La luz de la lata sobre los ojos, la poesía de Mariela Gouiric
Por Claudia Sobico
“Y todos juntos sin tocarnos ni mordernos
encontramos en tu cuerpo
la humedad del amazonas
para poder dormir.”
Le aviso a Mariela que llego un poco más tarde de lo acordado. Toco el timbre B y espero. Baja apurada, con sonrisa y el pelo chorreando sobre la remera. Se disculpa. Justo aprovechó mi tardanza para bañarse, dice. Su departamento, un primer piso por escalera a pasos del Parque Centenario, me recibe con el balcón abierto. Veo muchas plantas desordenadas, casi apiladas, y me acuerdo de los gajitos traídos del interior en su poesía. Prepara mates con miel y charlamos…
…del origen del poema
APU: Muchos de los escenarios en tu poesía son sumamente tristes, el poema de la mamá que saca piojos, la luz que el papá deja prendida, su cansancio, un pibe baleado por la policía. Sin embargo, no te quedás en la poesía panfletaria. ¿Cómo se cuenta una realidad sin bajar línea?
Mariela Gouiric: No sé. (duda, piensa) Me parece que no soy una persona muy baja línea. Pero más allá de eso, dentro de la escritura, creo, no bajar línea es ser casi amable con el lector. Es invitar a la otra persona a pensar con vos. Cuando escribo un poema, lo que hago es pensar adentro de ese poema. No escribo para decir “esto tiene que hacerse así”. Trato de pensar y estar abierta a lo que sucede cuando escribo. Creo que soy bastante pedagógica y por eso voy haciendo preguntas. Voy pensando junto al lector, y si hay una conclusión, me gusta que lleguemos juntos, más allá de estar de acuerdo o no. Intento hacer de mi poema una invitación. Damián Ríos me enseñó algo muy lindo. Él me dijo que uno escribe un poema cuando no sabe algo y quiere aprenderlo o conocerlo. Eso desarma la actitud arrogante, o moralista o baja línea. Y también me pasó, estudiando análisis de obra, mi profesor me dijo “Hay una pregunta: ¿Qué es la pintura? y vos vas a responder pintando”. Y eso me pareció una verdad muy grande y la trasladé a todo lo que hago. ¿Qué es la amistad? lo responderé con mi práctica, siendo amiga. ¿Qué es la poesía? Responderé con mis poemas. ¿Qué es la maternidad? Responderé pensando en las acciones de una madre, los escenarios, qué es el amor. Trabajo más desde la pregunta que desde la respuesta. Sí, eso, ahí.
(La última frase la dice con cierto brillo en los ojos, como con orgullo. Como diciendo ¿Ves? Encontré la respuesta, respondiendo.)
…de Marie la niña y la escuela
APU: En Ley 26.485 le hablás a la mujer que sufre violencia doméstica. La instás a armarse, rebelarse, rajar, empezar de nuevo. ¿Creés que la poesía tiene ese alcance? ¿Puede la poesía conmover a una persona al punto de modificar(nos) la vida?
MG: (Ríe) Sí, creo que sí, claro. A mí siempre la poesía, en realidad, cualquier expresión artística, desde que era chiquita y estaba en la escuela, me conmovía. Me producía mucho placer y también me iluminaba, pero no en el sentido del iluminismo, sino desde el amor y el afecto. Sentía que ahí había un mundo habitable. Encontraba placer en las palabras, en la pintura, en mezclar colores. La primera vez que entré a un teatro me morí. Y no me pasa con otras cosas. A algunas personas les pasa con el deporte o la comida. Yo vivía en una casa muy chiquita y humilde, al costado de la vía, en Bahía Blanca, y aunque es ciudad, era una situación muy de campo. La casa llegaba al corazón de la manzana y por ahí pasaba el tren. Entonces mi papá rompió la pared, puso un portón que hizo él y abrió la casa a las vías. Una idea genial. Nosotros salíamos, andábamos en bici, nos subíamos a los árboles y a los trenes, prendíamos fuego. Era muy divertido y muy libre. Entonces yo descubrí las palabras recién en la escuela. Descubrí lo que era leer una historia con personajes diferentes, otros paisajes. Y eso me fascinó. Amplió eso que no estaba mal, porque éramos muy libres ahí, pero encontrar otros paisajes en la escuela me fascinó.
