Memorias del fuego carvalhiano

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Memorias del fuego carvalhiano

17 Marzo 2019

Busco sin éxito papel de periódico para encender la pila  de leña… …Finalmente fue a la estantería de libros que respaldaba toda la habitación… …Carvalho leyó un breve fragmento mientras llevaba el libro al suplicio. Se titulaba España como problema y había sido escrito por un tal Laín Entralgo en unos años en que se suponía que los problemas de España se reducían a ella misma como problema. Metió el libro bajo la leña con las hojas y la encuadernación forzada y mientras le prendía fuego sentía por una parte prevención y por otra impaciencia para que la fogata brotara y el libro se convirtiera en un montón de palabras olvidadas (1)

Ese es el bautismo (de más está decir que de fuego) del ritual con que Pepe Carvalho intentará encontrar la calma en su personal relación con los libros y que no se detendrá hasta el final de sus aventuras.

Este detective privado creado por Manuel Vázquez Montalbán tiene un particular pasado: rojo en su juventud, una juventud que se pudre en la cárcel franquista de la Modelo, salida de la misma para convertirse en agente de la CIA quien, en un psicodélico primer libro, asesina a Kennedy para alejarse de esa agencia y convertirse en un modesto detective privado con su oficina en la Rambla y la casa en Vallvidrera.

Queda eso evidenciado en la respuesta que le da Carvalho cuando le regala un libro a uno de los personajes que más se repite en otras aventuras, Teresa Marsé (en un claro homenaje al escritor Juan Marsé, uniendo su apellido al nombre del libro que lo hará saltar a la fama: Últimas tardes con Teresa) ante la pregunta: ¿Qué eres tú? ¿Un poli? ¿Un marxista? ¿Un gourmet?

Él le contesta: Un ex poli un ex marxista y un gourmet. (2)

La segunda vez, Pepe no se anda con chiquitas enciende la hoguera con El Quijote. Era una obra a la que guardaba vieja manía, sintiendo un deleite previo por el simple hecho de ir a sacrificarla. (3)

A medida que el ritual se consolida, se va sofisticando, y uno empieza a intuir razones por las cuales los libros son condenados:

-…Ahora estoy trabajando en la Crítica al programa de Gotha, de Marx.

-Regáleme un ejemplar. Suelo encender la chimenea con libros trascendentales. Cuando más pretensión de trascendentalistas, más culpabilidad. Seguro han conseguido engañar a alguien.

-¿Usted es de los que cuando oyen la palabra cultura sacan la pistola?

-No, yo saco el mechero. (4)

Eligió un libro de versos de Justo José Padrón y un pequeño librito con dos piezas de Beckett, La última cinta y Acto sin palabras. Fuster examinó los libros antes de que Carvalho los desguazara y quemara.

-¿Por qué?

-Ante todo porque son libros y luego porque sí…

…-¿Y por qué quemas el otro?

No he nacido para crítico literario. Digamos que lo quemo porque me gustó en su tiempo y porque a medida que me hago viejo me da miedo de sentir algún día la tentación de volver a leerlo. (5)

Un diplomático argentino, en una de las dos aventuras que lo traerán por nuestras tierras, le pregunta a Pepe:

-¿Usted quema libros?

- Siempre que puedo.

-Pero ¿libros importantes? Por ejemplo ¿usted quemaría el Quijote?

-De los primeros que quemé. De no ser importantes ¿para qué quemarlos?

-Tiene sentido.  Lo tiene. (6)

Podemos ver que el detective ya no quema al azar. Inclusive, a su rito le agrega el leer unas líneas que reafirmen su condición de condenado. También, que tiene un claro conocimiento de los libros que posee, y de las razones de por qué los tuvo y quiere creer que también por qué los quema. En una ocasión, al pedido de Charo, su novia, incinera la Estética de Lukács porque es una auténtica conspiración contra la libertad de mirar.(

Cuando quema La vie quottidiene dans le monde moderne, de Henri Lefebvre responde a la pregunta de Charo con un porque todos recurrimos al metalenguaje sin necesidad de que nadie nos lo explique. También porque Lefebvre descubrió tarde el papel de lo cotidiano frente a lo histórico, descubrió tarde que siempre tienen la razón los días laborales. (8)

Luego, al tomar el libro Las buenas conciencias de Carlos Fuentes, un escritor mexicano que había conocido casualmente en Nueva York y que lo había tratado despectivamente, mientras lo ve arder con el rabillo del ojo revisa sus estanterías para confirmar que le quedaban suficientes libros que había necesitado o amado cuando creía que las palabras tenían algo que ver con la realidad o la vida. (9)

Esa no será la única vez que tenga en cuenta la cantidad de libros que habitan su biblioteca como, por ejemplo, cuando enciende el fuego con La Filosofía y su sombrade Eugenio Trías, calcula que debería dosificar su quema. Le quedaban unos dos mil volúmenes: a libro diario tenía para seis años (10), pero así como creaba la regla, la contradecía incendiando varios a la vez:

