La vuelta de Marín: un privatista al frente de Fútbol para Todos
Por Diego Kenis
Con admirable economía de movimientos, Mauricio Macri elevó ayer la ironía a política de Estado y cacheteó a todas las academias, populares o de aula y pizarrón, en dos simples anuncios que ni siquiera él mismo formuló. Las Universidades Nacionales, treinta y ocho de las cuales hicieron expresa su preferencia por el ex candidato del Frente para la Victoria Daniel Scioli ante el balotaje, tendrán ahora como secretario de Políticas Universitarias a un productor del ciclo “Animales Sueltos”. Otra Academia, el Racing Club de Avellaneda, vio ayer el retorno a los primeros planos del empresario Fernando Marín, que será el nuevo director del programa “Fútbol para Todos” (FPT) que Macri prometió eliminar y que ahora mantendrá a regañadientes, obligado por la agenda de la sociedad y el septuagésimo séptimo artículo de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, pero bajo promesa (y a condición) de que cumpla sus parámetros e idea de mayor eficiencia.
Marín reúne experiencia en ambos sectores, los medios y el fútbol, pero su paso por la historia de Racing no es tan bien recordado por la parcialidad albiceleste como pretende el diario Clarín, cuya edición web de ayer lunes señalaba como mérito del empresario el campeonato de Primera División que el club alcanzó en 2001, tras treinta y cinco años.
Racing transitaba entonces por los meses iniciales de un “gerenciamiento”, que conjugaba en la práctica la privatización del fútbol del club y la suspensión de los derechos políticos de sus socios, pero fue promocionado por los medios (entre ellos, el propio Clarín) de un modo similar al que ayer trazaron para definir el desembarco en FPT: la búsqueda sincera de eficiencia y rédito y un supuesto reordenamiento que nunca se verificó. Ya en el minuto cero de su experiencia en Racing, en enero de 2001, el diario Página/12 vertía sospechas en torno quién acompañaba, entre bambalinas, a Marín. Una hipótesis mencionaba al actual presidente electo, por entonces mandamás de Boca, con quien había compartido mesas de directorio en otras empresas.
En el relato ensamblado por la propia gerenciadora y otros medios de comunicación, el gerenciamiento era la única vía para la salvación del club ante la amenaza de la extinción, lo que en realidad no logró Blanquiceleste SA sino la gente que acompañó día a día, llenó el estadio en un domingo en que el equipo no jugó por estar provisoriamente apartado y se encadenó a las puertas de la sede de Villa del Parque para evitar su remate.
Los logros deportivos de 2001, con el salvataje de un equipo prácticamente descendido y el campeonato inmediatamente posterior, no fueron en realidad mérito de Marín sino del conjunto de deportistas dirigido por Reinaldo Merlo y el año de gracia con que contaba el gerenciador para cumplir lo pactado en el contrato, lo que le permitió invertir en jugadores de valía para rodear a jóvenes promesas como el crack Diego Milito. Tanto es así que el éxito de aquel semestre nunca volvió a repetirse durante el gerenciamiento, y lo que se pintaba como un paraíso contable y laboral en contraste con un país que explotaba era en realidad una empresa que se atrasaba en los pagos y cobraba a sus jugadores parte de la fiesta realizada en su homenaje, como cuentan los campeones en este tramo del programa Hay equipo.
El relato mediático era por entonces diferente, y presentaba al gerenciamiento como un regalo de Navidad para un Racing descarnado que veía sucederse capítulos oscuros y tristes de su historia, siempre enlazados con la biografía colectiva del país. Al Racing tricampeón del peronismo y el cordón industrial de Avellaneda a pleno sucedió el conducido por la burguesía nacional de Santiago Saccol y a éste el de los años de dictadura, con la presidencia del estanciero Horacio Rodríguez Larreta padre, que concretó la erogación récord del fútbol argentino por Julio Villa en 1977. Seis años más tarde, el club recibía la democracia descendiendo y en su primera convocatoria de acreedores. En marzo de 1999, treinta meses antes que el país, Racing explotó con aquella frase de la síndico Liliana Ripoll que con inocencia lo declaró extinto.
