la sección Ciencia y Tecnología de AGENCIA PACO URONDO