Teatro: "Alta montaña" o el comercio cotidiano con la muerte a través del humor
Por Maricruz Gareca | Foto: Ioshua Fontana
Por decisión del entrevistado, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Después de más de un año de aislamiento social, preventivo y obligatorio, las salas de teatro volvieron, de a poco, a retomar sus actividades. Pero la actividad teatral nunca se detuvo, ya que, tras las pantallas de las plataformas virtuales, los elencos siguieron creando, ensayando y preparándose para el momento de volver a escena. El equipo de Alta montaña, la obra escrita y dirigida por Aníbal Gulluni, no fue la excepción. A fines de 2021, en la planta alta de una casona que funciona como sede del Teatro Vera Vera, el elenco compuesto por Renata Aiello, Flavia Bagdadi, Julia Vilanova, Agustín Yaneff, Guillermo Zeballos, Margott Francine, Gabriela Ainstein, y Pablo Bustamante Figueroa estrenó esta producción ambientada a mediados del siglo XIX, en un sanatorio austríaco. Dice la gacetilla de presentación al respecto: “Mediados del siglo XIX. Austria. El Sanatorio Spengler para tuberculosos y afines alberga gente de buen pasar económico, que viene desde diversas partes de Europa, y asiste desde las alturas de su edificio medieval a la inminencia de una guerra. El aire de los Alpes tiene raras y benéficas propiedades curativas. Pero el amor entre pacientes, el amor, esa misteriosa enfermedad, ese bacilo pérfido, amenaza con rasgar el velo y dejar al desnudo el comercio cotidiano con la muerte, el fastuoso negocio de la salud”.
En diálogo con AGENCIA PACO URONDO, el director y dramaturgo hizo referencia a la obra, a los desafíos de producir contenidos culturales durante la cuarentena, sobre el comercio de la salud y de la muerte –nada casual en este contexto– y sobre sus próximos proyectos.
AGENCIA PACO URONDO: Tanto el título de la obra como su atmósfera trae reminiscencias de la novela de Thomas Mann, La montaña mágica. ¿Por qué te interesó actualizar la temática presente en esta novela?
Aníbal Gulluni: El origen, como tantas veces en los asuntos creativos, es un poco caprichoso, pero apenas se investiga un poco se descubre que el capricho es en realidad un entrevero de líneas, motivos que vienen tramándose, tanto en la persona del autor-director como en les actores-actrices-artistas congregados como elenco (y ya que estamos, en la sociedad toda que los rodea, constituye, etc., pero no nos dispersemos). Estábamos haciendo otra obra, ambientada en un hotelucho en Bariloche, en el que un personaje se ponía a leer La Montaña Mágica para “hacer tiempo”. Y ello fue así porque uno de los intérpretes de esa obra (Rattenhaus, se llamaba, había nazis, espías israelíes, detectives porteños estatales, gemelos, de todo...) había llevado “de casualidad” ese libro que estaba leyendo para que decorara la recepción del hotel. Aclaro que esto fue prepandemia. Yo había leído en mi adolescencia parte del libro de Thomas Mann y le tenía un cariño enorme, me parecía (me sigue pareciendo) un territorio interesantísimo: la ambientación, la precisión y la originalidad de las descripciones de las conductas humanas, las temáticas profundas, el tratamiento de esas temáticas, un cierto humor fino y una capacidad para crear un terreno habitable (el sanatorio, pero también la situación misma de la lectura, la ficción como un lugar en el que más allá de que el tema tenga un fondo sombrío, uno puede gozar de disponerse a ese vínculo íntimo con un “escenario”, con la escena en la que uno mismo se ve leyendo, cómodo, acogido por su propia imaginación...). En fin, lo evocado en la obra de Mann me invitó a viajar un poco antes, a fines del siglo XIX. Me atrajo la posibilidad de que los personajes fueran de distintas nacionalidades, con mucho discurso, con mucha necesidad de armar telones que taparan lo que todos sabían... la podredumbre interna. Tanto médicos como pacientes se ven envueltos en una rara promiscuidad que se reviste de grandes palabras y a la vez de gestos frívolos, una pátina de profundo miedo se percibe como perfume, y no obstante no se deja de flirtear, de paladear manjares, de opinar sobre todo y todos, como quien (al decir de Terence McKenna) se ocupa con esmero de arreglar las butacas del Titanic.
APU: La obra pone en el centro de la escena no solo los conflictos en torno a las relaciones humanas, sino también que también cuestiona de alguna manera el comercio de la salud y la muerte. ¿Qué reflexión podrías hacer en torno a esto, sobre todo en este contexto actual?
A. G.: Esto es muy personal y tiene, entre otras cosas, mucho que ver con ciertas vivencias asociadas a la salud que atravesamos como familia en casa: creo que la pandemia puso a la medicina “oficial” a revelar su desesperación e insuficiencia, y todo el andamiaje político social mostró la pifiada gigantesca arrastrada desde hace siglos... como si el monigote de un paradigma claramente enfermo se viera cacheteado con vigor por las consecuencias de su propia siembra y quisiera rearmarse, pero se le cayeran los pedazos e intentara seguir: un cadáver que se reanima a sí mismo artificialmente.
