La Nación (también) miente
Por Daniel Mundo
La Nación miente. Clarín miente. Página 12 miente. En realidad lo que trato de decir es que ningún medio de información (tampoco éste, donde sale publicada esta reflexión) puede arrogarse la capacidad de decir la verdad. La verdad, a esta altura de los hechos mediáticos, no es más que un punto de vista. Un fraude. La estrategia del periodismo para ubicarse en el lugar de enunciar la verdad (y en el imaginario de este capitalismo afectivo que vivimos el periodismo, junto con el discurso médico, son los únicos actores modernos que todavía coquetean con decir la verdad) radica en sobrexplotar la objetividad, en autopresentarse como un simple medio que lleva una información desde un lugar (digamos, la realidad) a otro lugar (el lector/espectador): nosotros, los medios, tan sólo informamos. Tan sólo mediamos. Somos neutrales. La estructura es necesariamente una ficción.
¿De dónde proviene esta presunta neutralidad? Tiene una larga historia. La resumiría diciendo que los medios encajan a la perfección en el molde renacentista de la ventana transparente (y sin marcos, tan extensa como la capacidad visual e intelectiva del espectador). Gracias a ella, el espectador accede a una realidad inalcanzable de otro modo. La ilusión de transparencia es muy potente —más potente que la ilusión del goce, de hecho.
Para aclarar la confusión no basta con decir que la realidad real, lo que entendemos cuando decimos “realidad”, es ya información. No basta, por un lado, porque descular qué significa información en esta idea aparentemente obvia desborda los marcos del presente artículo. Por otro lado, porque terminaríamos comulgando con esa célebre frase nietzscheana pasademoda que afirma que ya no hay hechos sino sólo interpretaciones, consigna que le hizo mucho mal a la filosofía y a las investigaciones sobre los medios de comunicación (siguiendo esta línea de interpretación, una gran pensadora argentina llegó a decir, en la década del noventa, que una caricia era lo mismo que una trompada). Por último, si bien es muy tentadora la consigna, basta con reflexionar un segundo sobre los acontecimientos trágicos que nos ocurren a nosotros diariamente para desmentirla: ¡cómo nos complacería que realmente no haya hechos!
Pero bueno, de ahí a que cualquiera pretenda validar sus argumentos “con los hechos” mismos se abre un abismo importante. Porque hablar “con los hechos”, que no haya diferencia entre hecho y palabra, es casi tan destructivo como que las palabras y los hechos pierdan contacto entre sí, la otra cara de un mismo fenómeno. Los que investigamos y pensamos los medios de comunicación de masas sabemos que nadie puede apropiarse de un hecho. Si lo hace, lo hace por medio de discursos e interpretaciones. Al periodismo le encantaría fundir en un mismo signo (que llamamos noticias) interpretación y hecho hasta volverlos indistinguibles. Lo que concreta, así, es que las palabras organicen un universo independiente del universo de los hechos. De aquí a que un gobierno piense que los problemas políticos son un simple problema de comunicación hay un pequeño paso.
Si en la década pasada hubo una batalla mediática de calibre, y la hubo, se fundó principalmente en la representación de la realidad que la sociedad argentina se iba a dar: la realidad espectacular difundida por los medios mainstream, y la realidad deconstructiva solventada con financiamiento estatal. Habría mucho para decir sobre estas dos maneras de representar la realidad. Sabemos quién ganó la batalla. Hoy los medios dominantes pretenden de nuevo hablar con hechos. El “caso Baez” así lo demuestra (en otra nota me referiré a este fenómeno confuso, peliagudo y en un punto doloroso). Quisiera cerrar el artículo hablando del medio que siempre se presentó como el más ecuánime, el más imparcial, el “mejor” informado, me refiero al complejo multimediático La Nación, pues en los albores del fin del kirchnerismo La Nación había regresado de nuevo a ser el diario mejor informado.
Me llama la atención que incluso investigadores en ciencias sociales aleguen que el único diario que se puede leer en este momento sea La Nación, que la información que transmite es la más veraz. Es cierto que se ubica en el medio de un coro de medios extremistas, y es verdad también que nunca se comprometió en la batalla mediática como lo hicieron los otros dos grandes diarios (Clarín y Página 12), pero no podemos decir que no tomó partido en esta batalla. Desde antes de que asumiera Macri volvió al tono moderado, no partidista, “objetivo”, que lo caracteriza desde los años de Mitre. Lo que debemos comprender es que cuánta más objetividad, moderación y transparencia haya, más dañino es el periodismo para la cultura.