APU: ¿Hay alguna poeta que sientas que te modificó?
MG: Me acuerdo la primera vez que escuché algo de María Elena Walsh, no las canciones, un texto que leyó una maestra, Dailan Kifki. Y me acuerdo las rimas, algo así como llamen a los bomberos que se quema el puchero. Y yo nunca había escuchado algo así con rimas, y todo ese texto me pareció increíble. También me acuerdo la primera vez que me leyeron a Storni. Yo no entendía qué pasaba dentro del poema. La maestra lo explicó y yo sentí un manjar en la boca. Después no leí más, empecé a leer recién a los 25 años. Mi mundo literario se terminó en la primaria. En mi secundaria la biblioteca estaba de espaldas, los libros no se veían. Había un mostrador y una persona que te decía ¿qué querés? y yo así no podía, necesitaba tocar los libros. En la primaria teníamos los libros al alcance, podíamos revolver y elegir. Entonces dejé de leer. Recién cuando vine a Buenos Aires me regalaron una novela de Fabián Casas, Ocio, y ahí pensé por primera vez, ¿por qué yo no escribo? Esa novela en ese momento me habilitó porque él escribe desde la oralidad. Esa novela me dijo vos también podés escribir así, como vos hablás, sencillito. Me dio permiso. Yo justo vivía en Boedo y él cuenta recorridos y calles de Boedo, y me acercó la literatura.
…de la teoría del amor
APU: En varios de tus poemas revisás las relaciones entre chicos y chicas: A veces me gustaría tener una yo también / y agarrarlo directamente de espaldas /lavando los platos en la cocina comedor, /respirarle fuerte en el oído y decirle antes de bajarle el pantalón: /―Sos tan linda, mi amor. ¿Cómo ves los vínculos de hoy, en relación a temas de género, sexualidad y violencia?
MG: Creo que estamos en una época muy dura para el amor. Creo que el amor está muy teorizado. Hay personas con alguna formación, que se proponen pensar el amor. También hay quienes no. Voy a Bahía Blanca y tengo amigas del barrio que están en una situación casi de continuidad, que no están pensando. Pero las personas que sí lo teorizan y piensan en la necesidad de romper con algunas estructuras, y teorizan: que el poliamor, que el género fluido, que el no sé qué, que la identidad, la construcción de la identidad, que la pareja abierta, que la monogamia (ríe) ya hoy en día si querés ser monogámico quedás casi como hijo de yuta. Y mi sensación es que se necesita discutir mucho pero en la práctica falla. Cuesta comprometerse. Y cuesta romper con el binarismo. No es que el binarismo sea satanás y haya que sacarlo de nuestras vidas, sino que nos ubica en roles que nos hacen mal y nos dañan.
APU: ¿Por qué? ¿Quedar afuera nos hace sufrir, decís?
MG: Y sí, y no hay fórmula, porque no es verdad, por ejemplo, pensar “ahora soy lesbiana y ya no tengo ese problema”, porque hay cosas que son de la humanidad, temas de abuso de poder, de violencia. Me incluyo en esa revisión pero insisto, no es fácil desarmar las propias violencias, es un proceso muy largo. Para mí es una cosa de prueba y error. Hoy la mirada está puesta en desarmar la violencia de los varones, en desarmar a los varones, y no digo que esté mal. También hay muchas categorías, varones trans, pakis, lesbianas y como dice Susy Shock, “no quiero más títulos que cargar“.
Me han dicho que ese poema es confuso o contradictorio. Hay feministas que creen que una trava no puede nombrarse mujer. Yo lo que quise hacer ahí fue jugar y pensar cómo uno quiere tratar a una persona. Con deseo y eso de brutal que tiene el sexo y a la vez ternura. Y es verdad que el poema es confuso, yo estaba confundida sobre cómo nombrar. En ese poema está confuso el género, es como ¿tiene pija? ¿No tiene pija? ¿Quiere tener? ¿Quiere que se la pongan? También me gustó pensar que un chico se deje avanzar de esa manera porque hay mucho tabú sobre qué se puede y qué no se puede hacer en el sexo. Y siento que hoy aún, si te vas dos cuadras de tu zona de confort o incluso dentro de tu zona, cuesta mucho la práctica. Tal vez todo este pensar le sirva recién a las generaciones que vienen.
