“Los sorrentinos”, un delicioso rescate del idioma familiar
Foto: Mariano Semelman
Por Analía Ávila
Virginia Higa, autora de Los sorrentinos, es descendiente de japoneses e italianos, nació en Bahía Blanca y vivió en Mar del Plata, Río Tercero y Buenos Aires. Por motivos laborales desde hace un año y medio vive con su pareja en Estocolmo. “Ahora es otoño y a las 4 de la tarde ya es de noche”, cuenta por mail. Trabaja dando clases de español en el Instituto Cervantes y esto le gusta porque tiene la oportunidad de conocer a los suecos, observarlos, ver cómo piensan. “Se dice que son fríos y distantes pero no es cierto, es una cuestión de temperamento”, asegura Virginia. También señala: “es muy hermoso descubrir cómo vive esta gente tan distinta en una sociedad tan ordenada, y en estas condiciones excepcionales de luz y temperatura. Lo más extraño es que ellos parecen sorprenderse tanto como yo de esto: nunca se acostumbran a la oscuridad o al frío”.
Los sorrentinos es la primera novela de Virginia, fue publicada este año por Editorial Sigilo. Esta lectora amante de las pastas se sintió atraída primero por el título del libro y la foto de tapa de Natalia Fanucchi, con una composición que fusiona tomates y un retrato de Sophia Loren. Además porque en la primera página el epígrafe es de Léxico familiar de Natalia Ginzburg: “Esas frases son nuestro latín”. Y porque el libro comienza con una tentadora definición del sorrentino: “era una media esfera con cuerpo, hecha con una masa secreta, suave como una nube, rellena de queso y jamón”. Como corolario, en la faja editorial del ejemplar se destacan las palabras de la escritora Hebe Uhart: “Por esta novela desfilan parientes, clientes, competidores, amigos y enemigos, y sorprenden en ella la pintura de los personajes, el humor y la sabiduría en las transiciones. Se lee de un tirón y no nos deja de sorprender”.
La novela es deliciosa en todos los sentidos. Porque es la historia de la creación de los sorrentinos y tiene el aroma de la salsa de tomates casera. Porque trabaja de manera exquisita con el idioma en común de la familia, las palabras, las frases y las anécdotas. Porque a la manera de las comedias italianas, atrapa, entretiene y conmueve. Porque desborda humor, a veces irónico y siempre efectivo. Es la historia de la familia de Virginia que hace un siglo partió de Sorrento como tantos otros inmigrantes, instaló un hotel en Mar del Plata y después una trattoria cerca de la playa: “Trattoria Napolitana: el primer restaurante en el mundo en servir sorrentinos”. El restaurante pasó de los padres a los hijos, y del hermano mayor al menor, el Chiche, un personaje inolvidable, con sus defectos y virtudes, que amaba el cine, la buena conversación y que consideraba a sus sorrentinos como algo sagrado.
Agencia Paco Urondo: ¿Cómo surgió la idea de escribir esta novela y cuál fue el proceso de escritura?
Virginia Higa: No hubo un momento en que dijera “voy a escribir una novela”, de hecho esa palabra me daba un poco de miedo, porque siempre pensé que escribir una novela era como una proeza. Empecé a escribir algunas escenas que se desarrollaban en el restaurante y alrededor del personaje principal. Ese año yo estaba haciendo taller con Federico Falco y llevé algunos de esos textos para leer ahí. Quería probar si podía escribir sobre ese mundo, si era interesante para alguien más. Y llegó un punto en que la escritura se empezó a soltar, las escenas se me empezaron a acumular, cada vez tenía más historias y más personajes, y todos estaban ligados al mismo ámbito del restaurante.
Hubo un momento un poco mágico, de una magia que surgió del trabajo de escritura y que yo no había experimentado antes, en que las cosas se empezaron a ordenar y el texto fue encontrando su forma y su estructura. El proceso fue muy lindo porque sentí que me metí a vivir en la novela, me puse a investigar por mi cuenta y a preguntar cosas a mi familia, y siento que de algún modo los hice partícipes a ellos también de lo que estaba haciendo.
APU: En tu novela hay varias historias ensambladas, la de tu familia, la de Mar del Plata y la gastronómica de los sorrentinos. ¿En qué medida los datos son autobiográficos y cuánto hay de ficción en las historias?
