The Crown: una mirada íntima sobre una institución que desafía a su propia época
Después de dos largos años con pandemia de por medio, y con la noticia del fallecimiento de la Reina Isabel II a cuestas, volvió The Crown a Netflix. Quizás esta temporada sea la que tiene menos peso histórico de las cinco, pero, sin dudas, es la más intimista. En esta oportunidad, la serie recrea una de las épocas más convulsionadas para la familia real: los noventa. Para este tiempo, el esplendor de la realeza amenazaba con extinguirse al igual que la aprobación que la institución despertaba en el pueblo inglés. En estos diez nuevos capítulos la modernidad es la nueva grieta sobre la que los Windsor intentarán no dinamitarse.
Los últimos años del gobierno conservador, el “annus horribilis” de la Reina y las separaciones que atravesó la familia real –desde el Príncipe y la Princesa de Galés hasta el Duque y la Duquesa de York, sin olvidarnos, del nuevo matrimonio de Ana con el oficial retirado Timothy Laurence– se conjugan en una época crucial donde los medios de comunicación y el escrutinio público se van a transformar en una boca de urna para la monarquía.
Si bien es la entrega menos histórica, continúa atesorando momentos que sobresalen entre los demás, como la maquinaría detrás de la entrevista que Lady Dy le brindó al periodista Martin Bashir y a la cadena BBC y la devolución protocolar de la Isla de Hong Kong a China tras poner punto final a la colonia británica que se mantuvo por más de 150 años. También hay otros destellos históricos como el triunfo del Partido Laborista, el fin de la Unión Soviética y las relaciones internacionales con Borís Yeltsin con mirada inglesa.
Esta temporada también sirve como una gran introducción a lo que será la última entrega de la serie. Bajo esta premisa, nos encontramos con un capítulo entero que lleva el nombre de “Mou Mou” dedicado a los orígenes de la familia Al-Fayed que, sin dudas, tendrán un rol central en el próximo periodo de la realeza.
Con una búsqueda interior más potente que sus predecesoras, cada entrega se convierte en un recorrido íntimo sobre los grises de la monarquía y las personas con caracterizaciones que ponen en disputa cualquier determinismo que pese sobre ellos. Quizás uno de los capítulos más significativos en ese sentido sea “La casa Ipatiev”, donde conocemos una de las decisiones más trascendentales que tomó Jorge V: negarle a los Romanov un pasaje seguro al Reino Unido. Para quienes no lo sepan, la mayor parte de las monarquías de esa época se encontraban emparentadas entre sí a través del linaje de la reina Victoria. Sin dudas, esta decisión que definió la supervivencia de la monarquía en suelo inglés, cuando el resto de las monarquías sucumbieron en Europa, fue utilizada por Peter Morgan para escenificar el espíritu de supervivencia y sacrificio con el que Isabel II llevó adelante su reinado.
El antagonismo de este hecho histórico con el “síndrome de la Reina Victoria” con la que los diarios y revistas intentaron conceptualizar un sentimiento que se venía gestando en la sociedad británica de ese momento sirve para poner en pantalla la contradicción que pesaba sobre la corona en la década del 90. Mientras una porción de la población consideraba a la monarquía una institución vetusta y negada al cambio, otros aún la consideraban el reservorio moral de la nación. Un debate que no volvería a desaparecer y que atravesaría a todos los integrantes de la familia real.
Más allá de su contenido, esta nueva temporada de The Crown volvió a dar en la tecla con sus caracterizaciones y reparto. Imelda Staunton, Jonathan Pryce, Elizabeth Debicki, Jonny Lee Miller, Dominic West y Lesley Manville son los encargados de ponerse en la piel de la Reina Isabel II, el Duque de Edimburgo, Lady Dy, el primer Ministro John Major, el Príncipe de Gales y la Princesa Margarita respectivamente. Tal como lo hizo en sus dos recambios generales anteriores, la serie le da continuidad a la maduración de sus personajes encontrándonos cara a cara con interpretaciones distintas pero que obedecen a un tiempo distinto del que abandonamos en la entrega anterior. En este sentido, las más destacadas son la de Lesley Manville que se pone en la piel de una Margarita cuyo carácter parece aplacado por el paso de los años— aunque vuelve a revitalizarse ante la irrupción de Peter Townsend (Timothy Dalton) de nuevo en su vida—, o la recreación de Elizabeth Debicki en la Princesa de Gales, donde consigue darle continuidad a la interpretación de Emma Corrin en la temporada anterior, pero sobretodo, nos transporta directamente al material de archivo que conocemos sobre Lady Dy, una mirada insatisfecha, frágil y resistente a la vez, que atraviesa la cámara en cada plano.
Es difícil determinar cuánto se destaca esta temporada sobre las otras. Si algo caracteriza a The Crown es el punto de equilibrio que ha conseguido construir en todas las entregas de la serie, con saltos temporales y recambio de casting incluido. Lo cierto es que, quizás, sea una de las entregas más cercanas con la que nos hayamos encontrado. Es que, simplemente, no hay determinismos, no existen los buenos ni los malos, todos son capaces de construir momentos de empatía y desafecto por igual. En definitiva, quizás, sea la temporada más humana de todas y la biografía que mejor se ajuste a la época sobre una institución que aún no entendemos pero que consumimos y que sigue intentando sobrevivir.