Luis Mey: "Escribir mal durante mucho tiempo es una escuela fabulosa"
Por Araceli Lacore
APU: ¿Cuál fue el primer libro que recordás haber leído?
Luis Mey: Como todo primer libro, una ficción. No el libro, sino lo que respondo: tal vez fue Mafalda, tal vez fue Stevenson. Digamos, por empatía actual, que fue Mafalda. Todo Mafalda. Totalmente incomprobable, incluso para mí. El primer libro que leí bien, o mejor, o como creo que debe ser la lectura, es decir por interpelación ausente, por sorpresa, fue Tiburón, de Peter Benchley, a los doce, creo, y a los catorce o quince, como dije, me llegó su lectura: la comprensión de algo más. La idea del tiburón como peligro era nada con los peligros del leviatán que lo rodeaba, la idea de playa, la falsedad, el negocio del calor, la felicidad obligada. Había que matar al tiburón para que el tiburón no mate el circo. Y un poco todo eso se parecía a algo que estaba viviendo en ese momento.
APU: ¿Cuándo decidiste que tenías que escribir?
LM: A los 15 vino un amigo más grande, una especie de consejero, y me dijo que yo tenía que escribir. No dijo nada más: “Vos tenés que escribir”. Yo no tenía ni idea a qué se refería, pero más o menos me explicó un buen rato después y más o menos, más menos que más, lo hice. Y multipliqué. Caí en todos los errores que agradezco eternamente. Cometí todos juntos, miles de veces. Esa escuela, la de la práctica, forma parte de lo que todos los días venero. Escribir mal durante mucho tiempo es una escuela fabulosa. Pero siempre vuelvo a ese momento, a la sencillez de la cosa: amar la cosa antes que el resultado. Hacer mate y dejar que las cosas sucedan, que entre y salga la poesía cuando se le canta. Que los elementos narrativos entren y salgan igual, todos; que no sea una cárcel. Que me encuentre libre, sin importar nada más.
APU: ¿Aún publicando? ¿Existe un momento en que un escritor debiera decidirse a publicar?
LM: Es pura casuística. Cada cual sabrá. Cada cual querrá decir quemarlo todo, como Kafka, cada cual querrá escribir mucho y publicar todo lo posible, como Aira. Yo creo que no hay que cargar al texto desnudo de la presión de vestirse con tapa y contratapa. Donde se escribe con la puerta demasiado abierta, el viento te vuela las hojas.
APU: ¿Escribís más de lo que leés o leès más de lo que escribís?
LM: Por momentos sí. Pero son momentos muy breves. En general, la vida del escritor es seguirle el rastro a las voces ajenas. No sólo por eso de que se escribe mejor leyendo, sino porque me llaman a seguirlas. Las voces, digo. Hay tantas, pero tantas que, en todo caso, al sentarme a escribir me ayudan por una razón muy sencilla: la mía es una más. Los mejores textos salen cuando de verdad creés en eso de ser un fantasma entre tantos. La soledad del escritor es esa: la de saber que lo que estás haciendo, lo hacés porque nadie te está mirando. Que sucede en tu lugar de trabajo y ya. Y que, tal vez, ahí se quede. Y lo amamos igual. O por eso mismo.
APU: ¿Qué papel juega la lectura en la escritura?
LM: Técnicamente, colabora en la apropiación de los tantísimos trucos de tono, trama y tema que andan dando vueltas, que unos usan de un modo y otros de otro. En las pequeñas variaciones entre textos del mismo truco. Siempre alguien le encuentra una nueva vuelta, y eso es plausible. Lo festejo. Me abro un licor y brindo por ello. Cuando digo apropiación me refiero llana y lisamente a robo. El robo en cualquier arte es sano. Porque no hay manera de robar. Aunque uno se lo proponga, el estilo, esa marca indeleble que lleva uno y a la cual apenas puede colocarle detalles y más detalles, pero nunca borrarla, se impondrá. Por lo tanto la lectura como ejercicio de robo es lúdica. Porque también, todo el mundo lo sabe, escribir con la mochila de la literatura universal en la espalda haría del oficio algo horrible, imposible. La vieja literatura, la que se mantiene, está al servicio de la nueva literatura y se reconoce como tal porque acepta ese robo. Es un regalo solapado. Sabe que encontrarás, en el deseo de haber escrito ese texto, el elemento que necesitás y nada más.
APU: ¿Qué lectura influyó tu próximo libro?
