Chaguando penas de fuego
Por Norman Petrich
Los Wichís, nación de cazadores recolectores, suelen confeccionar desde tiempos milenarios con el chaguar (planta autóctona del norte argentino y sur de Paraguay y Bolivia) desde bolsos hasta redes y sogas. Las mujeres suelen recorrer muchos kilómetros de monte, en lugares donde el agua no abunda y el calor manda, para encontrarla y este caminar suele ser todo un ritual de lo colectivo: si una mujer necesita chaguar, se organiza con otras y salen a buscarlo.
De la misma forma y desde el comienzo de este libro, en un sentido poema en el cual dialoga con Inés Manzano, Alfredo Luna nos advierte que vamos a andar chaguando penas de fuego para transformarla en una red que, por suerte, tiene agujeros por donde las palabras vuelan buscando su destino en el mar.
“Me pensé como poeta que busca un oído atento, porque yo escribo sin saber para quién, sin saber a dónde van a ir a parar estas palabras, que a veces son de hierro y otras de niebla”, afirmó cuando recibió el Premio Provincia de Córdoba 2018 por Daños personales, y esa búsqueda trasvasa todo el poemario llevándonos a ese lugar donde el lenguaje es el pozo/ del duro gesto de callar, es intención de contar lo súbito invisible/ en plena soledad sin tiempo.
Parece fascinar a Luna el convertir cada poema en una joya, despliega un trabajo de orfebrería para ello, un juego de contraposiciones donde todo cabe en la palabra y viceversa. Va chaguando la palabra para que luego se escape entre los tientos.
Eso suceda porque (tal vez) la ve como a una jaula y bien sabe que A la jaula se le ha muerto el miedo de ser habitada.
Como si fuera un penitente, la delicadeza con que la carga se ve reflejada en la imagen del que va llenando de luz esta costumbre de llevarte en mi tristeza como un sueño.
La obsesividad por la palabra poética es una línea que cruza por completo la primera parte del libro; por eso el silencio bulle, por eso el sonido va perdiendo escamas, cuando la noche cabalga igual que posesa y la palabras flotan arrebatadas de fuego.
En la segunda parte la figura de la madre se hace omnipresente, esa flor desconsolada que ciñe el ajuar mortuorio de la dicha y allí se encuentra el poeta, tratando que el silencio muera en sus manos.
En la tercera, el amor se transforma en deseo, en un perro pordiosero, y allí pan y ausencia están intactos. Un lugar donde te perdono lo que no fue y te devuelvo lo que sucederá.
En el apartado siguiente, dedicado a María Negroni, la palabra vuelve a cobrar vuelo y se refugia en la figura de un pájaro. Allí, a los miedos, las acechanzas, el deseo, les nacen alas y el horizonte siempre es la palabra, sobre todo la poética: en el poema vive intacto lo que el pájaro desea.
Así llegamos al último grupo de poemas donde tanta luz hostiga y en una hoguera de luto se ofrecen solemnes condolencias, vuelve a plantear ese tremendo juego de contraposiciones donde no hay realidad que llene la incertidumbre y le pide a ese dios que no respeta ley, que también tiene miedo, devuelva todo el bien que te hice cuando te amaba.
Al igual que los chaguarales, la palabra del catamarqueño se multiplica en sus gajos y sus hojas se defienden con espinas. Hasta su centro llega a puro machete, corta lo mejor y realiza con ella su trabajo para luego ofrecerla. Nos busca como receptores en un hermoso ritual. El daño es personal. La pena vale para todos.
Publicamos estos poemas que pertenecen a Daños personales:
este fulgor leproso
pájaros ralos cabalgan sobre el mar
se va llenando de luz
esta costumbre
de llevarte en mi tristeza
como un sueño
hasta que se acabe la muerte.
la noche recuerda el peso de lo inmenso
en el puño
la noche cabalga igual que posesa
y la palabras flotan
arrebatadas de fuego
¿qué mano lleva al lugar del error
qué lumbre
qué transparencia?
cristales de fuego en mi lengua
madre
en el primer día nadie dijo
esta codicia inexorable
los ritos escandalosamente sagrados
ni la muerte precisa
cercada por el terror de amar
te deslíes en el ansia feroz de los marineros
hiciste de nosotros una casa derrumbada.
daños personales
en el desierto he buscado un pan lleno
de fiebre un agua tan vino
tan sacramento
incansablemente
persigo las tibias tardes de la ronda
la niñita triste que no sabe
la mujer que tampoco
y el abrazo hasta la felicidad
hasta la extinción
perdido en las algaradas de la memoria
intento que el silencio muera en mis manos.
los pronombres duelen
fuimos el pan derrotado
ahora es negra la hierba que piso
y la casa
un cuerpo errante.
V
los pájaros aúllan
cuando se pierden en la noche
impune
dios les ha borrado el alma
por eso
buscan la Poesía.
VII
peregrinos del aire
los pájaros
cuando tienen miedo
acampan en las palabras
arde un aullido formidable.
solemnes condolencias
todo suena en la intemperie del ojo
las sirenas
mariposas del océano
dicen que lejos
muy lejos
hay otra patria
no me asiste tal certeza.
Biografía:
Alfredo Luna nació en San Fernando del Valle de Catamarca en 1953. Es Magister en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y obtuvo el Primer Premio del Salón al Aire Libre de Poemas Ilustrados Catamarca (1972), el Premio Luis Franco por su aporte a la cultura de Catamarca (2016) además del ya mencionado Provincia de Córdoba. Ha publicado Las palabras imposibles (1993); Los días demorados (2005) Los fuegos prometidos (2006); La mirada sonora (2008); Vigilia Hereje (2013) Palabra matada (2014) y Testigo infiel (2015).