La filosofía del futuro, la irrupción de los medios y el fin del ser humano

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La filosofía del futuro, la irrupción de los medios y el fin del ser humano

04 Abril 2021

Por Dani Mundo |​ Ilustración: Gabriela Canteros

Cuando llegue el fin del mundo

no vamos a percibirlo.

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¿Qué es la ontología?

Desde hace unos años viene consolidándose en el campo filosófico un dispositivo teórico que trata de fundar una nueva ontología, una Ontología Orientada a Objetos (Triple O). Entre sus integrantes más encumbrados se encuentran Graham Harman, Quentin Meillassoux, Timothy Morton, Jussi Parikka, y un largo etc. En nuestro país hay varios simpatizantes de este movimiento, que tiene a la técnica como núcleo duro de reflexión. Ontología es una palabra hermosa pero muy pesada, intimidante. Era la disciplina que se encargaba de pensar el ser. ¿Qué es el Ser? Parece una pregunta muy obvia, tal vez lo sea, pero la filosofía siempre se preguntó por cosas obvias e inútiles. Recién con este utilitarismo totalitario en el que vivimos, que somete todo lo que hagamos a la necesidad de ser útil para algo, es que la filosofía cambió bruscamente, y hoy se bambolea entre convertirse en un show mediático cool a lo Sztajnszrajber, o enclaustrarse en la gélida atmósfera de los departamentos académicos. La Triple O tiene para aportar lo suyo en esta decisión. Veremos en qué deriva.

Hasta hace muy poco tiempo la pregunta por el Ser solo incumbía al ser-humano y sus acciones. Si bien el “Ser” remitía siempre a un ente diferente y más potente que él, su existencia dependía de la existencia del ser humano (no hay que olvidar que no hará más de diez años atrás el término “ser humano” era intercambiable con el de El Hombre, cosa imposible hoy en día, aunque a algune todavía se le escapa: así de injusto y arbitrario era nuestro pensamiento). Existía una idea de trascendencia, cuya encarnación última era Dios. Ya no es así. No hay Más Allá. Por diversos motivos, desde ecológicos hasta psíquicos, y principalmente debido a la evolución mediática, ser-humano hoy implica la capacidad de destituir al humano de su lugar de dominio absoluto sobre los otros entes, y colocarlo reflexivamente en un pie de igualdad con todos ellos, desde la vida animal hasta las variaciones climáticas y la explotación mineral. Lo que los diversos miembros de esta novedosa corriente filosófica hacen es ubicar al humano en esa posición más plural, más democrática, menos antropocéntrica o yoica.  Quizás la única manera de comprender esta realidad posthumana que vivimos (que chorrea humanitarismo, por otro lado), es sometiendo a la razón humana a las potencias de lo irracional, y por ende lo incontrolable —el maestro en este arte fue, sin duda, Friedrich Nietzsche, el inventor de la filosofía del siglo XX. Una razón razonable que no se arrogue la potestad de tener razón. Es posible que la filosofía sólo sobreviva si es capaz de crear un método de pensamiento que sea al acto de pensar lo que el sampler o la máquina de ritmos fue a la música hace 40 años atrás. Parece fácil, pero es muy difícil. Habría tan solo que deconstruir ese dispositivo insignificante que se llama Yo.