Es muy importante en cualquier grupo humano el lugar que ocupa la medicina porque es una suerte de muralla o membrana entre la vida y la muerte, entre el placer y el dolor... su forma, sus principios condensan mucho del sentido que ese grupo da la existencia toda. En Occidente hace mucho tiempo que prima el negocio. El negocio sigue, seguirá, pareciera que el proclamado “despertar de conciencia” puede no afectarle jamás, sigue el viejo Cadáver siendo capaz de infiltrarse una extraña vitalidad perversa y polimorfa que lo hace andar a los tumbos, pergeñando nuevos trucos, nuevos parches, nuevas neblinas de adormecimiento, seducción, confusión, disfrutes privados que distancian y comunicaciones y sobreconexiones que desconectan. Tras toda maniobra de supuesto salvataje, revestida por supuesto de las mejores intenciones, se percibe el tufillo de tremendos negociados, y acabada la pandemia... la guerra, otro archiconocido reanimador del mercado. Se diría que nada nuevo en escena, solo que la magnitud lo hace a veces parecer más patético, más impactante, como los tropiezos de un dinosaurio: más resonantes, pero no otra cosa que el desarrollo de una misma torpeza y crueldad.
APU: La obra se gestó y ensayó gran parte durante la cuarenta ocasionada a raíz del COVID-19, ¿Cómo fue el proceso de pensar, ensayar y estrenar una producción cultural en este contexto?
A. G.: Todo lo dicho anteriormente ha hecho que muchos nos sumergiéramos más y más profundamente en una suerte de fe en el equilibrio interior, en los paisajes de la propia imaginación, o en la dedicación a la pasión creadora, a lo que da sentido a la existencia, ya que las paredes de la “casa” vendida vía mediática se vienen revelando perturbadoramente inconsistentes hace años, incapaces de alojar los deseos más vitales de los individuos y de dar incluso las recompensas que ofrece al ciudadano correcto, al buen alumno. Tuvimos un proceso de pasaje a la virtualidad, sí. Un otoño y un invierno más otoñales e invernales que de costumbre, lo cual tampoco estuvo mal, en un Mundo que tiende a negar la singularidad de los momentos del año, sus paisajes poéticos diversos. Los aspectos técnicos del acomodamiento al Aislamiento Social no han sido más que obstáculos para seguir desarrollando una enorme voluntad de estar juntos imaginando, de hacer circular la magia humana, tan cascoteada, de tantas maneras. Personalmente, ha sido ese movimiento hacia una esfera si se quiere espiritual la que me permitió también transmitir confianza y alegría, la que me recordó acerca del valor de apoyarse mucho en la fuerza grupal: confiar en el otro es una forma de confiar en uno mismo y viceversa. Esa... no diré interdependencia, sino mejor interconectividad, que suena más lindo, y quisiera poner el acento en aquellas cosas de los vínculos que no tienen su correlato en los medios, sean estos los que fueren. El vigor de la potencia de lo teatral acaso resida en su fugacidad y fragilidad. Suena paradójico o quizá fuera de época, no obstante, para mí el teatro es una tecnología futurista, y noble por cuanto sus raíces son muy fuertes, abrevan de algo profundamente esencial: algo de la intimidad del juego doméstico de un padre con su hijo, el tipo de calor que se genera piel a piel, el sonido sin intermediación tecnológica, es algo irremplazable cuyos efectos aún como especie no hemos terminado de comprender.
APU: La cuarentena afectó a todos los sectores de la sociedad, entre ellos, la cultura, ¿cómo crees que impactó especialmente en el teatro y cómo crees que deberían ser las políticas públicas al respecto para contrarrestar lo que esto generó en el terreno cultural?
A. G.: No sé, honestamente, cuáles debieran ser las políticas públicas apropiadas para recomponer el sector cultural. Pienso, quizá ingenuamente, que hay una gran responsabilidad de cada individuo de ver con mayor claridad el contexto en el que vive, con quienes se agrupa y ver hacia adentro qué es lo que está buscando en la vida, qué es lo que encontró y no aprovecha, cuáles son las propias potencias y los propios renuncios, las excusas y los lugares de comodidad innegociables... no me considero fuerte en la rosca, por así decirlo, no soy bueno en reuniones larguísimas en las que siento a menudo que la vitalidad se me escapa y la visión se me nubla... Y agradezco que haya quienes sí logran apasionarse por la defensa de ciertos derechos conquistados y a quienes dedican su tiempo y energía en procurar la justa expansión de esos derechos. Pero es por mismo que creo tanto en la vieja leyenda del oráculo de Delfos, el dichoso gnothi seauton, porque algo raro ocurre cuando uno no está sintonizado consigo mismo: haga lo que haga, se escuchará una disonancia que producirá y expandirá cierto doblez, cierta infelicidad que tarde o temprano generará problemas, o una fricción extra que los amplificará.
