Los Charlys que no fueron
“Rompé las tendencias/Gritá, agitá, no seas como los demás”.
Podríamos empezar imaginando que un niño tímido llamado Charlie no le decía al maestro Falú que tenía una cuerda de su guitarra desafinada, y que nunca descubrían entonces su oído absoluto (hasta mediados de los años setenta Charly firmaba sus canciones como Charlie, como sabe cualquiera que haya leído un par de páginas sobre él).
Sin salir de su infancia, podríamos imaginar que Charlie nunca se flagelaba las manos porque nunca conocía a su profesora Julieta Sandoval, que creía que solo por medio del dolor se pare el arte. Es realista pensar que esta anécdota que Charly contó infinidad de veces haya sido una influencia muy importante en el “fenómeno” Charly García —llamo “fenómeno Charly García” a la unidad de obra y vida, que en nuestra concepción postestructuralista y romántica deben ser analizadas como una unidad, tal vez no siempre pero sí en algunos casos, como es el caso de Charly García.
Charly lo dijo muchas veces: él estaba destinado a ser un concertista clásico hasta que se cruzó con la canción “Hay un lugar”, de los Beatles, que le quebró el cerebro y transformaría su vida. Ahí y por unos años Charly se hizo hippie y folk, en un clima social de violencia explícita y creciente. El peronismo estaba proscrito. En esa atmósfera, Charly creaba alegorías de amor trágico, el más bello amor, el eterno. Idealismo en su más pura cristalización: “Hubo un tiempo que fui hermoso/y fui libre de verdad … Con el tiempo fui creciendo/y mis fábulas de amor/se fueron desvaneciendo/como pompas de jabón”, con estos versos comienza su primer disco y su vida de artista, una dulce canción en la que convoca a su muerte.
Imagínense que Sui Generis nunca se hubiera separado y que no conocíamos ni La máquina de hacer pájaros ni Serú Girán. ¿Cómo hubiera sido nuestra adolescencia, y la de tres o cuatro generaciones más? No tengo idea, pero estoy seguro de que todo nuestro imaginario cultural hubiera sido muy distinto de lo que vivimos.
Tengo esta sospecha. Charly confesó varias veces que cuando compuso el himno “Los dinosaurios”, todavía no era un himno y él no había pensado en los militares. Muchas veces se repitió el famoso e importantísimo latiguillo: “la obra no es del autor o del artista, la termina de crear su público”, una idea que nace en el Renacimiento italiano. El artista como médium. La genialidad consiste en descartar lo que sobra. La deriva semántica y social que conoció esta canción da cuenta para mí de otra cosa, además. No que Charly y todo el campo de la cultura no hayan sido azotados por la Dictadura, sino que en términos reales la Dictadura pasó como por el margen del campo del rock. De ahí que cuando le preguntaron alguna vez a Charly qué estaba haciendo el 24 de marzo de 1976, haya respondido que no tenía ni idea, y era verdad, y lo fue durante más tiempo del que retrospectivamente se creería. ¿Que sufrió aprietes, cárceles, suspensión de shows? Seguro, pero la democracia no lo trató mejor. Charly y una gran mayoría de músicos importantes no tuvieron que exiliarse, no eran “militantes” y la política no les interesaba (una política, además, que se había militarizado hasta los dientes con bombas de cianuro).
¿Componían los artistas bajo censura? Por supuesto. Todos sabemos, sin ir muy lejos, lo que pasó en la grabación del disco Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, lo que se tuvo que descartar y lo que se tuvo que cambiar, empezando por el mismo nombre del disco —de cualquier forma, es un disco que salió antes del Golpe. La censura favorece al artista, enriquece su capacidad metafórica. En esa época —lo dijo muchas veces Charly—, “el enemigo era claro. Ahora el enemigo está más difuso”. Me gusta pensar que el auténtico enemigo para Charly era y es algo más trascendental que cualquier gobierno de turno, aunque sea un gobierno de militares asesinos: su enemigo es la normalidad en sí de su sociedad. Su propio yo construido por esa sociedad. Algo que tiene que ver con la trascendencia humana, cuando todavía había una trascendencia.
Cuando compuso “Alicia en el país”, en 1976, para la película de Eduardo Plá, tampoco tenía en mente a los militares, y de hecho la letra cambió mucho en esos años que separan una versión de la otra, cuando la reescribió para Bicicleta. ¿Qué quiero decir? La relación de Charly con los desastres políticos del país es muy lateral, por eso le pudo decir a todos los que estaban escuchándolo en el Salón Blanco de la Casa Rosada en el año 2005: “¿Menem no era peronista, igual que ustedes?”. Vaya oído el del maestro: “Yo soy roquero, igual que Jagger”, dijo a continuación, para amortiguar el cross.
