Desde La Plata, un Tanguito Interminable
Por Yael Crivisqui
La Plata con su mística rockera, ha parido proezas. Desde muy abajo, desde sus diagonales que trasvasan la magia de los letristas herejes. Los subversivos, los inquietos, los que van al frente, los que bancan intensamente un ritmo de vida de mil piruetas anímicas, precarizadas y jodidas. Entre historias de vida, de patear mil calles, de familias de sangre y las del corazón que son los y las amigos/as, de caravanas, de falta de guita, de laburos horribles, giras, rutas y pausas, sale la más maravillosa música, como diría el General.
Este “Tanguito interminable” de 20 estrofas, y 10 estribillos, es un punto de llegada a un momento de creación y composición muy elevado. El arrabal y la voz disfónica, entrequebrada, que marca una característica particular del músico, más el contenido que es un sentido homenaje a sus afectos, te hace viajar por un camino muy emotivo, donde la piel se te eriza y es imposible no sentir unas ganas inmensas de abrazar a tus seres queridos; a aquellos incondicionales, leales, que, pese a los malos tiempos, siempre están.
No es moco de pavo, componer así. Sentarse a pedir perdón, a expresar amor, gratitud, nostalgia, con tanto combustible emocional, no sólo es un ejercicio de capacidad afectiva, sino es un acto de justicia poética contra aquellos que dicen que nuestra cultura rock está muerta, vacía, o que no tiene las condiciones para deslumbrar, sorprender y ofrecer algo más para escuchar.
El tema dura diez minutos. Eso también es un diferencial. Porque hay que mantener al público, no sólo con la atención intacta en un mismo tema durante todo ese tiempo, sino con los sentidos a flor de piel, pudiendo identificarse con cada estrofa. Llega cada palabra, cala profundo; ¿pues quién no ha querido, más de una vez, poder abrazar así a todos/as aquellos que nos han aguantado y bancado tanto?
No se trata de un tango lúgubre de lamentos, todo lo contrario. Echa luz, y tranquilidad. Pero conserva lo silvestre, lo crudo y la tonalidad del sentido de supervivencia barrial, que tiene todo pibe y piba, que crece en esas esquinas, en esos pasajes, en esas veredas y callecitas, que tienen ese no sé qué.
El estribillo es el motor histórico de la pasión, la dignidad y el agite de una generación que las ha pasado, y pide tregua: “Y hoy mis ojos los abrazan con total idolatría /Porque le dieron un sentido a mi estadía /En este mundo que no vale ni el bajón”
Es muy gratificante que, en el under, haya bandas y letristas que, a pesar de las condiciones adversas de un mercado que sabemos es injusto y mercenario, y de un contexto como el actual, puedan sostenerse y dar estos tesoros.