También creo en lo que podría llamarse una política y una económica de las relaciones más inmediatas. Una posibilidad de administrar los recursos y las energías en el plano más cercano: para mí, un grupo humano que se junta a ensayar es un modelillo de sociedad, la posibilidad de sembrar otros valores y de reflexionar sobre lo que nos habita y contagiar acaso movimientos menos egoicos, más autoconscientes. Tal vez cada pequeña obra de teatro es una suerte de gota de agua, un diamante, un espejo facetado que mira al conjunto de lo existente, al conjunto de la trama emocional e intelectual humana y le dice: che, estás habitado por estos demonios, por estas contradicciones, por estas absurdidades, o bien che, decís esto pero ocurre esto otro, y se te escapa lo de más allá. A través del teatro entiendo mejor, de manera más completa, y proceso, metabolizo el quilombo circundante que a la vez irrita y estimula a mi organismo. Es una herramienta que cumple quizá, hoy día y aquí en CABA, una función casi religiosa. Y eso me interesa mucho más que la infiltración de la lógica mercantil en el teatro independiente, en nuestros vínculos cotidianos.
Un teatro que se apoya en la competencia, en la lógica de salvarse pegándola, en distinguirse por sobre otros, donde la colaboración es más bien tapada por la especulación, me genera tristeza, disminuye mi fuerza vital, me pone miserable, y transmito a quienes me rodean ansiedad, miedo, crispación... no es lo que quiero emitir hacia, por ejemplo, mi hijo. No es un mal parámetro ese, aunque bastardeado: qué es lo que quisieras transmitir a tu ser más querido, no en palabras, sino en la frecuencia continua de tu existir. En mi caso, quisiera transmitir regocijo por este Misterio que habitamos, capacidad de estar, de ver, de sorprenderme, de encontrar que es posible estar en reposo y a la vez en situación creadora. Que la responsabilidad de ser creadores de lo que sea que creemos (creencia y creación) no es necesariamente un peso abrumador, ni una carrera hacia ninguna parte, ni una guerra sin cuartel. Bastante oriental, lo que digo, quizá. También los hemisferios planetarios están en la tarea de descubrir como lo Otro puede fecundar a lo percibido como lo Propio.
APU: ¿En qué otros proyectos, además de Alta Montaña, estás trabajando actualmente?
A. G.: Actualmente estoy dando muchas clases, tanto en el ámbito privado como en la UNA (universidad nacional de las Artes). La forma que encontré de mantenerme creativo y a la vez recibiendo dinero es generando espacios donde buscamos que no haya apuro, donde mi mirada pueda servirles a otres a desplegar sus instintos creadores, y donde yo mismo aprendo a crear cada vez junto a les demás ciertos microclimas facilitadores de la existencia, momentos y lugares en los que tratamos de descubrir las múltiples asociaciones entre forma y emoción, las maneras de imbricarse de ambas. Soy también músico y dibujante (y otras cosas) y estoy investigando la continuidad entre las disciplinas en un espacio que llamo Campo Unificado, que me tiene apasionado. Por otro lado, en mayo reestrenaremos Amado Hermano!, otra obra gestada en paralelo a Alta Montaña en mi taller de Entrenamiento y Montaje Teatral (que existe desde 2016, siempre proproduciendo hermosos materiales a partir de navegar sobre las novedades que aporta cada encuentro de singularidades humanas).
Aníbal Gulluni es actor, dramaturgo, músico, director y docente. Su obra Los gestos intensos, genealogía dramática recibió una mención especial en el concurso Nuestro Teatro del Teatro Nacional Cervantes. Estrenó numerosas obras como autor y director en CABA (ARCA simulacro patagónico, Patria Inventada, Cinefilia, Víspera de Elecciones, entre otras). También desde 2017, estrenó las obras surgidas de sus talleres de actuación y montaje:: Alta montaña, Amado Hermano, Rattenhaus, casa de ratas, Fiesta forever, Periferia, Levántate y vuelve. Actuó en numerosas obras, entre ellas Pasionaria, de Lucía Möller, junto a Flor Dyszel (última reposición 2021 en Espacio Callejón), 80 de un minuto, de Rubén Sabadini, en FIBA 2020, El Cuerpo de Ofelia y Svaboda, de Bernardo Cappa, con quien estrenó muchos otros materiales.. Da clases de Actuación en la cátedra de Cappa en la Universidad Nacional de las Artes y en su estudio privado (@entrenamiento.montaje.teatral).
Ficha técnica
Dramaturgia y dirección: Aníbal Gulluni
Asistencia de dirección: Julieta Beaufays
Actúan: Renata Aiello, Flavia Bagdadi, Julia Vilanova, Agustín Yaneff, Guillermo Zeballos, Margott Francine, Gabriela Ainstein, Pablo Bustamante Figueroa.
Fotografía: Ioshua Fontana y Mayra Melina Galván
La obra se presenta los sábados, a las 22.30 h, en el Teatro Vera Vera (Vera 108, CABA). Las entradas se consiguen a través de Alternativa Teatral.
IG: @altamont.obra