La canción como representación: un análisis musical de la Argentina democrática
El que quiera recordar eventos fundamentales de su vida que no vivió (aunque hubiera debido haberlos vivido, y tal vez lo haya hecho), el que quiera ver representada a la Argentina del régimen democrático en sus canciones (la Argentina que nace en 1983 y llega hasta hoy), tiene que leer el libro de Martín Liut: El país de las canciones. De Charly y Evita a María Becerra y Trueno.
Liut tiene la esperanza de que analizando las canciones (sus letras, su música, sus diversas performances) podrá comprender diferentes perspectivas del “devenir de nuestra historia reciente”. Y lo logra.
El libro está escrito como en postales. Digo esto por dos motivos: porque cada texto de los subcapítulos es breve pero ejemplificador (lo que facilita la lectura), y también por la forma en que trata los temas, captando el sentido de las canciones como en un flash de significación que ilumina una perspectiva de un momento histórico fundacional. Ese flash ilumina no una Argentina, sino problemas, contradicciones, esencias irrepresentables del ser argentino. Menuda tarea.
El libro empieza y está vertebrado por lo menos hasta la mitad por el análisis del enunciado: Don’t cry for me, Argentina (No llores por mí, Argentina), el musical que pergeñaron en los años 70 Andrew Lloyd Webber y Tim Rice, y que da cuenta de la manera totalmente deformada con la que el famoso “primer mundo” se representa a la Argentina en general, y a Evita Perón y al peronismo en particular —la “Argentina democrática“ o postdictatorial, así, tiene su origen en el mito de Evita, o mejor, en esta interpretación prejuiciosa que los británicos (y no solo los británicos) hacen de él – ironías de la música, ese musical que estaba proyectado para despreciar a “esa mujer”, pasa a ser “un potente vehículo para expresar afecto” y simpatía por ella, como sostiene minuciosamente Martín.
El libro está vertebrado por lo menos hasta la mitad por el análisis del enunciado: "Don’t cry for me, Argentina" (No llores por mí, Argentina).
A partir de esta interpretación, Liut demuestra las ignorancias que los países dominantes utilizan para hacerse una imagen de nosotros, esa imagen de país bananero que tenían en aquella época y que pareciera que no tienen ninguna intención de revisar (salvo casos aislados, como el de Madonna, por ejemplo, que también analiza en profundidad Martín). Es fascinante la deriva de esta temática, que en el libro está estudiada hasta en la diferencia de los acordes o de las traducciones que un artista u otro hizo de este show, desde Julie Covington en su lejano origen hasta Nacha Guevara.
De este esfuerzo complejo por representar a Evita, Martín pasa a analizar la canción de Charly García: “No llores por mí, Argentina”, que él interpreta como un embriague por el cual éste deja su etapa grupal y muta al Charly solista, pues, siguiendo las investigaciones de Roque Di Pietro, más sus propios conocimientos musicales, constata las diferentes versiones de este clásico que siempre estuvo presente en la playlist de García.
De este modo, los “dos llantos” (el for export y el visceral) que anidan en el origen del régimen democrático, con sus diferencias abismales y sus diversos devenires, proponen una interrogación lateral sobre dónde ubicar ese origen, como si el cancionero popular se adelantara a veces a los hechos históricos. Martín hace un paneo desde la interpretación global de Evita hasta la crisis y el derrumbe del 2001, y lo que pasa después, cuando el rock se institucionaliza (como ocurre cuando se funda el Instituto Nacional de la Música, INAMU) y comienzan a imponerse nuevos géneros contestatarios que dan una interpretación de la Argentina disidente y resistencial, con la cumbia villera, el rap, Trueno y más allá. El dolor-de-ser sigue estando, aunque quizás no necesariamente ya culmina en llanto.
Quiero decir, en el libro de Martín vamos a encontrar diferentes representaciones de nuestro país, y los combates que distintas clases sociales en distintos momentos históricos entablaron por Argentina en sus canciones. Una mirada plural y contemporánea que considera que un fenómeno musical tiene relación íntima tanto con la música como con la letra de una canción, e incluso con la performance con la que se exhibe.
Una mirada plural y contemporánea que considera que un fenómeno musical tiene relación íntima tanto con la música como con la letra de una canción.
En este sentido el libro de Martín se alinea con una tradición crítica bastante reciente que analiza las letras, pero también los ritmos y las notas que hacen que una canción signifique una cosa u otra. No le teme a ningún género, lo que es un gran punto, que yo agradecí pasándome todo un fin de semana escuchando grupos o solistas que nunca había oído hasta ahora.
Para joder un poco, voy a adelantar una diferencia que tengo con la interpretación que hace Martín de la obra de Charly García, porque repitiendo un lugar común de la crítica y el periodismo sostiene que después de la apropiación que hizo del himno nacional (Filosofía barata y zapatos de goma, 1990), la obra de nuestro genio mermó, como si hubiera perdido algo de magia. Yo diría que la obra se diversificó, pero la magia siguió funcionando: no sólo musicalmente Charly se propuso abandonar los hits (aunque Martín repite una idea que Di Pietro le escribió por mail: que Charly García como toda estrella de rock que se precie nunca iba a renunciar a un hit, “Chipi Chipi”) e incorporar el ruido, al que podemos llamar “pared de sonido” o como queramos, como elementos de la obra. Por otro lado, atraviesa ese momento de couvers en que se percibe como Casandra Lange. Aparece el graffiti salvaje y la filosofía existencial que también forman parte de la obra, pues en ese momento, los 90, Charly advierte que ya no alcanza con la música y las letras para enfrentar a la sociedad, y compromete su vida en esa misión. Si la obra de Charly consiste en canciones clásicas que son emblemas que iluminan el secreto de una época, principalmente los ‘80, Martín tiene razón. Pero si la obra de Charly consiste y consistió siempre en combatir cualquier normalidad que imponga la sociedad hipócrita que fuimos y somos, y vivir de ello, Martín está equivocado y la etapa Say No More es quizás la parte más fundamental de su obra. Sólo el futuro decidirá el significado último de esta pseudo discusión.