No hacer de la mudez la consagración de lo perdido

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No hacer de la mudez la consagración de lo perdido

23 Febrero 2020

Por Norman Petrich

 

Este libro parte y se parte en el silencio.

Uno puede reconocer la voz de la sumergida, esa que intenta ser, salir a flote tras el vuelo que la depositó ahí; también la de la gallina ciega, la que va vendada por la alienación y la injusticia que parece ser un juego pero nos recuerda el horror de lo que significó ir tabicado.

Esa voz, al ir tras una pretensión que abre un surco incapaz de ser huella, prueba el silencio. Se calla en medio de una niebla nueva y, justamente ella que supo gritar tan fuerte desde el fondo del río o detrás de las vendas, intenta no hacer de la mudez la consagración de lo perdido.

El viaje que inicia es introspectivo ya que la niebla que la rodea no es de campo traviesa sino que habita el hogar, ese donde nada parece faltarle.

Intenta reconocer qué hay de ella en ese silencio malparido, alimentado con pedacitos de memoria que le dicen, por ejemplo, que con callar basta.

Busca, se busca en el aliento frágil de un ave, no en su vuelo porque, como dice Circe Maia, una de las grandes escritoras que la acompañarán en este recorrido, lo que quiere esta voz es poder atacar con palabras tan delicadas esa inflexión que delata a quien la dice en un lugar donde pesa menos la pérdida que asumir lo intangible.

De la abuela heredé los pañuelos, dice nombrando uno de los elementos que inician el camino de las resignificancias, eso que servía para secarse si el ojo llora

lo que la vocecita calla.

Y, sin que lo ponga en palabras directamente, uno intuye que su color actual es otro.

De la densa niebla que habita la casa una voz emerge.

Después de tanto callar, la expansión de la voz.

Es ese silencio que de pronto se alza, con voz potente, la letra sucia sube hasta decir un nombre.

Y si la niebla es lo que demora el nacimiento del mundo, como dice Diana Bellessi, otra de las mujeres que la acompañan, eso que pare desde el centro del cuerpo tras años de disimulo y protocolo, es la luz que llega donde se esperaba tormenta, donde estalla la vaina de lo viejo: aprende el arte de desobedecer.

Que no ser más la implosión de un susurro es un buen lugar desde dónde partir.

Es en ese instante donde descubrimos que la voz emprendedora de este viaje no está sola:

Así la mano giraba el picaporte

y tantas mujeres salíamos, sobre todo

quienes habían deseado partir en dos

su permanencia y solo alcanzaron

la torcedura en lugar del quebranto.

Ya es una voz que no se calla, alimentada por la energía de la vida, vuelta a ser colectiva y a ir de puño cerrado. Cuestiona lo establecido. Delicadamente. Sino qué otra cosa estaría haciendo cuando pregunta ¿Quién se atreve a frenar el torrente capaz de remover el privilegio de las rocas milenarias?

La fuerza que adquiere a esta altura el libro se parece al aleteo de miles de grullas de papel desatando un tsunami en otros ríos.

Y la sumergida ríe, la gallina ciega festeja porque, después de todo ¿Qué resulta si se funden lo placentero y lo oscilante (arriba el agua, abajo el fuego)?

La revolución.

Nada más.

Nada menos.

**

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La inflexión de la palabra

por sobre ella misma

delata a quien la dice.  

 

Así este barro astilla

lo que entonces creímos.

 

Mejor evitar la tierra de la molienda,

hacer de la mudez

la consagración de lo perdido.



Paradoja

Una voz emerge —acaso a decir algo importante—

sin abolir la certeza de la soledad,

la lección moral que solo imparte el silencio.

 

Una persistencia parecida al último rayo

de los atardeceres rojos del verano,

cuando todo se tiñe y a la vez

fuga hacia la sombra.

 

De semejante pregnancia al borde de la noche

está hecho el ovillo que lleva la mano hace años.

Y no bajo la voz ni aprendo

de su ausencia.

 

El arte de desobedecer

Iniciamos un largo viaje

al entornar la puerta del silencio

y no importa ya la cerradura oblicua

ni la tonalidad de la madera.

 

Cuando la mente carece del conocimiento

relativo al punto, algo del cuerpo

completa la maniobra.

 

Así la mano giraba el picaporte

y tantas mujeres salíamos, sobre todo

quienes habían deseado partir en dos

su permanencia y solo alcanzaron

la torcedura en lugar del quebranto.

 

Iniciamos un largo viaje,

se abrió la boca de otro fuego.

Como si las vestales revelaran

el secreto hacia la libertad

en el umbral de las dragonas.

**

Biografía:

Alicia Salinas nació en 1976 en Rosario, Argentina, donde vive. Trabaja como comunicadora social, periodista, docente y tallerista. Escribe poesía y teatro. Ha publicado los libros de poesía La sumergida, 2003 (segunda edición virtual en 2016), Gallina Ciega (2009), Tierra (2017). Teoría de la niebla (Baltasara Editora, 2019) se presentará el sábado 14 de marzo en Cusca Risun, Pasaje San Lorenzo 365, San Telmo, CABA, y la autora estará acompañada por Alejandro Méndez Casariego e Ivana Romero.