VH: La novela está, como dicen algunas películas, “basada en hechos reales”, lo cuál no quiere decir que todo lo que se cuenta haya sucedido tal como está escrito. Todas las historias surgen de mi propio recuerdo y de una acumulación de relatos de otros que se fueron asentando durante años en mi cabeza y que se contaban como ciertos. Al mismo tiempo los relatos orales tienen un aura de misterio porque nunca se sabe si son del todo confiables, siempre responden a un punto de vista. Yo no quería escribir una crónica, sino darle a eso forma de novela, convertir todos los relatos familiares en un relato propio.
Antes había tenido la idea de hacer un documental, me gusta cómo ese género trabaja con materiales de la vida real y les da una estructura narrativa que a veces es tanto o más cautivante que la ficción pura. Después, a la hora de escribir, la ficción tiene su propia lógica, que te obliga a aplastar algunas cosas, a estirar otras, a borrar, a jugar con el tiempo y con los contrastes. Yo solo ordené las anécdotas y les di una forma. Inventé muy poco. Quizás lo único que sí es absolutamente mío es el narrador, que es una especie de voz familiar que observa y cuenta con un poco de distancia.
APU: En Los sorrentinos también hay un recorrido por las palabras y frases de la familia (“catrosho”, “papocchia”, “chinaso”) ¿Cómo influyó la lectura de Léxico familiar de Natalia Ginzburg para tu escritura?
VH: Léxico familiar influyó muchísimo. Para mí fue una revelación, sentí que nunca había leído algo así. Es una novela de estructura extrañísima, sin capítulos, que discurre como un flujo, pero no es una novela experimental, tiene un lenguaje sin adornos, es liviana y profunda al mismo tiempo. Yo quise copiar todo de esa novela, la sentí cercana, quise escribir para dialogar con ella de alguna forma. El tema del léxico familiar me fascinó, sobre todo la noción de que esas palabras no son equivalentes a otras, y que son productivas porque crean nuevas categorías del mundo. No tienen sinónimos (¡no existen los sinónimos!). Yo tenía esa misma impresión sobre las palabras que circulaban en mi familia.
También me fascinó la manera en que Ginzburg maneja el tiempo en la narración. La novela en apariencia parece sencilla porque no tiene complejidades léxicas o sintácticas, su complejidad está en otro nivel, más amplio. Ella usa mucho el imperfecto, un tiempo que en italiano y en español se usa de una manera muy parecida. Es un tiempo que da la sensación de recursividad, de hábito y frecuencia. De recuerdo. Ella dice “mi padre decía…” “mi madre era…” y cuenta muchísimas cosas así, cosas que sus parientes hacían o decían, y entonces parece que nada realmente sucede, porque este pretérito tiene la propiedad de hacer estirar el tiempo, y se usa para describir y no tanto para narrar.
Yo también quería usar de esa manera el imperfecto, quería detenerme en ese pasado, y eso hice cuando empecé a escribir las primeras escenas sueltas. Después me di cuenta de que no podía escribir toda una novela así, que tenía que haber algún contraste o no se sostenía. Ahí tuve que tomar decisiones y fue cuando empezaron a aparecer las anécdotas y las historias puntuales, la narración. En definitiva, Léxico familiar es un libro guía, yo lo atesoro y me provoca risa y admiración cada vez que lo leo. Me parece hermoso todo lo que cuenta y también potente en el sentido de que usa una variedad enorme de recursos de la lengua para crear belleza.
APU: “El Chiche” es un personaje inolvidable, delineado con sus defectos y virtudes, su humor a veces es machista y hasta malvado, pero la generosidad hacia su familia desborda. ¿Por qué lo elegiste como personaje central?
VH: Elegí al Chiche como personaje principal porque no había otra posibilidad. Él estaba en el centro de todo lo que pasaba en el restaurante y era un gran personaje, contradictorio y encantador, imposible de plasmar con justicia en el papel. La única forma de acercarme un poco era mostrarlo con sus virtudes y sus defectos, convertirlo en un personaje lo más honesto posible.
APU: Las referencias al cine italiano, canciones, actores, novelas, enriquecen y dan color al texto. ¿Se trata de gustos personales o hiciste un trabajo de investigación?
VH: Un poco de las dos cosas. Muchos son hitos que existían en la familia, que siempre fue muy amante del cine y que tenía todo un sistema de referencias culturales propio. Cuando me puse a escribir empecé a rastrear algunas de estas referencias, y entré en un estado feliz en el que cada descubrimiento me llevaba a otro nuevo, y me daban ganas de incluirlos a todos en la novela, porque me parecía que todos tenían lugar en ese universo. Muchas de las películas que se nombran son favoritas mías también, o películas que vi de chica y que me impactaron mucho, como la de Sophia Loren y Omar Shariff en la que ella participa en un concurso de lavar los platos.