…del nombre
APU: Hay muchos amigos y amigas en tu poesía, muchos nombres. ¿Qué es el nombre?
MG: A mí me gustan mucho los nombres, nombrar me gusta. Creo que ahí hay algo de la humanidad en eso de nombrar. A veces los miento pero nombro mucho a Fram porque vive conmigo y le hago sentir al lector que lo conoce. Es divertido. Antes, cuando trabajaba de camarera, nombraba mucho a mi amiga Silvita. Y es una manera de hacer que la poesía sea cercana. En los nombres hay mucha información, una época, una generación, siempre hay historias. Quien decide cambiar su identidad de género seguramente se cambia el nombre. Yo cuento cómo me eligen el nombre a mí. Y cuando doy taller insisto en que pongan nombres; no me digas la vecina, decime Marta. ¿Qué pasa si en vez de poner “mi hijo” pongo su nombre? ¿Y si un día le ponés el nombre a tu mamá? ¿Qué pasa dentro de ese poema? Viste que la madre se diferencia de uno cuando la nombrás: La primera vez que nombré a la mía, Carmen, fue como wow, mi mamá era una persona antes de que yo nazca. (risas)
…de la injusticia
APU: En Una mujer que se crió en un coso de monjas describís lo deseado que nos es vedado. La injusticia social es, creo, el paisaje central de tu poesía. Esa mujer encerrada escucha y desea. ¿Cómo surge ese tema en vos? Eso de contar pequeñas injusticias sociales, o gigantes. ¿Sos consciente de esa elección?
MG: Sí, soy consciente pero no sabría decirte cómo surge. Esa historia es de mi abuela, la mamá de mi papá. Cuando yo era chica me contó que ella estaba en María Auxiliadora, creo que se llamaba, y hubo un terremoto y entonces la mudan de ciudad y estaba lejos de su familia y se sentía muy sola. Ella contaba que estaba acostada y escuchaba la música de una fiesta y los escuchaba tan contentos y más triste se ponía. Sentí mucha pena por ella, me quedó muy marcado, era muy visual lo que contaba.
En el relato de mi nombre también aparece mi mamá, una mujer que se sentía sola, que quería trabajar y le pedía permiso a mi papá y él le decía para qué si trabajo yo, vos cuidá a los chicos. Y después mi viejo, que es obrero, se quedó sin laburo y, no sé, me pareció tan injusto. El empezó a trabajar en oficios a los 8 años y en los 90 se sanciona la ley de flexibilización laboral, yo esto lo entendí de grande, claro, y se queda sin trabajo, lo despiden. Y me acuerdo la vida en relación a la fábrica. La vida de la familia obrera se construye en derredor a la fábrica. Nosotros vivíamos a la vuelta y después todo eso se desarma. Y en ese momento la escuela pública todavía tenía esa cosa heterogénea, juntaba a distintas clases sociales. Ahora, para mí, no lo tiene más. Ahora son todos pobres. Yo iba a la escuela con chicos que se iban a Disney de vacaciones. Y crecí con eso, no con sentimientos feos pero sí con eso de qué onda, qué pasa acá. Y tal vez ahí aparece esta mirada, ¿no? A la injusticia social. Y cuando vine a Buenos Aires y empecé a trabajar como maestra en Fiorito, ahí vi injusticia social nivel Dios. Y tenía pensamientos muy tristes, era invierno, yo volvía a casa y pensaba, ellos siguen ahí. La injusticia social me es un tema, sea de clases o género. Y la docencia me lo mostró más. Y con el tiempo entendés que de alguna manera es necesario que uno se quede sin trabajo para que el otro se pueda ir a Disney. Y después mi papá se compró un taxi y estaba totalmente perdido, él sabía manejar poleas, subirse al silo y de repente se sentó en un taxi y no podía aprenderse el nombre de las calles, se perdía, y los mismos que se iban a Disney le decían “me estás paseando”, mi viejo lloraba. Y vos decís, ¡Dale, un poco de compasión!