El genio debe ser comprendido de un modo diferente al resto del mundo, y nadie duda de que Charly es un genio, en el sentido renacentista del concepto, básicamente: una vida dedicada a una obra, donde su vida es inseparable de su obra, o su obra de su vida. Donde (lo sepa o no) la obra es más importante que la vida, y de hecho a veces debe sacrificar su vida en pos de su obra, lo que no tiene nada que ver con el éxito —¿se hubiera cortado la oreja Van Gogh si hubiera alcanzado el amarillo que buscaba? ¿Lo hubiera hecho si se casaba con una mujer que le prohibía beber ajenjo? El artista elige, el genio no: está “condenado” a su obra y a su vida.
En el caso de Charly, vemos que su obra y su vida se coronaron con el mayor éxito que una persona y más un artista (un pianista y poeta) podría desear: generar una aceptación unánime alrededor de su figura, que siempre fue muy controvertida. Una persona que desde Sui Generis, su adolescencia, hasta el día antes de su show en el teatro Colón, entrando en la tercera edad (podríamos poner cualquier otra fecha de comienzos de la segunda década del presente siglo), permanentemente había sido criticada, rechazada, híper alabada, glorificada, una especie de esquizofrenia que es la marca de agua de nuestra postmodernidad occidental, pero también la de nuestro país.
“Nadie duda de que Charly es un genio, en el sentido renacentista del concepto, básicamente: una vida dedicada a una obra”.
En fin, no voy a seguir con esta lista contra fáctica de idioteces, pues ahí están esos dos monumentos de Roque di Pietro: Esta noche toca Charly I y II, para señalarnos casi día por día lo que hizo nuestro genio, y por qué no hay nadie que se le parezca en nuestro país —en el mundo calculo que solo habrá un puñado de personas que hayan cumplido una función parecida a la que Charly cumplió en Argentina, poniendo a sus amigos del “club de los 27” en esa lista. Cualquiera que diga cualquier cosa de Charly para mí antes tiene que leer esos dos tomos, que sin dudas forman parte de la obra completa de Charly —si con Borges nos parecía que el concepto de “obra completa” era una broma, con Charly es un hazmerreír, pues Di Pietro investiga las minucias más “insignificantes”, como por ejemplo qué remera usaba Charly en tal recital, qué instrumentos tocó, o lo que hacía Charly después de un recital masivo, que iba a un barcito y tocaba para cincuenta personas (y miles de anécdotas más, que enriquecen y fortalecen la figura del genio). Luego de los libros de Di Pietro y de los canales de Youtube “Los piratas de Charly” y “Rarezas SNM”, esas “minucias” dejaron de ser minucias insignificantes y se convirtieron en elementos muy significativos en la obra de nuestro artista (ya lo eran, pero ahora sabemos que están registrados para la eternidad, y que cualquier investigador del futuro, si tal cosa va a existir, tiene millones de horas grabadas del fenómeno).
Cuando Charly sacó Clics Modernos, yo tenía 15 años, y fui uno de los que se sintió traicionado, al fin de cuentas estábamos todavía en Dictadura y el campo del rock era muy celoso con las innovaciones tecnológicas y las mixturas con la industria: “Somos muchos los que salimos aburridos del Luna Park” escribía Gloria Guerrero, una de las críticas más importantes de rock del momento, en la mítica revista Humor —no era ni siquiera Patricia “Peperina” Perea, a la que seguramente Charly ya no le gustaba más, era una del “palo” la que escribía esto.
Charly siempre fue criticado, es decir, rechazado, es decir, incomprendido. Él no sólo ideológicamente sino realmente apuntaba al futuro, que siempre lo aceptó. Charly no terminó de salir de la adolescencia, por eso comunica como telepáticamente con ella. Por eso a los que íbamos creciendo no nos resultaba tan fácil aceptarlo y por ende menos comprenderlo —la mayoría de mis amigos todavía siguen diciendo que a ellos lo que más les gusta es lo que hizo en la década del ochenta. Así estamos.
A nosotros todavía nos dolía el desarme de Serú (algunos aún estaban dolidos por el Adiós Sui Generis), que había funcionado como una vacuola de aire respirable que nos permitía reírnos de nuestra tragedia, y disfrutar algo —los recitales de Serú a los que yo llegué a ir eran una fiesta en medio de una sociedad que hacía esfuerzos para que el sacrificio humano que había consumado pareciera normal, en los que se festejaba a los músicos tirándoles monedas o frutas. Desorientada es lo mínimo que diría de esa sociedad, a la que nosotros estábamos ingresando. Y por suerte tuvimos a Charly García como el lazarillo que nos arrancaba de la oscuridad, aunque para lograrlo debiéramos enfrentarnos a nosotros mismos. Parte de la naturaleza del genio está en arrostrar desafíos y doblegarlos, o en otras palabras: arriesgarse a cambiar (cuántas veces leímos que Sui Generis hubiera podido seguir siendo Sui Generis hasta que alguno de los dos se muriera de viejito, pero ¡cuántas posibilidades de vida nos hubiéramos perdido!)
