Sexo, posporno, periodismo y ciencias sociales
Por Daniel Mundo
La experiencia posporno que sacudió a la Facultad de Ciencias Sociales pone sobre la mesa muchas cuestiones.
La primera, el lugar que ocupa el periodismo mainstream en la creación de agendas políticas y culturales. Llamo periodismo mainstream o periodismo espectacular al que entre otras cosas vive de la producción serial de escándalos. Este periodismo no es un género o un estilo que convive con otros, es un cemento rápido que aglutina prejuicios firmemente asentados desde hace mucho tiempo. En el estudio, Lapehue decía “yo no sé, pero esto me da asco”. En el móvil, la notera buscaba a otras presas para que confirmasen la vergüenza y el asco que sentía el conductor y posiblemente ella misma y también, seguro, los telespectadores que en ese momento se sentaban a comer a la mesa: personas teniendo sexo con un micrófono en el hall de entrada de la Facultad, intolerable. Estas personas creen que la vergüenza, el asco, su propia mirada, son cuestiones naturales. Lo creen incluso habiendo cursado una buena parte de una carrera universitaria. La vergüenza es una cuestión política. El sexo es una cuestión política, y en tanto tal merece salir de la oscuridad de lo privado y exponerse —como de hecho se lo expone cotidianamente— en los espacios públicos.
Por otro lado hay que aceptar que ésta es una percepción colectiva, o puede serlo. Por supuesto, para nosotros es una percepción retrógrada y que tiene las horas contadas, pero hay que entender que la sociedad espectacular se nutra todavía de este tipo de creencias: el sexo no es una cuestión pública. Mientras tanto, se naturalizan el machismo, la heteronormalidad, el coitocentrismo, se recorta el sexo a experiencias muy limitadas y se lo barniza con sentimentalismos, como el del amor, por ejemplo. ¿Habrá llegado la hora nacional de liberar de verdad la representación del sexo?
El posporno tiene una larga vida ya. Hay artistas, performers, militantes, pensadoras que lo vienen alentando desde hace décadas. En última instancia, y de forma muy sintética, diría que se trata de una lucha política por apropiarse de la hegemonía de la representación de la sexualidad. Su enemigo es en primera instancia la pornografía comercial, la pornografía que quiere hacernos creer que el sexo es una sola cosa y que siempre se trata de los mismos órganos (pija, tetas, concha, culo). Aquí se abre una discusión histórica que no viene al caso retomar ahora entre pornografía y posporno, la consolidación del campo de la pornografía y su fragmentación y pulverización.
Pero llegó el momento quizás de poner en debate el sexo y la representación de la sexualidad que queremos que nos rijan. Es un debate difícil, porque saldrán a la luz prejuicios muy asentados. ¿Estamos capacitados para aceptar que el sexo y el amor es un acoplamiento posible pero no necesario? ¿O que el sexo y la sexualidad es un dispositivo central en la conformación de nuestra identidad moderna, que evidentemente la postmodernidad está revisando, para bien y para mal?
Para el posporno, la representación pornográfica del sexo vendría a consolidar la alienación sexual sobre la que se asienta la sociedad, la sociedad cuyo régimen de visibilidad se rige por la “transparencia”, la obviedad, la redundancia y también el sexismo explícito de la pornografía. Éste es el segundo frente de batalla: la miseria del sexo tal como esta sociedad quiere que lo practiquemos. Es una buena oportunidad para preguntarnos en qué medida somos capaces de asumir nuestra sexualidad, y celebro que la Facultad de Ciencias Sociales haya sido el espacio donde explotó esta dinamita. Hace años que creemos que la sexualidad es una cuestión de gusto, y que el gusto es una cuestión subjetiva, que uno tiene el poder y la capacidad de elegir lo que le gusta y lo que le disgusta. El sexo es el lugar para cuestionar esta idea banal.
El sexo sigue siendo una cuestión muy seria. Al comenzar el sexo se acaban las palabras, las risas, el compañerismo, y comienza el enfrentamiento velado con los fantasmas y con las exigencias sociales que se quieren dejar atrás, donde el otro es un complemento en la búsqueda de la propia aniquilación, y donde los apósitos técnicos incrementan aquello que precisamente quieren exorcizar. Debatir el sexo y su representación significará revisar nuestras ideas más queridas.