APU: ¿Cuál es el límite entre ser consciente de estas injusticias sociales y el resentimiento?
MG: ¿El límite? ¡Wow! (silencio) No quiero sonar New Age pero me parece que para el dolor hay que trabajar, pero no es interesante lo que estoy diciendo. Me parece que el límite será no creer que haya alguien que tenga que pagar por la situación que uno vive. Es como creer que todos los varones tuvieran que pagar por la violencia de género que sufren algunas mujeres. No me interesa trabajar desde ahí, me hace daño, no puedo dormir. Creo que el mayor riesgo es reproducir la violencia. Igual lo digo con pinzas, porque entiendo el dolor. Me acuerdo que leí una vez en un texto anarquista que era bueno aprender a identificar al enemigo. Y me parece que las personas que vienen del dolor, la mayor dificultad que van a tener es esa, saber identificar al enemigo. Porque pasa eso, como que todo se vuelve una amenaza. Es durísimo eso porque la rabia te come. Y no es justo. César González también habla de injusticia social desde lugares muy crudos. Una vez le preguntaron, “¿y ahora qué querés para vos?” y él contestó, “Quiero vivir”. Creo que hay ahí una calve para reconocer el límite entre la consciencia y el resentimiento. Me pareció precioso. Basta, solo eso, quiero vivir. Tiene un poema donde repite la frase “me ofrecen la muerte”, es un rallador y vos podrías pensar está lleno de resentimiento y no, no es eso, es que le ofrecen la muerte. Entonces está bueno pararse ahí, en el deseo, porque en la palabra resentimiento hay como una trampa, es peyorativa, casi como que te culpa a vos. ¡Ojo ahí! Yo me corro, olee…
…de la poesía como una manera de pensar el mundo
APU: En un poema te disculpás con tus alumnos por pedirles que se callen, en otro con tu hermano por decirle maricón. ¿Tiene la poesía algo de catártico para vos?
MG: Catarsis no, yo a la palabra catarsis la asocio con un vómito, que no tiene un pensar, sino una necesidad de sacarlo todo ya. Lo que me pasa a mí con la escritura es justo lo contrario, es una manera de pensar, de rever. La escritura me da esa oportunidad de salvar algunas cosas. Poder comprender ayuda mucho, la poesía me ayuda a comprender. Si un adulto construyó un comportamiento machista, trato de comprender en qué momento, cuándo fue que sucedió. En el caso de mi hermano, cuando éramos chicos él no identificaba si yo tenía concha, ¿Cuándo fue? Entonces yo pienso ¿cómo está tan naturalizada la violencia machista patriarcal? y reflexiono sobre el contexto que trabaja para la creación de ese sujeto violento. Yo ya no puedo volver a sus siete años, a la escena del árbol y decirle que no salte si tiene miedo, pero trato de comprender. La poesía me da la oportunidad de comprender.
APU: Hablás de impotencia cuando decís que no se puede amamantar al cachorro de la fiera ajena. Acá creo que está presente tu voz como maestra. ¿Cuánto se puede y cuánto no se puede hacer como docente?
MG: Ahora ya me acostumbré pero al principio me dolía mucho. Venía con pensamientos muy locos a mi casa. Tuve una alumna, se llamaba Cristina, que vivía con su mamá y sus hermanitos en Fiorito, el papá se había muerto, y hacía frío y venía con un buzo húmedo, el pelito todo mal y estaba muy triste. Es terrible la tristeza en un niño porque no puede hacer nada, no es lo mismo que un adulto. Un niño no tiene capacidad de elección. Y yo fantaseaba con llevarla a pasear. Y sufría mucho, tuve que ir a terapia y mi psicóloga me decía que yo solo podía enseñar. Pero eso es también una trampa porque se puede hacer más, desde la militancia, la escritura. Se pueden crear bases intelectuales, no para ella tal vez, sino para que se mueva alguna pieza en el mundo.