Para lograr esto, estos filósofos neontológicos incorporan al análisis a un actor que se está volviendo disimuladamente hegemónico, y que desplaza a los humanos del centro de la escena, me refiero a los medios de comunicación o información de masas —este concepto: “medios de comunicación o información de masas”, es demasiado complejo como para poder resolverlo en este ensayito periodístico de tres carillas, pero no puedo dejar de plantear que la diferencia conceptual entre los términos comunicación e información es decisiva, aunque suele pasar desapercibida, y que el término “masas” todavía no está definido, lo mismo que el concepto “información”: para alguna bibliografía especializada el término información es tan denso que no puede definirse de modo claro y distinto (es la tesis de un libro fundamental, La información, de James Gleick). El concepto “medios”, además, se presta a equívocos, porque nos hace creer que simplemente son dispositivos que median entre diferentes instancias (la realidad y el yo, pongamos), cuando en realidad con esa mediación transforman todo lo que es mediado, creando incluso una nueva realidad —en lugar de medios habría que hablar de médiums. A esta nueva realidad la denominamos virtual, y al proceso por el cual nos mediatizamos, mediomorfosis (es un concepto que tomo de Roger Findler). La mediomorfosis da cuenta de una mediatización general de todos los entes. Todos los entes, incluido el yo, se van por un lado mediatizando (van requiriendo medios de información para vincularse), y por otro lado van metamorfoseándose a sí mismos en medios de información, incluido el yo. Esta nueva realidad (RV) no es un espacio/tiempo abstracto que se enciende cuando nos sumergimos en el video game o nos ponemos el casco de 3D. Es muy concreto, tan material como nuestros afectos, nuestra sensibilidad o nuestra corporalidad. Es esta RV la que exige una ontología ampliada que vaya más allá de los problemas tradicionales de la filosofía: no solo se trata de incorporar al cuerpo al hecho de pensar sino de recalibrar qué es un cuerpo (humano), pues aunque suene raro aún no lo sabemos.

Otros seres

Los medios de información (la técnica) son los que le permiten a este movimiento filosófico poner en jaque el antropocentrismo y plantear la necesidad de un pensamiento más plural que tenga en cuenta a los otros seres que habitan nuestro planeta, y que nosotros, los seres humanos, estamos aniquilando —otros seres que pueden ser tanto orgánicos como inorgánicos, naturales como un mineral o artificiales como el smartphone o una botella de plástico, vivos como los animales o inertes como las rocas: cada uno de estos entes es de una forma que convive armónicamente con los otros entes, aunque el ser humano no pueda entenderlo. La nueva ontología ampliada que le otorga existencia a las cosas que rodean al ser humano, y por ende sentidos propios, independientes de lo que los humanos hagamos o dejemos de hacer con ellos, tiene la misión de pensar desde otras perspectivas que no tengan a los humanos como origen ni fin de la vida en el planeta. Ésta es la escala en la que piensan estos filósofos. Ahora bien, los objetos o cosas ganaron existencia porque esa realidad exterior que parecía sólida y obvia hoy ha sido intervenida por los medios. De hecho, esas cosas (un libro, una mesa, una goma de auto, una piedra) también se volvieron medios o incluso multimedios de información y vinculación de masas. Son los medios, o si se quiere, la técnica, los encargados de hacernos tomar consciencia de estos desplazamientos y este descentramiento del ser humano, que el ser humano, por supuesto, se resiste a aceptar y niega.

Durante el siglo XX la pregunta ontológica por el ser encontró una última torsión que terminó abandonando el ser en la nada. Parece un simple juego truculento de palabras, pero este cambio ontológico implicó toda una revolución filosófica: el ser, en tanto ser, no es (es nada), mientras que todo lo que es, desde el alma hasta un inodoro, es un ente. El ser no es y lo que es, es un ente, como si el ser, que no es algo, sea a la vez la condición de posibilidad de todos los entes. A esta sutileza absolutamente desestabilizante el famoso Martin Heidegger —el filósofo más analizado del siglo pasado— la llamó “diferencia ontológica”. Este develamiento tuvo enormes consecuencias para el pensamiento, entre otras aquella que llevó a la filosofía a su propio final —durante unos años Heidegger se enorgullecía de ser el primer pensador post-metafísico. Si hoy llegamos al agotamiento de la filosofía no es porque ésta sea inútil (siempre lo fue: pensar no tuvo nunca ninguna utilidad), sino porque su único objeto, aquello alrededor de lo cual giraba su reflexión, debe ser destituido: El Hombre, la especie humana. Si solo nos informamos por los medios de masas y los libros de moda, esta destitución no se percibe, pues para estos medios lo más importante siguen siendo los seres humanos y las catástrofes que desencadena, el individuo prístino que ansía la verdad y juzga todo lo que no entiende como si no tuviera sentido. Pero en cuanto reflexionamos un poco, advertimos que si hay futuro (no lo hay), el futuro depende de nuestra capacidad de deconstrucción no solo del machismo, sino también del individualismo y el egoísmo modernos, que afecta a todos, todas y todes. El máximo valor de nuestra sociedad sin valores es el individuo, que hay que preservar como sea.

