“¿Hola?”, de Martín Kohan: una radiografía de la civilización del teléfono
Qué entretenido, erudito y juguetón es ¿Hola? el ensayo de Martín Kohan en el que entona un sublime “réquiem para el teléfono” (tal su subtítulo). ¿Hola? es un título justo, porque solía ser esa palabra y con tono interrogativo la que pronunciábamos ni bien levantábamos el aparato del teléfono, cuando el teléfono existía e imponía su orden. El que atendía tenía derecho a saber quién llamaba. El que llamaba tenía la obligación de presentarse. El teléfono organizó la casa familiar y también inventó una imagen de lo que la sociedad entendía como una auténtica comunicación, que de modo muy simplista podríamos resumir así: E (emisor) -> MEDIO o CANAL -> R (receptor).
Obviamente una comunicación auténtica nunca se concreta de este modo, pero es así como nos la imaginamos tanto de manera vulgar como teórica (basta recordar para corroborar esto la importancia que tuvo el esquema pergeñado por Roman Jakobson). El teléfono fue la punta de lanza de las investigaciones en comunicación, que más que preocupadas por el contenido de la comunicación, como nos preocupa a nosotros los humanistas, estaban preocupadas por su desalmada eficacia. Bajo ese modelo se organizó una sociedad, la nuestra. Ahora esa sociedad ya no existe.
Ahora bien, es cierto, no hay nada que hacer, esa sociedad no existe, porque el teléfono como medio de comunicación desapareció (hace años que yo, que soy un tradicionalista, le di de baja a mi línea telefónica, que solo usaban los bancos para promocionar grandes ventajas para mí, y mi mamá, que murió). Esto acontece aunque el aparato que nosotros llevamos a todos lados, lo primero que miramos cuando nos despertamos, lo último que vemos antes de dormirnos, con el que no dejamos de enviar mensajes todo el tiempo, por medio del cual esperamos que nos llegue ese mensaje que tanto deseamos (y que por supuesto nunca llega), aunque a ese aparato “inteligente” nosotros todavía lo llamamos e imaginamos como “teléfono”, ya no funciona como tal —hoy para hacer una llamada telefónica primero le preguntamos al otro por WhatsApp si puede atendernos –una mediación de la mediación, una marca de civilidad para no ser entrometidos.
En un tono entre benjaminiano y barthesiano, Kohan nos recuerda el lugar central que ocupaba este medio en la casa y en la vida familiar. Nos saca a pasear por un montón de citas literarias y mediáticas en las que el teléfono ocupa un lugar privilegiado.
Es sintomático de nuestra civilización que llamemos teléfono a un medio que usamos de muchísimas maneras (lo usamos como despertador, como agenda, como radio, como televisión, como cámara de fotos, como filmadora, como block de notas, como medio de citas, etc.), pero ya no como teléfono —así como solo por la perpetuación de un gesto seguimos llamando foto a la imagen tomada con un smartphone, pues es una imagen que casi no tiene parentesco con la que tomábamos con el rollo y que había que esperar días o meses (como ocurría en mi infancia) para que se nos revelara qué habíamos capturado y que permanecería para la eternidad, pues esa era la temporalidad de la foto, muy distinta a la de la selfie. Tal el imperceptible deslizamiento de un universo mediático a otro, que podemos tranquilamente llamar multiverso, y cuya metamorfosis pareciera pasarnos desapercibida —o mejor dicho: que nos negamos a percibir, con el sordo afán de ocultar que una forma de vida está siendo reemplazada por otra —sabiendo además que la “vieja” forma analógica de registrar el mundo y la vida no era tan bella como nuestra nostalgia la añora ahora.
El librito de Kohan es bueno por donde se lo lea. En un tono entre benjaminiano y barthesiano, nos recuerda el lugar central que ocupaba este medio en la casa y en la vida familiar. Un dato para mí central que no aparece en el libro es cómo se incrementaba el valor de una casa si ésta contaba con teléfono: llegaba a duplicarse el valor del inmueble. Por problemas legales (mi papá levantaba quiniela clandestina y estuvo preso varias veces), nosotros no podíamos tener teléfono en nuestra casa, y cuando llegó mi adolescencia me veía obligado a ir a hablar a la casa de mis tíos, que vivían atrás. Me pasaba horas cuchicheando con mi novia de entonces, enroscado al cable, hablando sobre no tengo la menor idea de qué.
Kohan nos saca a pasear por un montón de citas literarias y mediáticas en las que el teléfono ocupa un lugar privilegiado, desde novelas argentinas y de cualquier parte del mundo que giran como un caleidoscopio alrededor de la presencia ominosa de ese aparato que nos hacía cercano, incluso íntimo (un murmullo en el oído), lo que estaba lejos, hasta éxitos mediáticos como “Hola Susana” o las andanzas del travieso de Tangalanga (chivo: acaban de estrenar una película sobre este: El método Tangalanga, de Mateo Bendesky, no se la pierdan). Es un paseo por nuestro pasado.
¿Hola? tiene páginas muy bellas sobre estas relaciones extrañadas que se producían a partir de un aparato que va muriendo de muerte natural. Es un libro que podemos leer en un aula tanto como en la playa. Incluso soporta la relectura. En cuanto pueda leeré los otros libros que la editorial Godot sacó de nuestro autor.