…de la fiesta
APU: ¿Qué es el sol? ¿Qué es la cumbia?
MG: (Ríe) La cumbia es la fiesta. Si voy a un lugar y no hay cumbia, pienso, estos no saben lo que es una fiesta. Mi hermano en una época grababa CDs y los vendía para hacerse unos pesos. Éramos adolescentes y escuchábamos Damas Gratis. Era un lugar de encuentro con mis hermanos, bailábamos, nos aprendíamos las letras. Después cuando vine a Buenos Aires, iba a la escuela de arte y por ahí en una fiesta mis amigas me decían, “¿Mariela por qué bailás todo como cumbia?”. No sé, no podía, bailaba electrónica como cumbia. (Ríe) Me llevó un tiempo. La cumbia me divierte aunque las letras son políticamente incorrectas. Están mal las letras pero me sirven para reírme. Ahora tengo una novia y le canto frases resentidas y ella me dice que tenemos que buscar cumbias nuevas, no nos sirven porque nos llevamos bien.
…de sus publicaciones
APU: Supongo que tu primer libro de poemas, Tramontina, lleva ese nombre como marca de un contexto social, ¿es asi?
MG: El Tramontina es el cuchillo bueno para la clase trabajadora. Es el lujo. Mi abuela tenía y cuando íbamos de mi abuela, el cuchillo con manguito de madera cortaba bien y nos gustaba el sonido del serrucho.
APU: ¿Cómo fue la elección del nombre de tu segundo libro, Un método del mundo?
MG: Con ese poemario se me complicó más porque es largo y yo quería un nombre que hablara de mi manera de ver el mundo. Porque va pasando por distintos temas: la madre, el padre, la amistad, el trabajo, la protesta social, la iglesia, los préstamos, las fiestas. Me costó pensar en un nombre. Con Tramontina, todavía no se hablaba de feminismo, no había ola verde, yo quería dar una imagen de mujer fuerte o sucia o rota, con un cuchillo en la mano. La poesía que yo había leído, que no era tanta, asociaba a la mujer con objetos bellos, puertas adentro, y femenina. Yo quería ponerme a la par de los varones, con una poesía de varón, donde se pueda ser cuchillera, no sensible, preocupada por el corazón y el no me dan bola. Yo quería una poesía donde se puedan agarrar a piñas en la puerta de mi casa.
APU: ¿En qué estás trabajando ahora?
MG: Ahora estoy trabajando en una novela no lineal. Tomé el mundo de mis poemas y lo llevé a relatos constelados que van a armar una novela. Son los relatos de una familia que vive en el sur. Los temas que me preocupan como la precarización laboral y los problemas de género. Por el momento la estoy trabajando sola porque me es difícil costearme un taller. Cuando la termine, sí voy a buscar a alguien que la corrija.
(Damos por terminada la charla. Cuando me incorporo para apagar la grabación, agrega:)
MG: Ah, el sol para mí es el abrigo. En Bahía Blanca hace mucho frío y es muy aliviante ponerse al sol para calentar el cuerpo. Acá lo extraño. Recuerdo dormir la siesta en la cama de mi mamá porque a la tarde le daba el sol.
Mariela Gouiric nació en Bahía Blanca, en 1985. Es Profesora de Artes Visuales de vocación y profesión. Publicó los libros Tramontina (Ed. Vox, 2012), Botafogo (Eloísa Cartonera, 2014) y Un método del mundo (Blatt&Ríos, 2016). Además publicó las plaquetas Decime qué se siente, se siente hermoso (Belleza y felicidad, 2014) y Pensaba que había un paisaje, pero (Belleza y Felicidad, 2014). Participó de la antología "30.30" (Editorial Municipal de Rosario, 2013) y ha colaborado en diferentes revistas virtuales e impresas.
Actualmente vive en Buenos Aires y trabaja como docente en distintas escuelas públicas de la ciudad.
https://www.facebook.com/pages/category/Community-Service/Ediciones-Vox-146543872041940/