Eligió El problema de la vivienda, del que le bastó leer: “Tercera parte: observaciones complementarias acerca de Proudhon y el problema de la vivienda”, para decidir que bien tenía merecido el fuego… …le asaltó la evidencia de que tardaría demasiados días en recuperar aquella ceremonia, días que obrarían a favor de la pasiva resistencia de la biblioteca… …No escogió al azar, sino que rebuscó en las estanterías de Preceptiva y Crítica Literaria para sorprender a una antología de supuesta poesía erótica de los convictos y confesos ciudadanos Bernatán y García…  (11)

Es que Pepe Carvalho se me mueve en un principio que denomina como Ambigüedad moral. La misma que rige la novela negra, esa ambigüedad en la que nadan héroes como Marlowe o Archer o el agente de la Continental (12)

Por eso es posible entender que las relaciones cercanas del “gallego” sean tan complicadas como su relación con los libros: Tengo un alma marginal. Mi novia era una puta de teléfono. Mi asesor técnico, camarero, cocinero y secretario, un ladronzuelo de coches que se llama Biscuter. Mi confidente espiritual y gastronómico, un vecino, Fuster, que también es mi gestor. Me gustan las familias imposibles. Detesto las posibles. (13)

Singular atención nos pide el revisar las posturas con que solemos identificar y esteriotipar a quienes defienden o denostan a los libros, esos márgenes se mezclan en las conversaciones entre Carvalho y la policía de turno que lo enfrenta al enterarse del hobby en el que incurre el detective privado.

Serrano, un policía español, le dice: Si yo me pasara quemando libros me llamarían fascista, perseguidor de la cultura, todas las lindezas que nos cuelgan a los servidores del orden… …Pues yo no podría quemar libros. Para mí son sagrados. Porque a mí me han educado en un respeto a todo lo que cuesta esfuerzo, y hacer un libro cuesta esfuerzo y no lo puede hacer todo el mundo. (14)

En Argentina, el agente Pasquali, parece recorrer caminos similares:

-El señor Pepe Carvalho quema libros. Eso nos corresponde a nosotros, los policías. ¿No es cierto? ¿No es cierto que los policías somos fascistas? Quemar libros es cosa de fascistas. ¿Es usted fascista?

-Un poco, como usted, como todo el mundo.

-Yo únicamente soy un policía. Pero respeto los libros. Incluso esos, que lo más probable es que nunca los lea. ¿Sabe usted por qué respeto los libros?

Carvalho se encoge de hombros.

-Porque cuando era chico tuve uno solo.

-¿Corazón, de Edmondo De Amicis?

-¿Cómo adivinó?

-Era el libro único de las clases populares y usted tiene aspecto de venir de las clases populares. (15)

Es así cómo la Teoría estética, de Theodor Adorno;  Coto Vedado, de Juan Goytisolo, Alexis el griego, de Niko Kazantzakis; Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de Blasco Ibánez Vicente; Cuba, de Hugh Thomas; Tango. La Canción de Buenos Aires, de Ernesto Sábato; Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal; Respiración artificial, de Ricardo Piglia; Las uvas de la ira, de John Steinbeck, El viento se llevará nuestras palabras, de Doris Lessing, entre otros serán arrojados sin piedad por el español al fuego. Tal vez porque piensa de verdad que, como le dice a Alma en su aventura por Buenos Aires, la cultura no te enseña a vivir. Es sólo la máscara del miedo y la ignorancia. De la muerte. (16)   Resultado de imagen para Manuel Vázquez Montalbán   

Es en la misma ocasión que Alma lo desnuda por primera vez cuando le dice que su incultura es mentira, una pose. (17)

Esa necesidad de calmar sus ansias con la quema de libros se va espaciando a medida que el tiempo transcurre. En su última aparición en la Argentina, donde vuelve a cruzarse con una Alma más grande y ya abuela, el detective le confiesa que es la segunda vez que recuerda un poema de Brecht (cae en el error de muchos de tomar como autor de esas líneas que versan sobre un alemán que ve como los nazis van por los comunistas, los judíos, etc. despreocupadamente hasta que le toca a él, perteneciente al pastor alemán llamado Martin Niemöller) y ella se ríe impetrándole un : -¡Cómo has cambiado! De quemar libros a recordar a Brecht, para luego preguntarle si seguía quemándolos, a lo que Carvalho responde:

-Ya es pura retórica. Ya quemo sin argumentar. A veces incluso compro para quemar, pero sin pasión.

Alma, por segunda vez, vuelve a desnudarlo contestándole: -Quemar libros es una pasión inútil. (18)  

Ello tiene que ver con que, al igual que la Barcelona de los barrios bajos y tugurios y fondas que Pepe conocía y amaba empieza a desaparecer ante el avance de la Barcelona de los Juegos Olímpicos, otras líneas que separan se empiezan a borronear, como lo deja ver el autor cuando uno de los personajes, ya en el final de la saga, le pregunta al detective: -Desde que la realidad imita al arte ¿cómo conocer el límite de la una y el otro?

