Paolo Virno y qué hacer con toda la potencia que nos rebasa
Por Branco Troiano
En una entrevista con el director de Perfil, Jorge Fontevecchia, el filósofo italiano Paolo Virno (autor de Cuando el verbo se hace carne. Lenguaje y naturaleza humanas, entre otros textos) habló de una época signada por “pasiones tristes” y de las consecuencias políticas de lo no articulado. Hijo de la militancia obrerista, el también semiólogo se permitió, además, comentar acerca del estallido social argentino del 2001 y de lo que llama un "populismo con capacidad de reproducción en la distorsión". A partir de eso, una serie de preguntas que intentan (re)situarnos.
Dice Virno: “Me refiero a la impotencia como una de las categorías más antiguas de la filosofía occidental. Porque conectados acto y potencia, desde Aristóteles en adelante persiguió al pensamiento filosófico, lógico y ciertamente también político. Aquí está en juego un rasgo decisivo de nuestra especie. El hecho de que somos una especie potencial, nunca completamente en acto, que se caracteriza por una potencialidad. Las dos lenguas, el castellano y el italiano, son muy cercanas. En ambas, hay un riesgo: confundir potencia y poder. El poder es concreto y actual. Hay que pensar, por caso, en el poder de la policía o del Ministerio de Relaciones Exteriores. Por potencia debería comprenderse la facultad en el sentido de algo innato o habilidad, si es algo aprendido. Lo dice la palabra, tanto en italiano como castellano. Es lo que no es acto. Es la condición de posibilidad de los actos. Esa es su relación con el presente”.
¿Qué podría suponer aquello que en nosotros no es acto? ¿Qué quedará de nuestro presente una vez advertida esa potencialidad?
Dice Virno: “Volviendo a la impotencia sexual, creí importante reportar sobre un tipo particular de impotencia, que experimenté, como otros jóvenes ardientes. Una impotencia que no es debida a una dificultad para hacer el amor. Es la de quienes, plenos de potencia amorosa, no consiguen traducirla en un concreto hacer el amor. En una comparación que no es muy original, diría que es como un motor a pleno que no consigue ponerse en marcha por no tener una marcha adecuada. Por eso el Viagra, aunque sea algo decente, no actúa sobre el tipo de impotencia sexual de la que hablo en mi libro ("Sobre la impotencia", editorial Tinta Limón) . Trata una disminución de la potencia sexual y no sobre el joven ardiente capaz de hacer el amor que sin embargo no lo hace. Esta impotencia tiene que ver con el espíritu de nuestra época. Porque creo que la impotencia que caracteriza nuestras acciones, nuestros discursos, nuestra capacidad de luchar contra la injusticia, no se debe a una hambruna o escasez de potencia sino a una sobreabundancia de potencia, es decir, de facultades y habilidades. Una impotencia por un exceso inarticulado, desmedido, que no tiene las adecuadas maneras de traducirse en acto”.
¿Qué es todo esto que nos desborda? ¿Qué quedará de todo esto una vez articulado? ¿Qué ventajas acarrea lo articulado que aún no hemos descubierto? ¿Y qué hay de nosotros una vez traducido el acto?
Dice Virno: “La potencia es lo que permite pasar de la inactualidad a la actualidad. La actualidad, el pasaje al acto, es potencia. Un pasaje filosófico, metafísico y lógico de gran importancia. Nuestras sociedades, la suya y la mía, pero en general las de Occidente, están aquejadas por un excedente de potencia que intenta traducirse regularmente en hechos, por lo tanto, en algo constatable y presente”.
¿De qué manera seguiremos habitando el presente una vez que desparramemos la potencia sobre la mesa?
Dice Virno: “La impotencia de la receptividad. Pues estas formas de impotencia generan pasiones tristes. Y entre las pasiones tristes se encuentra la melancolía. Aun teniendo el conocimiento riguroso, hay algo que impide llegar a un lugar. Es como una comida deliciosa a la que no se llega a captar todo su sabor. Incapaz de traducirse en actos, este proyecto genera una tristeza, no por el hecho de no poder decir algo sino por saber que en uno mismo hay una gran capacidad para hacerlo que, sin embargo, está inhibida. Hay que poner en primer lugar estas pasiones tristes melancólicas. Hay una melancolía de época, no de un sector político en particular. (…) La melancolía que usted menciona yo la ubicaría dentro de una constelación de pasiones tristes, generadas de saber cuánta potencia se tiene. Una sobreabundancia de potencia acompañada de una inhibición para traducirla en acto”.
Entonces, ¿qué hacemos con todo esto que nos echaron encima?
Dice Virno: “Quiero citar una frase sobre la pasión. Un pensamiento que desea es un deseo que piensa. Esto es el ser humano. Se observa una compenetración desde el principio entre aquello que los griegos llamaban `logos´, que quiere decir pensamiento organizado de palabras, el pensamiento verbal y las pulsiones. Este entrelazamiento trabaja en ambos sentidos: por un lado, un pensamiento que desea, un pensamiento lógicamente estructurado sintácticamente y un deseo que piensa. Son temas que abordaron Gilles Deleuze y Jacques Lacan. Es una enseñanza sumamente instructiva, dado mi interés por el lenguaje. El lenguaje, precisamente, es el que determina el entrelazamiento originalmente. Nuestro lenguaje garantiza que el deseo nunca es un puro y simple empujón hacia la racionalidad, incluso en su fragilidad. Afirmar que el deseo piensa y el pensamiento desea es posible gracias al deseo verbal, uno de los puntos focales de mi actividad filosófica, luego de una derrota política clamorosa”.
¿Existe tal derrota política? De ser así, ¿cómo decirnos?, ¿cómo leernos en cuanto deseo anestesiado? De ser así, ¿cómo reconfigurar(nos) el escenario? De ser así, ¿cómo abrazar aquello que aún preserva cierta potencialidad emancipatoria?
Dice Virno: “Me emocionaron intelectualmente las movilizaciones de 2001 en Argentina (…). Diré, en términos muy generales, que el populismo latinoamericano es diferente del europeo, del italiano especialmente; traduce procesos reales muy importantes. Tiene algo de traducción, pero también encierra la posibilidad de traducir y cambiar. Significa aquí dejar que emerja algo que de otro modo no se habría expresado. Si se permite, hay un parangón también con el pensamiento posmoderno. El pensamiento posmoderno ha traducido en esta doble acepción de la palabra, tradujo y traición, cosas importantes: el fin de la sociedad del trabajo y el fin de un progresismo, dejando aflorar estas cosas y naturalmente el gusto por la diferencia, el gusto por la singularidad en determinado momento de la historia. Estas cosas lo hicieron emerger en una forma que es a veces decididamente pobre y a veces como para distorsionar. Tengo la impresión de que el populismo latinoamericano tiene esa extraordinaria capacidad de reproducirse en la recepción y la expresión, pero también en las distorsiones".
¿Qué posibilidades nos creamos a partir de la distorsión?