Sweet tooth: pandemia y evolución
Por Francisco Pedroza
El 4 de junio Netflix estrenó Sweet tooth, serie basada en un cómic homónimo, que desde la salida de su tráiler había cautivado la atención del público. Una voz en off se encarga de relatar la historia que, por momentos, se acerca mucho más a nuestra realidad que lo que nos gustaría. La primera vida que nos presentan es la de Singh, un médico que, mientras se encuentra atendiendo, recibe a una chica con lo que parece ser un cuadro alto de fiebre. Allí nos enteramos que al planeta llegó la cepa H5G9, que provoca la enfermedad más letal conocida hasta el momento.
Casi al mismo tiempo, aparecen las grandes estrellas de esta serie: los “híbridos”. Son bebés que, nadie sabe cómo ni por qué, nacieron con partes del cuerpo de animales. Se puede decir que nacieron en un mal momento y lugar, porque lo primero en asomar es la culpabilización por el nuevo virus. La situación escala y nos encontramos con la caza sistemática de cada uno de estos nuevos seres.
En este contexto conocemos la historia de Gus, el protagonista, un niño híbrido de 10 años, mitad humano y mitad ciervo, que vivió toda su vida en el bosque al cuidado de su papá. No tiene noción de lo que ocurre afuera, nunca vió a otro ser humano. Aprendió que no debía cruzar la cerca que los rodeaba y que siempre había que esconderse frente a otra persona. El siguiente paso, si bien hay giros narrativos y la profundidad en el personaje genera mucha empatía, es predecible.
La serie nos plantea un mundo apocalíptico donde la fantasía es uno de sus principales atractivos y, además, lo hace como si estuviéramos escuchando un cuento. La voz en off resulta un acierto, ya que, si bien va posibilitando en menor medida el avance de la narrativa, no queda forzada ni aparece como una herramienta de la que abusen, sino que simplemente funciona como huecos de aire, donde sentimos que, a pesar de lo que estamos viendo, todo va a ir bien.
Otro recurso bien llevado es el manejo de las historias, tanto la de Singh como la de Gus. A lo largo de los capítulos vamos a ir encontrando otras, no tan definitorias claro, pero aún así relevantes para la trama, aunque en algunas se interiorice sólo lo necesario para empatizar y captar nuestra atención. Lo que sí sabemos, porque nos lo dice el narrador casi al comienzo, es que todas ellas en cierto punto se van a cruzar. Ese factor, sumado a la creciente tensión que se va desarrollando con el avance de la narración, nos mantiene en vilo y deseosos de ese encuentro.
Esta primera entrega nos presentó dos polos lejanos, que en su conjunción funcionan a muchos niveles. Por un lado, la violencia del mundo que irrumpe a cada paso y el manejo sanguinario de una pandemia para la cual nadie tiene respuestas. Por el otro, la inocencia y mirada de un niño que nunca tuvo la oportunidad de cruzarse con la maldad. El resultado es una de las mejores producciones de la plataforma en lo que va del año. Una temporada que deja una larga pero motivante espera hacia su continuidad.