“Hachís”: los paraísos artificiales de Walter Benjamin
Por Gito Minore
De alguna manera, el siglo XX ha sido una gran vidriera para la publicidad de las diferentes sustancias con las cuales alterar nuestros sentidos. Entre el tabú y la exposición sin tapujos, sobre el consumo de drogas y sus efectos se ha escrito mucho. Pero más allá de la condena de parte de algunos sectores, o el glamour con el que se lo glorifica y legitima desde otros prismas, existen unos cuantos autores que, de manera seria, se inmiscuyeron en la experiencia viva del trance, y lo narraron. Uno de ellos fue Walter Benjamin.
Entre finales de los años 20 y comienzo de la década del 30, el autor de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, incursionó en el uso del hachís y fruto de ello escribió algunos artículos con la intención a futuro de realizar un libro sobre el tema. Este proyecto, como otros tantos, quedaron inconclusos debido a su temprana muerte en 1940.
En una edición sumamente cuidada, la editorial argentina Godot recuperó esos textos y una serie de protocolos producidos por el filósofo alemán junto a sus compañeros de experimentación: Ernst Bloch, Ernst Joël y Fritz Fränkel, en los que, más allá de la inmediatez con que están trazados, pueden leerse fragmentos de maravillosa inspiración. Así, al menos, describe sus percepciones en un registro fechado el 15 de enero de 1928: “La habitación se disfraza frente a nosotros, se pone los trajes de los estados de ánimo, como un ser seductor. Experimento la sensación de que en la otra habitación podrían haber tenido lugar tanto la coronación del emperador Carlomagno como el asesinato de Enrique IV, la firma del Tratado de Verdún o el asesinato de Egmont. Las cosas son solo maniquís e incluso los grandes momentos históricos mundiales son solo trajes, bajo los que se intercambian las miradas de conformidad con la nada, con lo inferior y con lo banal (…) Acá también está la raíz de la adicción: profundizar de manera ilimitada la complicidad con el no ser al aumentar la dosis”.
Traducido por Nicole Narbebury y con una introducción de Martín Kohan, Hachís invita a un viaje en el que, extasiados por los paraísos artificiales en los que recala su autor, la literatura y la reflexión salen ganando. Tal como lo dice el propio Benjamin: “Uno sigue los mismos caminos del pensamiento que antes. Solo que parecen sembrados con rosas.”