Viva el vicio
Viva el vicio. Vívalo conscientemente. Cuidalo. Querelo. Mejoralo. Porque te aviso algo: tu vicio es inevitable. O mejor dicho: tu vicio es lo más tuyo que tenés.
Ya sé, vos dirás: ¿es como el primer amor? Y sí, tal vez sí, como aquella vez en el paraíso. Aquella vez que fue la primera y la última que fue inocente, donde todo era amor, ternura, paciencia y urgencias. Un momento de perdición en el que dejar de ser uno mismo era tan importante como que el otro fuese feliz.
Un momento perdido. Inolvidable.
Pero, ¿cómo te atrevés a justificar los vicios? No soy yo, es ella. Es nuestra sociedad la que aparentemente no quiere los vicios. ¡Mentira! Me atrevo a defender los vicios porque nuestra sociedad es la que lo hace.
O mejor dicho, nuestra sociedad mantiene con los vicios una relación muy compleja: por un lado los persigue como si se tratara de la encarnación del mismísimo Mal: el vicioso es un enfermo, alguien que necesita ayuda, alguien que está bajo la influencia de potencias más poderosas que su voluntad —porque la voluntad y el libre albedrío, mecanismos del narcisismo, son nuestros más preciados tesoros.
Por otro lado, no solo fomenta todos los vicios que podamos imaginar (y muchos más que ni siquiera podemos imaginar), sino que además los convierte en la esencia misma de los vínculos humanos (vínculos de humanos entre sí, vínculos de humanos con las cosas, en especial con las “cosas” o experiencias que producen placer).
El cigarrillo es el mejor ejemplo de este contrato social, hoy en crisis, pero que en el siglo XX constituía la normalidad: fumar. Cincuenta años le costó al capitalismo aceptar que algunas de sus mercancías fetiches eran letales.
Y aunque sepa que son letales, no dejará de producirlas —en el momento histórico en el que se instituía el consumo de tabaco como un acto de liberación, a comienzos del siglo pasado, se prohibía el consumo de cocaína por su peligrosidad tóxica, un acto soberano por el que la sociedad decidía qué vida y qué muerte deseaba.
Se trata de “resolver” esta contradicción irresoluble. De cortar, como quien dice, por lo sano.
Un vicio es un vínculo intenso, repetitivo, placentero y traumático con algo o alguien.
¿Qué es un vicio? Un vicio es un vínculo intenso, repetitivo, placentero y traumático con algo o alguien. El peor efecto de un vicio es la culpa (de hecho, de eso se trata el generar vicios, de crear sentimientos de culpa, arrepentimiento, impotencia, debilidad). Es como el alcohólico que no le gusta la resaca, y la resaca le funciona como el mecanismo por el que se siente culpable: mañana dejo.
Y exactamente de la misma manera que le ocurre a Sísifo, el alcohólico enfrenta todas las tardecitas el mismo problema, tiene que empezar desde abajo de nuevo. Cargar la piedra hasta la cima para después desbarrancar hasta el mismo lumpanar.
Lo primero que debe hacer un alcohólico que se precie es reconciliarse con la resaca, que la resaca le resulte agradable. Que la cabeza partida y el inodoro sucio lo reconcilien con su vida disipada. Y así con todo. Si no podés vencer al enemigo, únete a él.
Si me obligaran, diría que solo con una dosis alta de fantasía y alienación es soportable esta realidad. La realidad de esta sociedad es invivible desde hace años, y ahora todo esa acumulación de errores conduce a esta situación en la que comprés lo que comprés, con lo que pagás es con un ladrillo de billetes.
Tal vez lo único que vale menos que esos billetes sea nuestra vida: construyen y destruyen deseos sociales al ritmo frenético de la ruleta de Tik Tok.
No te aferres a lo que ames.
Ama lo que no podés dejar.
El vicio, la alienación, el nirvana o algún otro estado extático son las únicas maneras de poner en foco esta vida que vale menos que un ladrillo de billetes manoseados.