¡Viva la adicción!

La pregunta por el ser, que es algo obvio, hoy encuentra un campo casi inédito para inmiscuirse. Por ahora las promesas de esta seudo escuela no oficializada son más sólidas que sus logros. Sus libros tienen excelentes títulos, intuiciones brillantes, objetivos imprescindibles y argumentos que terminan siendo repetitivos. Es cierto que pasó el momento de los grandes pensadores, ya no los hay. Y que llegó la época en la que la prensa y la publicidad son más importantes que las publicaciones. Los pensadores se volvieron investigadores full time con una agenda sobrecargada de exigencias que piensan sus conceptos entre aeropuerto y aeropuerto. Sin embargo, es en los libros de esta gente donde encontramos gérmenes para pensar lo que vendrá, y dentro de cuya atmósfera ya vivimos. La Triple O habilita pensamientos que pueden ayudarnos a comprender lo que está ocurriendo en nuestra sociedad de la información, postmoderna, tardocapitalista, digital. Para mí, la marca característica de esta sociedad, su esencia, es que divide su realidad en por lo menos dos dimensiones, a una de las cuales llamamos realidad (RR), y a la otra le dimos el nombre de realidad virtual (RV). Que la denominemos virtual evidencia nuestra resistencia, pues nos hace creer que es una realidad que no alcanza el estatuto pleno de realidad, es una realidad devaluada, más potencial que efectiva. Obviamente, no es así: la RV es tan real como la RR. Esto es una novedad teórica inédita, pues nunca en la historia tuvimos una tecnología que habilitara la existencia de una nueva realidad, igual y sin embargo diferente a la RR. Se piensa que la RV es menos real que la RR porque está mediada y en gran parte acontece en la pantalla (no solo acontece ahí, también acontece en nuestro cuerpo). Pero este juicio es producto de un error de perspectiva. Nuestro vínculo con la pantalla y con lo que ocurre en ella es tan íntimo como el vínculo que tenemos con nuestro propio cuerpo. De hecho, “nuestro propio cuerpo” (concepto mal construido, pues da a entender que entre nuestro cuerpo y nosotros hay una diferencia, cuando en realidad son lo mismo) mantiene una relación con la pantalla que nuestro yo abstracto no termina de entender ni aceptar. Preso del imaginario del siglo XIX, lo cataloga de adicción. Hace esto porque supone que el yo es uno y compacto, cuando a todas luces advertimos que el ser del ser humano es un ser esquizo, escindido, fragmentado y sin posibilidad de unidad. Nuestra sociedad decretó que la adicción es mala entre otras razones porque pone en jaque el presunto poder de nuestro yo, que se ve sometido a hábitos que no gobierna. La Triple O nos habilita a reflexionar positivamente sobre estos desplazamientos.

