Susana Pampín: “Es muy emocionante lo que genera la película 'Argentina, 1985'"
En nuestro ciclo APU: Entrevistas en vivo, que sale de lunes a viernes a las 19 hs por nuestro canal de youtube, conversamos con la actriz, escritora y docente de teatro, Susana Pampín. Habló sobre su participación en Argentina 1985, los inicios en el teatro independiente, la obra Tarascones, su libro Arroyo y el vínculo con Rosario Bléfari.
Agencia Paco Urondo: ¿Cuáles son tus inicios en el teatro?
Susana Pampín: Soy de San Antonio de Padua. Llegué al teatro independiente a través del rock, a fines de la dictadura, y las revistas Pelo y Expreso Imaginario. Yo compraba algunas, mi novio de ese momento otras. Spinetta me hizo llegar a la poesía y a partir de ahí era mirar en la última página de los avisos clasificados clases de guitarra y aparecieron las clases de teatro. Mis padres eran inmigrantes gallegos, él terminó acá la primaria. Eran campesinos de una aldea muy pequeña de Galicia y con lo artístico no habían tenido ningún vínculo, que su hija quisiera ser artista era una novedad, de la cual también agradezco que me hayan apoyado.
Empecé con Roberto Sainz, que tenía su aviso en la última página del Expreso imaginario, y me mandaba a San Telmo a estudiar. Él era docente de la Universidad de Arte Dramático -hoy UNA- y me fui a estudiar ahí. Eso me abrió otro mundo, otro panorama, ya los últimos años nos veníamos a la Hebraica, a la Lugones, al cine club Núcleo y era todo Fellini, Bergman, Godard. Tuve la apertura de un gran mundo.
Leer siempre había leído lo que tuviera a mi alcance. Después teatro y la universidad pública donde doy clases. Me parece un espacio fundamental porque allí confluye gente de todas clases sociales, de formaciones distintas y es enriquecedor. A veces los estudios de teatro son como nichos de personas más asociadas o familiarizadas y la universidad pública es lo mejor. Se cruza el chico más gracioso de Resistencia, Chaco, con la piba que era del centro de estudiantes del Nacional Buenos Aires e hizo talleres de teatro con todo el mundo y todos tenemos algo para aprender de todos.
APU: ¿Cuáles fueron tus primeros trabajos?
S.P: Los primeros trabajos fueron con Vivi Tellas, un ciclo que dirigía de unas obras muy particulares, muy mal escritas, que habían aparecido en la biblioteca, y dijo “con este teatro malo vamos a hacer algo bueno” y yo hice dos o tres obras con ella. A todo esto yo ya estaba vinculada con el mundo del rock, ya había conocido a Suárez y a Bléfari, con quien después coincido en clases de teatro, e hicimos una obra preciosa en la biblioteca del Rojas que se llamaba Los fracasados del mal, dirigida por Vivi Tellas y estaba Valeria Bertuccelli, Luciano Suardi, Javier Rodríguez y Rosario Bléfari.
Esa obra la vino a ver Martín Rejtman, que ya había hecho un cortometraje con Rosario y después Rosario, Valeria y yo hicimos Silvia Prieto, primera película que hice con él. Agradezco entrar en esos imaginarios para conocer cosas de mi. Insisto en que la actuación tiene que ser hecha en cualquier espacio, centro cultural, escuela, en todos lados, porque es el único arte que te permite poner el cuerpo y la imaginación en pensar que sos otro. Cuando sos otro entendés un poco más a los otros y a vos misma, y eso es un aprendizaje muy valioso. Hacer teatro es placentero y beneficioso.
APU: Hacemos un salto temporal a la actualidad, ¿está haciendo teatro?
S.P: Tuve la suerte de que Ciro Zorzoli me convocara en 2016 para “Tarascones”, de Gonzalo Demaria, que empezó en el teatro Cervantes con tres monstruas: Paola Barrientos, Alejandra Flechner y Eugenia Guerty. La obra, que empezó siendo un proyecto del Cervantes, era tan placentera tanto para nosotras como para el público que la seguimos haciendo en el Picadero, ya conformadas como una cooperativa.
Hay un vínculo ahí entre el teatro independiente que yo hacía pero a otra escala mayor, porque todas tenemos un camino recorrido. La posibilidad de armar una cooperativa y comprar nuestros muebles, vestuarios, pelucas, es una alegría y un laburo inmenso. Hay que moverse, tomar decisiones, producir todo. Tenemos a Juan Doumecq y Gabriel Urbani, que son productores, pero es muy poderoso ser dueñas de nuestro espectáculo y la pasamos tan bien arriba del escenario. Ahora estamos en el Teatro Metropólitan, terminamos a inicios de noviembre y reponemos en enero.
