Reseña: “Los que duermen en el polvo” de Horacio Convertini
Por Franco Dall’Oste
Ayer terminé de leer Los que duermen en el polvo, de Horacio Convertini. Se me ocurre que la mejor forma de empezar a reseñarla va a ser con un tono tipo "te lo resum"o:
La novela cuenta la historia de Jorge, un periodista venido a menos que, en medio de un brote zombie que aparece en Argentina, es parte de un grupo comando que quiere reconquistar Buenos Aires, poniendo en principio una base en Pompeya. Lo acompañan una serie de personajitos que son:
-El Lele Figueroa, como el líder de la intervención y el plan de Reconquista, un facho que ama la rosca y piensa que ahí se convierte en héroe.
-El recuerdo de su fallecida esposa, Érica: como una mujer feminista y empoderada, a la que el protagonista ama de una manera super enfermiza y con quien tiene un resentimiento obsesivo y misógino.
-Mónica, como una pendeja que tiene sexo con Jorge, y que representa el apego vacío y medio psicópata del protagonista hacia una figura que intenta un poco reemplazar a su ex-esposa muerta.
La historia nunca nos cuenta por qué hay zombies -nada más sabemos que afecta sólo a parte de Argentina y Uruguay-. El presente narrativo es en Pompeya: ya está instaurada ahí una ciudad con muros y vallados para tener a los zombies afuera, y Lele es el líder. Jorge es un tipo taciturno, que siempre recuerda a su mujer, Érica. Fue a ese lugar, porque Lele es su mejor amigo y, ante la pérdida de su esposa, éste lo mandó a buscar inventándole un cargo público. Cabe destacar que es en la Patagonia donde aún sobrevive el Estado, y donde desaparece y se da por muerta a Érica.
Convertini viene del palo del policial negro, y se nota. Sus personajes son tipos de mierda, gente con pasados oscuros, antihéroes totales. También hay misterios: Jorge sostiene que su mujer en realidad no murió, sino que lo dejó y se escapó. La policía cree que se ahogó mientras nadaba en un río cerca de Río Gallegos (un día de picnic que fueron juntos). Pero hay algo que no cierra, y sobre todo hay resentimiento y culpa por parte del personaje: todos sus flashbacks sobre Érica la construyen como una mujer fría, libre, intelectual e independiente. Y el protagonista esto lo ve siempre como una humillación, una y otra vez se siente vulnerado, enfermizamente atado a esos momentos en que Érica le marcó la cancha e impuso su libertad.
Acá el nudo de la cuestión: Convertini pone a personajes hombres (hetero cis) del policial negro, tipos de mierda como dije, y pone a Érica, una piba feminista y académica, que todo el tiempo da cuenta de cuán misógino es el protagonista -en un momento le da una clase sobre cómo se trama el machismo en una nota que el protagonista escribió sobre un femicidio-. A lo largo de la novela, uno queda en el filo de la pregunta: ¿Qué quiere hacer esta novela? ¿Por qué no condena a esos personajes? Y creo (o quiero creer) que un poco el autor ahí le ofrece la capacidad de condenar al lector.
Es difícil escribir sobre un tema así -no los zombies, que son un decorado de fondo-, sino sobre personajes como Jorge o Lele, sin hacerse el boludo, sin dejar de estar acá y ahora, en estos debates del 2018 (la novela salió en 2017). Ahí Convertini expone a sus personajes, no los oculta, no los justifica: los deja a la intemperie para nosotros. Sí, son esto: Jorge es un misógino que se sentía humillado por no poder poseer el cuerpo y la mente de Érica, un tipo que a su vez gozaba con esa humillación -no porque ella lo humillara, sino porque él se ponía en ese lugar-, y que vuelve al barro de su mierda una y otra vez, como una serpiente que se come la cola. Lele es ese amigo facho con el que ya mejor ni hablamos, ese que te dice que hay que matar a todos los negros, el que piensa que se embarazan para cobrar un plan: es eso pero dirigiendo una operación de reconquista de una Buenos Aires repleta de zombies. Eso lo resume.
Pero Convertini sabe esto, sabe qué son estos personajes y Érica es la evidencia, es la voz de la razón, la que desnuda una y otra vez esa realidad cruda. En este sentido, la novela a veces me gustaba y otras me dejaba la pregunta de cuánto legitima ciertas violencias. Creo que eso nunca se termina de resolver; que, como dije, nos tira la pelota a nosotros para hacer lo que querramos con eso. Esto me parece un gran logro, muy difícil de hacer, y polémico incluso.
Otra sensación que me dio la novela es que estos personajes son los arquetipos a los que el feminismo y las nuevas morales del progresismo joven están arrasando -y ahí encontré una nota de Convertini bardeando al progresismo-. Los sentí abandonados ahí en ese mundo, en ese territorio repleto de los muertos que ellos mismos supieron alimentar, atrincherados en su mierda, aguantando mientras Érica -la nueva moral- desaparece dejando una marca, una herida que Jorge se relame una y otra vez, presintiendo en ella una verdad que nunca podrá entender. Y ahora está ahí, atrapado en una ciudad sitiada, con asesinos adentro y zombies afuera.
Por último, creo que es importante destacar una veta sorianesca en Convertini en el uso de los escenarios, las descripciones, los modos de hablar y de relacionarse de los personajes. No es casualidad que sea Pompeya el territorio donde se instala la reconquista; que sea un lugar donde el personaje vivió toda la vida, que conozca sus calles, sus plazas, sus edificios. Hay algo tramado ahí de los territorios y la nostalgia, del abandono y el desuso. Me recuerda a Una sombra pronto serás, de Osvaldo Soriano.
En fin, es una novela que se lee rápido, con un lenguaje claro y firme, al mejor estilo policial negro; tiene excelentes descripciones y diálogos que enriquecen el ritmo y realzan a los personajes. También es una novela que da para debatir, que no pasa desapercibida, que incomoda e incita -quiera el autor o no- al lector a que se posicione frente a ella y sus personajes.