LM: No sé si podría llamarlo influencia. Es una mezcla de tantas y salieron tantos textos entre tantas lecturas que no soy fuente fidedigna para decir qué textos hicieron algo en la escritura. Leí mucho, mucho nacional y latinoamericano, y todos sumaron, sin dudas. Pero, fundamentalmente, ni siquiera sé si hay próximo libro. Yo acumulo y el mercado está un poco cerrado. Y yo mismo no estoy haciendo mucho esfuerzo para que me publiquen. El mercado, claro, mucho menos que yo. Por lo pronto, agrego, no escribo libros: escribo textos. Por fortuna, de todos los textos que publiqué solamente uno se publicó bastante rápido respecto de su momento de escritura. En general, pueden pasar varios años hasta que lo veo, como dije antes, vestido con tapa y contratapa para ir a esa fiesta que, viendo cómo está la cosa, se termina bastante rápido. Por eso mismo, por el sistema de novedades, de tirar libro tras libro, prefiero disfrutarlo en casa hasta que me pide mudarse.
APU: Nombrás el mercado y la acumulación de material y pienso: ¿Para quiénes escriben los escritores? ¿Cómo se juega la mirada del otro dentro de un trabajo tan personal como el de escribir? ¿Y dónde queda todo ese material? que en muchos casos puede que no vea la luz. Ninguna luz.
LM: No sé para quién escriben los demás, pero yo me arriesgo a confesarte que escribo para esos lectores que la juegan de buenos y son tremendos soretes. La gente apesta. Casi todos. Y todavía tengo la fe puesta en que lean un texto que los hace mirarse al espejo, que denuncia su constante parlanchismo respecto de cualquier cosa y van así por la vida, tocando y rompiendo. Y si juega o no la mirada, bueno, sí; es decir, cuando algo les gusta agradezco, pero no deja de ser un acto protocolar. Si escribo, más que por la mirada del lector, es porque los pude ver bien durante un buen rato. No leyendo: actuando, yendo de vereda en vereda, jugándola de santos, estirando el dedo ante todo. Y si el material no ve la luz considerando a ver la luz como un texto publicado, lo siento, pero pienso al revés: el material, cuando se publica, pierde luz. Un texto publicado es un texto que se entregó a las sombras para siempre.
APU: ¿En la creación literaria está todo inventado?
LM: Lo bueno de la literatura es que todo está inventado y todo el tiempo nada lo está. De hecho, algunas creaciones tardan siglos en considerarse como parte de un algo o elemento original. Hoy mismo está escribiéndose el texto que será rechazado durante décadas hasta que, tras la muerte de quien escribe, el texto comienza su vida. Qué sé yo. La originalidad, además, son pequeños cambios a lo preexistente. Y ni siquiera creo en el invento de una obra. El invento parece concebir un todo, y en literatura lo interesante está en la línea, en el párrafo, y después, en algún momento, por gracia y maldad o lo que sea de cierto grupo de lectores, tal vez signifique más, o mejor. No todo es plan de autor/a llega a la lectura de terceros. Como dice Mike Tyson: todos tienen un plan hasta que te dan una trompada en la boca. Del plan de escritura a la publicación, todo puede cambiar. Puede pasar desapercibida toda intención creativa y enfocarse en otro elemento que el plan no percibió, pero tal vez esté allí.
APU: Como la vida…
LM: Como la vida: no hay nada literario que no sea real y no hay nada real que no sea literario. La paradoja más simple, más consejo de la abuela que existe.
APU: Definite como escritor en una o dos palabras.
LM: Prueba y error.
APU: ¿Cómo te gustaría que te recuerden cuando ya no escribas más?
LM: No estoy seguro de querer que me recuerden. Me parece que no. En caso de que se haga inevitable, entonces espero que se armen misas algo umbandas en la puerta de las librerías, que se sacrifiquen políticos y policías y se pida con su sangre por la traducción de mis libros a lenguas muertas que revivan en mil años o algo así. Por lo pronto, que lean de todo y que nada sea objeto de devoción. Nada de nada.
APU: En la presentación de La pregunta de mi madre, novela por la que recibiste el Premio Ñ décimo aniversario en 2013, dijiste: “Hay que sentarse a escribir con un espíritu de loco lindo…’’
LM: Creo que lo dije en un sentido que se habrá malinterpretado o que, tal vez, pueda negar. Loco lindo –si acaso dije lindo, no lo recuerdo, o ya no pienso igual, o no tan en resumen– en el sentido de que cierta locura que no te destruya –no tanto, un poco siempre es sano–, que te ponga de trasnoche a conectarte con esas cosas tuyas, que esconda, al mismo tiempo, el loco simple, llano y peligroso que todos somos por ser personas de ciudad, que te quite de eso, que, como dice, Stephen Hawking cuando le preguntaron sobre la humanidad y dijo que nos parecíamos a una plaga de langostas, no desbordes hacia el soporte constante de personas o cosas lejanas a vos. La tirana dependencia de nuestras emociones respecto de las acciones de terceros es lo más parecido a una pesadilla. Escribir, simplemente escribir, es un deporte hermoso donde uno solo puede alcanzar una paz invaluable. El resto es la guerra.