APU: Sabemos que Hebe Uhart presentó tu novela. ¿Qué experiencia te dejó su taller y cómo la recordás en lo personal? Y a manera de homenaje, si podés recomendar algún libro o texto suyo para los lectores que todavía no la conocen.
VH: Fui al taller de Hebe unos cinco años y cada vez estoy más agradecida de haber tenido esa oportunidad y de haberla conocido. Que presentara mi novela fue una alegría y un honor gigante. Hebe era una maestra, una de las personas más generosas que conocí. Era parca pero tenía sentido del humor. Creo que era desapegada porque era íntegra, y por eso mismo decía la verdad. Para ella no había grieta entre la escritura y la vida, todo era un continuum. Solía decir que lo que sirve para la escritura sirve para la vida, y realmente lo creía y lo practicaba. Algunas de las cosas que decía me parecían un poco místicas, y creo que recién ahora las empiezo entender del todo.
Había una enorme potencia filosófica en ella, citaba a Simone Weil, a Spinoza, pero era una especie de misticismo pragmático, ascético. Nos hacía leer a Teofrasto, a Fray Mocho, a Isak Dinesen, era totalmente desprejuiciada en sus lecturas. Al principio cuando empecé en su taller yo no entendía mucho sus comentarios, no parecía interesada en nada que tuviera que ver con la estructura ni el artificio literario. No es cierto, por supuesto, pero lo que ella quería era que escribiéramos textos verdaderos, que hubiera algo de verdad en ellos y que no cayéramos en lugares comunes, en la trampa de lo que “debería ser” el lenguaje literario. Te entrenaba la mirada y el oído. Sabía rescatar siempre algún brote de individualidad en los textos y te animaba a hacerlo crecer. También era divertida y rara. Una vez leí un texto donde se mencionaba un matambre, y cuando terminó la clase Hebe me recomendó un lugar en el barrio donde hacían muy buen matambre.
Después de su muerte hablé con otras alumnas de su taller y todas nos sentimos un poco huérfanas. No hay nadie como Hebe en el mundo literario argentino. Lo bueno es que pudo disfrutar del reconocimiento y del cariño de sus alumnos y lectores. Recomiendo muchísimo sus cuentos y novelas cortas (o cuentos largos), sus Relatos reunidos no tienen desperdicio. Pero la Hebe cronista de los últimos años también tiene mucho encanto y sabiduría. El libro de sus clases que publicó Liliana Villanueva también es muy bueno (Las clases de Hebe Uhart, editorial Blatt & Rìos).
APU: ¿Qué estás leyendo en este momento? Y si podés recomendar alguna escritora o algún escritor que te haya influenciado o que hayas descubierto últimamente.
VH: Estoy leyendo muy variado y desprolijo, sobre todo autores anglosajones de no ficción, ahora estoy con Geoff Dyer, Annie Dillard y Teju Cole. También con algunos libros de biografías de naturalistas como Lineo y Humboldt y cosas que me interesan mucho de gramática cognitiva. Desde que vivo en Suecia no tengo una gran biblioteca porque dejé mis libros allá, pero uso las bibliotecas públicas que por suerte son buenísimas. Estuve leyendo a algunos italianos también, a Ugo Cornia y Luigi Malerba, por ejemplo. Y también voy leyendo de a poquito las cartas de Manuel Puig a su familia (Querida familia), sobre todo cuando estoy un poco triste, me hace reír siempre. Mis dos últimos grandes descubrimientos fueron Lucía Berlin y Ted Chiang, sus cuentos son muy distintos pero absolutamente maravillosos y llenos de sabiduría. Últimamente siento que lo que más me importa en un escritor es que tenga algo de sabiduría para transmitirme.
APU: ¿Tenés el proyecto de otro libro o estás escribiendo algo en este momento?
VH: Estoy escribiendo algo que todavía no sé bien qué es, quizás más tirando hacia el ensayo, o lo que en inglés llaman no ficción. Pero es pronto para saber si será un libro o en qué se convertirá. Sí me estoy dando cuenta de que los géneros rígidos a mí no me resultan y prefiero no pensar en esos términos sino ir escribiendo y ver qué pasa.
Biografía:
Virginia Higa es escritora y traductora. Descendiente de japoneses e italianos, nació en Bahía Blanca en 1983 y vivió en Mar del Plata, Río Tercero y Buenos Aires, donde estudió Letras. Ha publicado relatos y reseñas en antologías y medios digitales. Vive en Estocolmo, trabaja como traductora literaria y da clases de español. Los sorrentinos es su primera novela.