Por otro lado, estamos haciendo con Analía Couserio, y basado en cuentos de Mariana Enríquez, una experiencia en el Cementerio de la Chacarita. Es un recorrido que hacemos los viernes a la tarde en el que van sucediendo narrados algunos cuentos de Mariana. También es totalmente independiente.
APU: ¿Cómo le llegó la convocatoria de Santiago Mitre para hacer este personaje tan destacado en la película Argentina 1985?
S.P: Santiago Mitre es uno de los directores que va a ver teatro independiente, que va a encontrar y descubrir actores. Cuando me pasó el guión me pareció buenísimo este lujo del personaje que, si bien es pequeño, tiene una curva dramática impresionante.
Al mismo tiempo, que haya sido un personaje real a uno le agarra el “cómo habrá sido”. Hay algo de esta señora cheta que frente a la contundencia de las pruebas no tuvo más remedio -contado por su hijo Luis Moreno Ocampo-... Darse cuenta que estaba equivocada en lo que estaba pensando y con certezas construidas a lo largo de la vida por su clase social, educación, religión, hasta que la contundencia del testimonio de Adriana Calvo de Laborde la corre de lugar.
En la primera versión que me había pasado Santiago en la escena telefónica estaba el plano mío y yo dije “cómo vamos a hacer esto”. En la segunda ya no estaba sino que era sólo mi voz y está buenísimo porque lo que tiene que verse es lo que le pasa al hijo. Hay que contarlo con la voz, imaginar que todos tenemos la posibilidad de estar equivocados y de que abrirnos al mundo te hace dar cuenta de que la tranquilidad de la certeza, la costumbre y la inercia no te permiten ver.
APU: ¿Cómo fue ir al cine y verte?
S.P: No fui al estreno, tenía función. Me vi en el Cine Lorca, después de dos cuadras de cola. Me encanta la movida que genera, discusiones, críticas, y lo que produce la película trasciende. Es un fenómeno mucho más grande. Cuando la estaba viendo, en el momento en el que el personaje de Darín termina su alegato con el Nunca Más, ver la situación de espejo del aplauso de la sala y el aplauso en la pantalla fue muy emocionante.
APU: Pasamos a la escritura, estoy con tu último libro Arroyo. ¿Cómo fue pasar a la escritura y el proceso creativo de este libro?
S.P: La lectura siempre me propició un lugar muy amable. De chica era de leer mucho y salir al teatro me dio la posibilidad vincularme con el mundo, con amigos y con gente que aprendí un montón. Esa otra yo de la escritura. Como decía Hebe Uhart, con quien tomé taller: “Las actrices vienen a hacer taller pero después se van a actuar” y era cierto. Siempre quedaba relegado en cuanto a considerarlo como una producción porque en mí la escritura estaba como en un espacio de reflexión.
Había sacado un libro de cuentos en 2001 en Belleza y felicidad, la sala de arte que tenían Fernanda Laguna y Cecilia Pavón en el Abasto, y había salido un libro de cuentos de Bléfari. Ya ese libro y Arroyo iban dedicados a Rosario porque ella me habilitó la posibilidad de la escritura y de considerar que lo que escribía podía ser leído. Fue siempre propiciadora del bien poético, para ella todo un permiso creativo. Era un alma, un espíritu libre y creativo, donde todo estaba permitido y después estaba el cómo. A mí me liberó, me dio un permiso que quizá yo a mí misma no me daba. En 2001 nos juntábamos a “tallerearnos” los cuentos, a opinar crudamente sobre el trabajo de la otra. Rosario era una coetánea pero fue para mí una maestra.
Un año fui por primera vez al Tigre y descubrí una vertiente nueva y seguía escribiendo en formato de diario. Le mostré a Rosario y me dijo “está buenísimo”, inclusive los mandaba clandestinamente a algunos amigos, de repente alguien venía y me decía: “Que lindo lo que escribiste del Tigre”. En 2016, en una lectura, Denis Fernández, director de Marciana, me escuchó, le interesó, pero me dijo que era muy cortito, si podía alargar. Tenía una cantidad de material tremendo. Ahí también empecé a encontrar el espacio ficcional. El editor me decía “tenés que irte más a la miércoles” y Rosario me decía “eso es que te vayas más al fondo tuyo, que dejes de criticar y te pongas impune”.
Rosario nos habilitaba, hablaba con Andy Nachón y decíamos que era una habilitadora, la propiciadora del bien común poético, de que la poesía nos pertenece a todos y todas. Cuando Juan L. Ortiz dice: “La poesía es de todos y la percepción poética es de todos”. Mario Ortiz habla del poeta como reparador del mundo, porque escribe a partir de cosas que encuentra en la calle. No porque uno se crea que va a arreglar nada pero te da la posibilidad de imaginar qué tenemos y que, a veces, el sistema perverso en el que vivimos y la plata, apariencia y likes nos lo hace olvidar.