En la realidad analógica en la que vivimos durante siglos, los medios de información o comunicación de masas, desde el libro de papel hasta el la radio, desde las pinturas hasta la tele, cumplían una función muy diferente a la que cumplen los medios en nuestra sociedad digital. En la realidad analógica los medios informaban lo que sucedía en la realidad. Por lo menos supuestamente hacían eso. Había una realidad en la que sucedían cosas, y los medios nos informaban sobre esas cosas. Cuando empezó el análisis en serio de los medios, recién a mediados del siglo XX, fuimos advirtiendo que el hecho de informar era más complejo de lo que creíamos, porque informar no es solo transmitir la noticia de lo que sucedió en algún lado, informar también significa darle-forma (construir) a la realidad a partir de la manera en que se organiza la transmisión de esa información. Construir la realidad ya no significa construir una representación de la realidad, como sucedía hasta la digitalización de la información, significa que materialmente se elabora una realidad en la que los seres humanos ya no somos los amos y señores de nuestros deseos, es decir, de nuestra existencia. De esa sospecha inicial a lo que sucede hoy se dio un paso geológico, pues es la RR la que cada vez más imita a la RV. ¿No será que nuestro auténtico espacio de existencia ya no es la RR sino la RV? No hace falta chequear la cantidad de horas y la cantidad de actividades que realizamos en ellas para corroborar que la virtualidad se está imponiendo como nuestra primera realidad, como un espacio/tiempo otro que estamos habitando y en el que se juegan gran parte de nuestros deseos. El deseo no es una fuerza ciega que nos empuja desde la naturaleza a la transgresión, sino que es una potencia sobredeterminada por lo cultural y lo político —el deseo no es transhistórico o natural, está situado y políticamente influenciado. ¿Qué quiero decir? Que también nuestro deseo está mediatizado. Que nuestro deseo está materialmente encarnado en nuestros medios. Como supo decir el mediólogo Marshall McLuhan, el inconsciente no está oculto en algún lado de nuestro ser, sino expuesto en la tapa de las revistas y en las pantallas.

Chau yo

Tal vez solo aceptando la destitución del yo como ente hegemónico seamos capaces de comprender la nueva realidad en la que estamos ingresando (en la que ya habitamos). La pregunta lógica que surge es: ¿quién o qué ente comprende en este caso? El que comprende no es el yo sino un conjunto de pulsiones que el yo reúne, pero no domina. Para la fenomenología heideggeriana, comprender es algo muy diferente que entender. Entender es una actividad del entendimiento, comprender, en cambio, está cargado de afecto y corporalidad, es ambiguo, pero es a la vez lo que nos enraíza en la existencia, lo que nos permite ser lo que somos. Comprender es un acto artístico, digamos.

Lo que la Triple O como idea general nos habilita a pensar es que ahora ya no somos simples usuarios de los medios, que los utilizamos en nuestro provecho para acceder a realidades que de otro modo nos serían desconocidas. Ahora también "habitamos" los medios. Somos sus funcionarios, dice el filósofo italiano Umberto Galimberti. Desde hace años los trabajos teóricos sobre medios vienen repitiendo que estos se convirtieron en nuestro medio ambiente, que vivimos rodeados de medios como en otras eras vivíamos rodeados de naturaleza. No es muy alocado decir que de hecho cada uno de nosotros se volvió un medio de información, incluso un multimedio. Desde nuestras huellas dactilares hasta nuestros deseos están cargados de información a interpretar o procesar. Los medios son, por supuesto, dispositivos exteriores a nosotros: ahí, sobre la mesa, está el smartphone, más allá la tele y los libros cubren las paredes que me rodean. Pero a la vez todos esos medios influyen en nuestra intimidad, integran nuestra intimidad, alimentan nuestro deseo. El deseo no es una fuerza natural sino una potencia históricamente construida. Entre el smartphone y nosotros se entabla una relación que se parece menos a la que entabla el yo-pienso con la mano, que la que entabla la mano del ciego con el bastón que utiliza para orientarse por el mundo, y que tan bien analizó el querido Maurice Merleau-Ponty. Llega un instante, dice Merleau, que entre la mano y el puño del bastón hay un acoplamiento, se vuelven una unidad y ya no pueden diferenciarse como dos entes distintos. Con el Smartphone sucede lo mismo.