Ortega Peña: La sangre derramada
Por Luciana Sousa
El flamante film, que se presentará próximamente en festivales internacionales, cuenta con la producción periodística de Felipe Celesia y Pablo Waisberg, biógrafos del abogado, lo que supone un diálogo estrecho con los documentos y testimonios reunidos en el libro La ley y las armas. Biografía de Rodolfo Ortega Peña (Aguilar, 2007), de la dupla de periodistas.
El relato del documental se organiza cronológicamente; proveniente de una familia ilustre, Rodolfo fue estimulado desde muy pequeño hacia el conocimiento. Realizó estudios en Filosofía y Ciencias Económicas y, con apenas 20 años, se recibió de abogado. Fue en la Facultad de Derecho de la UBA donde conoció a Eduardo Duhalde, con quien conformó una prolífica sociedad profesional y política. El estudio que juntos constituyeron se dedicó primero a disputas laborales y, posteriormente, a la liberación de presos políticos, en el marco de la Asociación Gremial de Abogados.
De origen antiperonista, apoyó inicialmente el golpe cívico-militar de 1955 para luego acercarse al frondicismo, militar en el PC y finalmente abrazar el peronismo. Junto a Eduardo Duhalde realizó asesoría legal a distintos sectores del sindicalismo, entre los que se destacó la Unión Obrera Metalúrgica, conducida entonces por Augusto Vandor, a quien se acercaron durante el Plan de Lucha que libró la CGT en 1964. Fue también junto a la UOM que editaron el libro Felipe Vallese: Proceso al sistema, basada en una investigación sobre la desaparición del joven militante obrero. Por su origen y por los escasos esfuerzos que hizo la organización liderada por Vandor para esclarecer el secuestro de Vallese, la publicación despertó suspicacias en numerosos compañeros e intelectuales, entre los que se cuenta a Rodolfo Walsh.
Cuando Vandor apoyó el golpe del general Juan Carlos Onganía, Duhalde y Ortega Peña se alejaron definitivamente del gremio y se abocaron a la actividad intelectual, a través de la revista Militancia, y a la profesional, como abogados defensores de presos políticos. Durante esta época, también, escribieron numerosos libros en los que polemizaron con la historia oficial, como Felipe Varela contra el Imperio Británico, Facundo y la montonera, y Baring Brothers y la historia política argentina.
Tras la vuelta de Perón, integró la nómina de diputados nacionales por Capital Federal en la lista del FREJULI. Cuando conquistó su banca, en 1973, juró como legislador con la legendaria frase que lo acompañó hasta su tumba: “La sangre derramada no será negociada”.
Como señaló en alguna ocasión su compañero Eduardo Duhalde, entendió “el conocimiento como arma transformadora”, y, bajo las banderas de la liberación nacional y el socialismo ejerció una práctica política en donde desplegó un pensamiento crítico. Cuestionó muchas de las iniciativas de la tercera presidencia de Perón, al tiempo que lo acusó de haber traicionado el programa del FREJULI.
La oposición a la reforma del Código Penal lo obligó a replegarse en una banca unipersonal, “Bloque de Base”, banca que puso al servicio de las bases trabajadoras y desde donde insistió con énfasis en las denuncias sobre violación a derechos humanos que, tiempo después, le costaron la vida.
Denostado por la derecha peronista, y advertido sobre el riesgo que corría, subestimaba su seguridad, especulando con su rol institucional y su ascendente popularidad. “La muerte no duele”, contestaba en tono jocoso a todos aquellos que le sugerían tomar medidas preventivas, resguardarse.
Ortega Peña fue acribillado el 31 de julio de 1974 cuando bajaba de un taxi en Arenales y Carlos Pellegrini, pleno centro porteño, junto a su segunda esposa, Elena Villagra. Su cuerpo fue luego trasladado a la Comisaría 15, donde lo recibió el comisario Alberto Villar nombrado por Perón como jefe de la Policía Federal y fundador de la Triple A, ejecutora de Ortega.
El testimonio de sus hijos, sus amigos y sus compañeros conforman un relato coral sin fisuras en torno a su figura y la pasión, casi épica, con la que vivió durante aquellos años la vida pública y la privada.
A modo de conclusión, el documental convoca a uno de sus más cercanos compañeros, Vicente Zito Lema, autor del poema Homenaje a Rodolfo Ortega Peña, in memoriam a los caídos, que se presenta como articulador de ese pasado, hasta entonces compacto, aislado, y lo pone en diálogo con un presente de derrota; un retroceso en materia económica, política y social, con gusto a derrota, y con la vuelta de presos políticos.
Recita Zito Lema:
Hemos debido dejar la patria/aquel paisaje que
Era nuestro espíritu.
Nos queda la memoria / los hijos / lo amado…
El sol que se aparece por la ventana
ilumina esta pieza donde escribo
Palabras
Palabras sin respuestas
Palabras como un abrazo
No tiene final un poema para el amigo asesinado
Tampoco tiene final esta lucha que nos envuelve
y desgarra
La derrota es hoy la gran señora impía que todo
lo corrompe. Pero ella no es eterna
Volveremos del exilio. Sin pactos
con el exterminador. Sin comercio
de nuestros muertos.
O volverán nuestros hijos
Sé que tus hijos Rodolfo
Y mis hijos, y los hijos de cada compañero
verán hacerse luz la pesadilla.
El poeta, con los ojos llenos de lágrimas, hace un largo silencio que la cámara registra. Hasta que segundos después, como despertado de un trance, vuelve en sí con un “bueno”.