En aquel momento yo me enojé (se vendió a Fiorucci), y me llevó mi tiempo modernizarme. Ni siquiera había escuchado Pubis angelical. Ahí aparece otro Charly que no fue y que me interesaría interpretar ahora, para cerrar este ensayo.
Estoy seguro que todos recordamos las cientos de veces que Charly amenazó con irse del país, por diferentes motivos (baste este link para entender lo que digo https://www.youtube.com/watch?v=7fEaon_ihc8, una entrevista radial que le hizo Badía en 1987).
De hecho, está muy chequeado que en esos años a Charly le hubiera gustado dejar de cantar en español y empezar a hacerlo en inglés. Advertía la repercusión que tendría si entraba en esa liga mayor. Y no fueron sus amigos los que lo convencieron de que tal cosa no funcionaría, sino el mítico Joe Blaney, el productor-ingeniero de sonido de Clics Modernos y de tantos otros discos. Sus metáforas no se entenderían en inglés, o dicho de otro modo: su porteño estaba muy arraigado, le dijo. Un portazo en la trompa. ¡¿Qué diferente a la suerte de Borges, no?!
Charly tuvo la (¿mala?) suerte de nacer en Caballito y de ser de clase media, esa panclase social tan cuestionada en nuestro país. Y de pertenecer al campo del rock, que nació impugnando a la sociedad, y que la sociedad terminó capturando y haciéndole cantar para ella.
En inglés, Charly hubiera estado a la altura del que más, pero estaba condenado (¿o agraciado?) al porteño, ni siquiera al español (en España nunca tuvo una gran acogida, aunque la visitó varias veces).
“Charly es político en un sentido profundo, porque sus palabras, sus actos y su música impactan en la realidad”.
No sé si se entiende el grado de tragedia de este pobre poeta y pianista que de ahí en más se fue convirtiendo en un chivo expiatorio, el sacrificado por una sociedad que a la vez lo idolatraba. De aquí que arriesgue la hipótesis de que no hay ninguna contradicción en el recital grabado durante el menemismo en la quinta presidencial de Olivos, Charly & Charly, y esto es así aunque no podamos entenderlo —sobre este acontecimiento también ya se escribió casi todo lo que se podía escribir, tal su complejidad.
Imaginemos que en lugar de esa respuesta “desafortunada” Blaney, en cambio, le decía: “I think your tone and accent can go very well in NY”. Y Charly entonces se quedaba en Nueva York, sacaba hits que atravesaban todo el globo y se volvía una estrella mundial como John Lennon o David Bowie. No creo que su desgarramiento hubiera sido tolerado por el establishment internacional, y tal vez Charly ni siquiera lo hubiera necesitado, se hubiera convertido en algo más cercano a Paul McCartney o Peter Gabriel que en el roquero maldito que fue. Todo fue muy en carne viva para él, siempre. Seguramente no hubiera sido “nuestro” Charly. Como vengo escuchando desde que tengo quince años, el diálogo de Charly con la realidad argentina fue siempre clarividente, una Casandra que des-cantaba sus mismas canciones suturadas de dolor y desencuentros. Sin duda, alguien con el poder de mirar lo que pocos quieren ver.
Pero tal vez no sea solo un problema de su lengua materna lo que se interpuso en su destino, quizás sea un problema de su misma voz y del estilo desgarrado de los grandes artistas que admiramos. No creo que ese artista desgarrado se hubiera logrado construir en esa opción primermundista, pues solo la realidad argentina lo podría parir. Me gusta esta opción, aunque mi felicidad haya costado una vida. Una vida que eligió cómo debía de ser vivida, para bien y para mal, y que le enseñó a millones de argentinos la mejor manera de hacerlo.
Cada uno de nosotros tiene “su” Charly, como tan bien lo retrata el póster que acompaña esta nota y firmado por Tian Firpo. El ídolo folk o el nihilista, el sinfónico o el moderno que llevamos prendido en nuestro corazón y en nuestro cerebro. Charly es político en un sentido profundo, porque sus palabras, sus actos y su música impactan en la realidad, la cuestionan en su esencia y la transforman. Y convocó a muchas generaciones a seguirlo.
A ningún otro artista le exigimos tanto.
“Ellos escriben las cosas/y yo le pongo melodía y verso”
Mientras cantaba “Los fantasmas”, sobre el final del recital en el Salón Blanco que cité hace un momento, se preguntó: “¿Quién es el fantasma? ¿Videla? ¿Yo? (y mientras hace gesto de no sé, no tengo idea, agrega) ¡Pero gané!”