Maradona es el más grande, pero se murió Ali
Por Jorge Giordano
Para poder manejar la grandeza de ciertas figuras las incorporamos dentro de la cotidianeidad, un tanto achatadas. No podíamos despertar todas las mañanas pensando "¡Qué inmenso es Ali!". Y en estos días, después de su muerte, varios me comentaron: “¿Qué onda que se murió Ali?”, en una pregunta que intentaba calibrar el peso de esa ausencia. En nuestro país tenemos un ejemplo extremadamente similar, a través del que quizás sea más fácil dar cuenta de la importancia del que se fue: Diego Maradona, el mejor jugador de la historia del deporte más popular del mundo.
Es muy fácil pensar algunas coincidencias: ambos deportistas fueron técnicamente excelentes, con personalidades desbordantes de orgullo propio, considerados los mejores en lo suyo. El excelente documental "Facing Ali" (disponible en Netflix) sugiere otras similaridades.
Esta obra, construida enteramente a partir de los testimonios de rivales y material de archivo, casi que abre con esta declaración de Ali: "Cooper será mi calentamiento hasta que pueda pelear contra ese gran oso feo, Sonny Liston". Por supuesto, luego derrota a ambos. Esa confianza extraordinaria en el talento propio remite a la respuesta de Maradona a Gatti: "Dice que voy a ser un gordito. Hoy Gatti no es nadie, le voy a hacer cuatro". Ali (entonces todavía Cassius Clay) llevaba la pirotecnia verbal al máximo. Al ganarle a Liston, dispara: "Soy el mejor boxeador de la historia, y acabo de cumplir 22 años. ¡Debo ser el mejor! ¡Soy el rey del mundo, soy el más lindo!". Ingenio, orgullo y capacidad para responder con el lomo lo que fanfarroneaban. Si Diego es soberbio, ¿qué le queda a Ali?.
Todos los rivales resaltan su velocidad: era increíble su juego de pies y manos teniendo en cuenta su peso. Pero tan asombroso como su técnica fue su involucramiento con el movimiento de la Nación del Islam. Ron Lyle afirma: "Cuando hablaba Ali, muchas veces podías oír a Malcolm X". Esta es una de las cuestiones que exceden lo deportivo y lo constituyen como ídolo: ¿qué necesidad tenía de mostrarse con Elijah Muhammad y Malcolm X? ¿Qué necesidad tiene Maradona de sentar posición con Fidel Castro y Hugo Chávez?. Ali era negro y Maradona es villero: no reniegan de eso sino que lo reivindican, suscitando polémicas en torno a una supuesta asepsia política que debería rodear al deportista.
Ali se niega a ir a Vietnam. Los boxeadores del documental apoyan su postura y la vinculan con las intervenciones militares de Estados Unidos de hoy en día. "¿Por qué yo, un hombre marrón, debo ir a 16 mil kilómetros de casa para matar hombres marrones inocentes que nunca me hicieron nada?", dice Ali. Afuera, manifestantes negros protestan con carteles: "Si él no va, nosotros no vamos".
Eran tiempos más rústicos: los boxeadores recibían disparos y "ya no podían pelear como antes", salían de la cárcel después de ser apuñalados para convertirse en profesionales, o tenían managers de la mafia encubiertos por otros "legales". Y aún así en Ali no importaba tanto la potencia de sus puños: el verdadero problema era poder pegarle. Se mantenía fuera del alcance de los golpes devastadores y ponía en juego su astucia e ingenio (muchas veces verbal) para sacar de la pelea a sus rivales, como se observa repetidamente en el documental. Era extremadamente inteligente y el testimonio visual de los artificios que creaba para ganar es uno de los grandes aciertos de “Facing Ali”.
En 1967, un tribunal federal en Houston lo encuentra culpable de evadir el enrolamiento en el ejército. "Mi intención es boxear y ganar un combate limpio. Pero en la guerra la intención es matar, matar, matar". En el mejor momento de su carrera le prohíben boxear durante tres años. Es algo comparable a suprimir el período ‘87-‘90 de la carrera de Maradona. En esto se pone en escena un juego, que Maradona mismo relaciona con su consumo de drogas y su posterior dóping: "Yo les di ventaja. ¿Sabés qué jugador hubiese sido si no hubiese tomado droga?". Si Ali fue el más grande, es imposible saber cuánto más gloriosa podría haber sido su carrera con esos tres años perdidos.
Lo real es que cuando vuelve ya no es el mismo: sigue siendo el mejor pero no intocable, los golpes le empiezan a entrar. Contra este Ali pelea nuestro enorme Ringo Bonavena en un combate, mítico para nosotros los argentinos, pero menor dentro del cánon Ali.