El gerenciamiento aparecía entonces como una opción poco menos que mágica. Pero tampoco fue magia. Los diarios decían que Blanquiceleste SA invertiría en las instalaciones y en un plantel competitivo, pagaría el multimillonario pasivo y dejaría al club como nuevo. En los papeles (de los diarios, porque el contrato nunca pudo ser visto), Racing se quedaría con el veinte por ciento de los pases de los jugadores que la empresa comprara y, solidariamente, la firma tendría derecho a igual porcentaje en las ventas de los jugadores surgidos de las divisiones inferiores.
En la realidad, lo primero casi nunca ocurrió, porque Blanquiceleste tuvo sólo a unos pocos jugadores a su nombre, y lo segundo tampoco llegó a suceder en muchas oportunidades, porque no hizo falta.
La primera de las ventas importantes de un jugador de la cantera fue la de Mariano González en 2002, catorce partidos después de su debut, en vísperas de una Copa Libertadores que lo encontraba en plena explosión y en la mira del entonces entrenador de la selección argentina, Marcelo Bielsa. El pase de González fue vendido por 800 mil dólares a un grupo empresario e inmediatamente después de la operación su cotización se disparó, porque ya estaba asegurado el interés del Inter de Italia donde fue campeón tras dos años en el Palermo, que lo pagó cinco millones de euros meses después de la venta original. La diferencia entre los 800 mil dólares y los cinco millones de euros tampoco fue magia: la puso Racing.
No fue demasiado distinto en otros rubros. Insospechado de kirchnerismo y bajo la volanta “lo que faltaba”, el diario La Nueva Provincia informaba en marzo de 2006 que la empresa de Marín, que tenía “deudas impositivas y de primas con los jugadores”, pagaba las cuotas de la quiebra con dinero del club y no suyo, como se había comprometido. Para ello, utilizaba los pocos fondos que al club habían ingresado por las ventas de los jugadores formados en sus divisiones inferiores. “Es llamativo que el dinero que le correspondía a Racing por las ventas de Diego Milito, Mariano González y Lisandro López, entre otros, se encuentra en una cuenta conjunta entre el club de Avellaneda y Blanquiceleste, a la cual la empresa accede y dispone libremente”, consignaba el diario siempre antikirchnerista y hoy ultramacrista. Entre los acreedores más importantes, vale apuntar, se encontraban la AFA y varias empresas del Grupo Clarín. Se comprende porqué hoy el diario homónimo habla tan bien del gerenciamiento.
Para mediados de la década pasada, el descontento de la hinchada y los socios del club iba en aumento y se expresaba en convocatorias bajo la consigna “Fuera Blanquiceleste”, que en realidad habían comenzado en el mismo 2001 pese al éxito deportivo, cuando la parcialidad académica denominó a la formación en la que seguía al equipo “el tren celeste y blanco”, en obvia diferenciación del nombre de la sociedad anónima.
En 2006, Marín dejó la conducción de Blanquiceleste SA en manos de su ex socio Fernando de Tomaso, que acabó condenado por administración fraudulenta. El gerenciamiento privatista duraría muy poco más, dejando a Racing afrontando en soledad sus compromisos y nuevamente al borde del descenso, un detalle deportivo que los diarios eligen seguir omitiendo al caracterizar el éxito empresario que también concluyó en quiebra, la dictada por la Justicia en 2010, por las deudas que mantenía con acreedores entre los que se encontraban Merlo, Gustavo Costas, Francisco Maciel y Claudio López. El cierre incluyó una demanda del primer gerenciador al segundo, para cuyas costas Marín se declaró insolvente y, como prueba, manifestó no tener propiedades, automóviles ni tarjetas de crédito a su nombre.
Hoy el gerenciamiento es sólo el epílogo de una historia oscura de la vida institucional del club, por fortuna superada. Pero algunos de sus nombres vuelven a aparecer, nada menos que para manejar un fútbol, dicen, para todos.