Caso Maldonado: "Un cuerpo que hiere la Justicia"
Por Sofía Caravelos *
En medio de un escenario de “guerra jurídica” –lawfare- contra los enemigos políticos (secuestro de Milagro Sala, procesamientos compulsivos a distintos ex funcionarios kirchneristas), en uno de los departamentos judiciales más australes del país, la administración de justicia se desmorona frente a esta imagen de un hermano custodiando con su propio cuerpo los restos de un -hasta entonces- NN hallado en el río, luego de 78 días de búsqueda desesperada por saber su destino.
Imagen insurreccional que le pega un cross de derecha a la Justicia y se instala en la memoria colectiva y en la larga lista de escenas necrológicas argentinas, esta vez llevada al absurdo por el afán de crueldad, inhumanidad y anonimato de las redes sociales que espectacularizaron la muerte y el dolor de toda una familia en un ejemplo más de la banalidad del mal. El ensañamiento parecía no tener final.
Pocas jornadas fueron tan largas para las/los argentinos que sentimos como propia esa ausencia (imagino lo que habrá sido para la familia de Santiago) como este 18 de octubre en el que cerca de las 15hs, los medios nacionales anunciaban el hallazgo de un cadáver en el Río Chubut. 78 hs. después, con la llegada de la noche, cerrábamos el día con la confirmación de la identidad de ese cuerpo. Era Santiago.
Lo que sucedió después fue un desborde de angustia que se agolpaba como nudo en la garganta y que poco alivio encontró entre quienes salimos a las calles a gritar “fuera Bullrich, fuera”.
La sensación que nos invadía no tenía nombre, pero sí el deja vú de otros hechos. Sabíamos que algo se volvía a desmoronar en la institucionalidad nacional.
El cuerpo de Santiago se convirtió en el territorio del conflicto, concentrando en él, en su ausencia y su aparición forzada, el quebranto de la justicia. Y nos quedamos sin representaciones ideológica–jurídicas- para poder nombrar lo que fuimos viendo pasar.
Se transvirtieron los mecanismos con los que subjetivamente construimos verdad. El aparato simbólico de la justicia se puso a disposición de la muerte.
Desde un comienzo comenzó el despliegue de recursos legales: la determinación de un fuero de excepción -el federal-; la extensión de la competencia de las fuerzas de seguridad nacionales en territorios provinciales a partir de la intervención justificada en una forzada flagrancia; una investigación fraudulenta e injuriante (pericias que no se hicieron, allanamientos inverosímiles, testigos desprotegidos); prevaricato obsecuente; dilación omisiva.
Todo ello coronado con el permiso de filtración de las imágenes de un cuerpo mutilado y la omisión de impedir que circulen, habilitando la profanación y la degustación de los victimarios de que quede exhibido ante el público expectante ese cuerpo como el trofeo de no sé qué guerra.
Ello, junto a las operaciones del gobierno: el aval incuestionable a una de las fuerzas de seguridad cuyo mando les pertenece, la aparateada mediática, el rankeo de la información, las humillaciones a la familia, la víctima ubicua, la cloaca verbal de alguna candidata.
Frente a todo eso, fueron las víctimas las que insurreccionalmente enfrentaron el atropello, mientras la justicia se iba desmoronando ante la evidencia de su mentira.
¿Será por eso que todavía no tenemos nombre para lo que pasó?
¿Será que nos quedamos sin institucionalidad que nos permita reconstruir los hechos, procesar esta historia, culpar a los responsables?
Ya no podemos contar con la mediación de la justicia. ¿Qué pasaría si las pericias nos dicen que Santiago se ahogó? ¿Todo esto quedaría saneado? ¿Qué nombre se le pone a esta operación del ejecutivo y a este obrar judicial? Al momento en que escribo estas palabras 56 especialistas definen los detalles del informe que surgirá luego de la autopsia. Ninguna conclusión eximirá al Estado por haber intervenido de manera violenta e ilegal sobre la protesta que se realizaba aquel 1 de agosto, nada exculpará su ineficacia y las variadas estrategias de dilación y ocultamiento. Si el cuerpo dice algo más comenzará entonces un largo raid de versiones y contraversiones que intentarán empantanar la verdad.
La memoria está a flor de piel y en un primer momento echamos mano a lo que se inscribe como registro de lo más doloroso y complejo (por la multiplicidad de actores que quedan involucrados) que como pueblo hemos sabido padecer: la desaparición forzada.
El posible avance de la información y el desfasaje de lo que implica esta figura y lo que hemos visto transitar nos obliga a pensar nuevas formas, nuevas representaciones. ¿Será el abandono de persona seguido de muerte, esta figura que extiende el reproche a quienes generan un peligro y a consecuencia del mismo se produce la muerte o quienes abandonan a su suerte a quien se debían cuidar?
Esa búsqueda desesperada por nombrar lo innombrable es parte de los manotazos por recuperar un orden de verdad, vinculado a la legalidad.
¿Deberíamos entonces -frente a esta justicia interpelada, manoseada, descreída- seguir usando viejas representaciones o será necesario construir nuevas legalidades?
* Abogada, militante del CIAJ (Colectivo de Investigación y Acción Jurídica)