Es allí, tras esa conversación en un Castillo de Puivert,  donde Carvalho quema su última bruja en la hoguera. Quebrando otra de sus consignas (yo no quemo libros ajenos) roba un ejemplar que había en esa residencia de Bouvard y Pécuchet, lo desguaza y completa su último rito lanzando una despedida que pareciera dirigirse más a él que a los personajes de Flaubert:Adiós, inacabados señores Bouvard  y Pécuchet, que consiguieron llegar desde la más absoluta curiosidad a la nada, ni siquiera consiguieron ultimar su propia novela”.

Pero no siempre los libros terminaron en el fuego.

En contadas ocasiones hubo indultos. Uno de ellos es el Manual del Asador Argentino, de Raúl Murad, regalado por Baroja, dueño de una biblioteca envidiable a la que es llevado en su estadía en Buenos Aires:

-¿Por qué se lo das? Lo va a quemar.

-Los libros que sirven para algo no los quemo. (19)

A veces, el indulto de los libros llega por vía externa; en la aventura larga que cierra toda la saga (Milenio Carvalho) para huir de una citación policial en Barcelona, Pepe y Biscuter inician una recorrida por el mundo haciéndose llamar Bouvard y Pécuchet. Algo que pasa desapercibido hasta que en las afueras de Mendoza se cruzan con un viejo que, cuando se presentan, les pregunta:

-¿Cómo lo han conseguido? Sus padres eran lectores de Flaubert, vamos.

Yo sólo he conseguido llamarme Osvaldo Bayer. Soy profesor de Historia, o algo parecido, ejerzo en Alemania y Argentina. Los invito a mi asadito de tira, un modestísimo asadito de tira, y los llevaré a Mendoza, si tienen paciencia. Hay un tiempo para el asado, otro tiempo para Mendoza y otro, finalmente, para gozar de la compañía nada menos que de Bouvard y Pécuchet. (20)

Ese trayecto que recorren juntos le servirá a Biscuter para enamorarse del querido Osvaldo a través de su obra, la lee con desesperación y lo hace tomar partido, sobre todo con Severino Di Giovanni, y será él quien amonestará a un abstemio (por el ya extenso viaje alrededor del mundo) Carvalho a que ni se le ocurra tocar unos de esos libros para encender la hoguera.

Pero, increíblemente (o no), hay un libro que se resiste dos veces.

En el momento que condena el libro de Fuentes, Carvalho confiesa que ya había intentado quemar en cierta ocasión Poeta en Nueva York, pero se entretuvo releyéndolo camino de la chimenea y se topó con unos versos que le parecieron cargados de verdad: Son mentiras los aires. Sólo existe una cunita en el desván que recuerda todas las cosas.

Tenía la cabeza llena de cunas que le recordaban todas las cosas. He de quemar ese libro antes de morir. O él o yo. Pero hoy no. (21)

Primer intento fallido. Al final de esa aventura, en el resguardo de su casa, Pepe nos dice que un libro le pedía ser quemado desde su condición de estorbo sentimental y desgajó de su reino de palabra muerta Poeta en Nueva York para llevarlo al holocausto. Última gracia, abrió el libro por una página que había conservado durante años la distancia con las otras páginas, memoria de una predilección. “Luna y panorama de los insectos”. Al pie de la hoguera los versos lo golpearon como el grito de un inocente:

Pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos

y hay barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos

Volvió sobre sus pasos y depositó el libro donde había estado desde que decidió convertir su biblioteca en una galería de condenados a muerte. (22)

Detenido dos veces por la belleza de Federico García Lorca.

No puedo asegurar fehacientemente cuál es la razón que lo consigue, si es que la ambigüedad moral, esa pose, cae ante esas líneas. Pero debo confesar que mi pensamiento se asocia subjetivamente al final de ese poema de Alejandro Robino, mal adjudicado a Paco Urondo:

que esos versos se sostienen en terquedades cuando la fe se desmorona.
Que no podía existir tregua para nadie, ni siquiera para mi amado Carvalho, porque la poesía les duele a los hijos de puta.

 

Referencias

(1) Tatuaje, pág. 24

(2) Tatuaje, pág. 193

(3) Tatuaje, pág. 156

(4) La soledad del mánager, pág. 179

(5) Los pájaros de Bangkok, pág. 29

(6) Quinteto de Buenos Aires, pág 276

(7) Historias de fantasmas, pág 56

(8) El hombre de mi vida, pág 55-56

(9)La Rosa de Alejandría, pág 45-47

(10) Los mares del Sur, pág. 71

(11) Asesinato en el comité central, pág. 35

(12) Los mares del Sur, pág. 57

(13) Quinteto de Buenos Aires, pág 87

(14) El balneario, pág 118-119

(15) Quinteto de Buenos Aires

(16) Quinteto de Buenos Aires, pág 88

(17) Quinteto de Buenos Aires, pág 258

(18) Milenio Carvalho II, pág 218

(19) Quinteto de Buenos Aires, pág 126

(20) Milenio Carvalho II, pág 170

(21) La Rosa de Alejandría, pág 47

(22) La Rosa de Alejandría, pág 311