En este momento aparece otro Muhammad, uno que tiene que usar su inteligencia para pelear distinto. Aunque el filo de su lengua sigue intacto. Luego de cargar a Joe Frazier -el campeón vigente durante su prohibición- porque "no sabe hablar", Ali dispara: "Frazier es la otra clase de negro, es un Tío Tom". El "Tío Tom" es una figura utilizada para referirse a los esclavos negros que eran complacientes con sus amos blancos.
Joe Frazier no sabía qué significaba "Tío Tom". Frazier cuenta que "cuando era chico, no entendía por qué los blancos iban a escuelas distintas" y cuando creció "tomaba autos prestados y no los devolvía". Según otro boxeador, George Chuvalo, Frazier "era más negro que Ali, más pobre que Ali". Los dos, ambos invictos, se enfrentaron en lo que se conoció como "El combate del siglo", con Frank Sinatra, Woody Allen y Dustin Hoffman presentes. Frazier afirma que la guerra en Vietnam se detuvo durante una hora y media para verlos. Y Ali perdió por primera vez.
Ken Norton también aparece contando su historia. "Comer un pancho era un lujo para mí". Tuvo la chance de pelear contra Ali y le ganó: después de eso, pudo comprar mejor ropa y comida para su hijo. En 1986, Norton sufrió un terrible accidente de auto: estuvo tres años paralizado. Ali lo fue a visitar al hospital y, según le contaron a Norton, salió de la parálisis un momento y respondió a esa presencia. "Pelear con Ali salvó mi carrera y mi vida", sentencia Norton. Es inevitable ver en actitudes como esta al Maradona que le pone una remisería al "Moncho" Monzón cuando tocó fondo. Este tipo de gestos extradeportivos, sin periodistas alrededor y que trascienden sólo cuando lo cuenta el protagonista, agiganta la figura de las leyendas.
Ali seguía dando pelea. Le preguntaban si todavía podía bailar. "¿Que si puedo bailar? ¿El Papa es católico?". Planifica otra pelea histórica en Kinshasa, Zaire, contra George Foreman, el hombre que había noqueado a Frazier. Ali era vitoreado por las calles africanas mientras se entrenaba. Y cómo no, otro punto de contacto con Diego: Nápoles y Kinshasa, ser alentado y jugar de local en otro continente, con un pueblo que se identifica con él y lo que representa.
Y Ali no prepara esa pelea para bailar, sino para aguantar. Su técnica ya es famosa: la espalda contra las cuerdas y a aguantar los golpes hasta que Foreman se desgaste. Los boxeadores dan cuenta de la dificultad de esa técnica: los riñones se hinchan y es increíble el dolor que debe soportar. Al mismo tiempo, Foreman cuenta cómo Ali busca enfurecerlo más, y las imágenes lo muestran claramente: "¿Eso es todo lo que tenés, George?", le grita al oído. En cuanto pudo, Ali volteó a Foreman con una combinación de golpes. Foreman afirma que el mejor golpe de Ali es el que nunca tiró: "Cuando estoy cayendo, tiene la derecha preparada, pero no me remata. Eso lo hace el mejor boxeador de la historia".
Foreman, uno de sus míticos rivales y un gigante del boxeo por mérito propio, dice que después de la prohibición y su viaje a África, "Ali encontró otra razón para boxear, aparte del dinero y los cinturones. Cuando una persona encuentra algo así, es casi imposible ganarle". Ese algo es lo que está presente en la relación de Maradona con la Selección Nacional: es el tobillo hinchado en Italia ’90, la recuperación milagrosa para Estados Unidos ’94. Es, inclusive, la alegría de Diego tirando caños en lobbys de hoteles alrededor del mundo. Para Lyle, Ali "se lo jugó todo". Siguió peleando cuando no debía hacerlo.
El documental cuenta historias realmente terribles, mucho más que la de Ali. La obra es del 2009 y varios de esos rivales fallecieron al borde de los setenta años. Hombres con voces rugosas como un motor viejo, llorando al recordar a Ali y a sí mismos. A través de esas voces se construye tanto el documental como la figura de Muhammad, ya que como marca Lyle: "Ali no puede hablar, pero nosotros podemos hablar por él".
Ali se encontraba enfermo y prácticamente retirado de toda aparición pública desde hacía décadas. Pero su muerte trae la atención sobre su figura, y probablemente las líneas que se escriban y las horas que se filmen no puedan reflejar con justicia el tamaño descomunal de su mito. Todos los que ponemos alguna ilusión en el deporte vivimos de historias como las de Maradona y Ali. Y es lógico sentir que, con Ali, se fue para siempre algo de lo que somos.