¿Vamos a estar dominados por las máquinas?
Primero pensé llamar a este ensayo: “Después del fin”, pero muy sensatamente me sugirieron que solo yo iba a entenderlo, porque no estaba claro al fin de qué cosa me estaba refiriendo —estamos ante el fin de muchísimas cosas, entre ellas el fin de una forma de relacionarnos, una forma de cuidarnos y de vincularnos afectiva e íntimamente.
Estamos probando nuevas formas de ser (de amarnos, de odiarnos, de apreciarnos, de percibirnos…), y no lo estamos haciendo porque queramos, lo estamos haciendo bajo la presión de nuestros aparatos. La técnica está convirtiéndose en el sujeto de la historia (la semana que viene voy a explicar cómo la filosofía acompañó de modo retrasado esta irrupción).
Sería banal creer que con esta constatación pretendo denunciar a las apps de citas o algo por estilo, como si ellas arruinaran un vínculo amoroso que sería de otro modo hermoso. Más bien ellas son la demostración de nuevas necesidades sociales y psíquicas. Como me dijo mi amigo enólogo Raúl Cuello que había leído en algún lado: en el pasado hasta el futuro era mejor.
No se trata de creer que todo tiempo pasado fue mejor, de añorar vínculos que no existieron, pero tampoco podemos negar lo evidente: la realidad mediatizada produce nuevas formas de placer, de afectos y de encuentros, que se consuman de forma mediática. Son nuevas sensibilidades que quizás no percibimos, mucho menos entendemos —hay también otros afectos que no entendemos aunque percibimos con mucha claridad y contundencia, pues con-forman nuestra realidad, una nueva subjetividad que está con-formándose, o que ya se conformó. ¿Cuál es el mecanismo por el cual una sociedad acepta que el que insultó a otra persona hasta la degradación, cuando gana se convierta en su mayor socio? ¿Qué importancia tienen las palabras cuando se normalizan cosas como ésta?
No digo que esta transformación sea culpa de las redes ni de la realidad virtual, pero hay algo de responsabilidad en la lógica del espectáculo que gobierna esa dimensión de la existencia. En el cielo raso del espectáculo no hay tiempo. Ahora ya no sabemos si sacamos una foto para inmortalizar el evento, como ocurría hace unos años atrás, o si organizamos los eventos para poder sacarles una foto y subirlas a las redes. Todo es efímero, y lo vivimos como inolvidable —nos es-forzamos por vivirlo como inolvidable. ¿Para qué recordar, además, en una sociedad que se quedó sin futuro?
Después del fin, con ese título pretendía referirme al fin de una forma de ser que llamamos ser humano. El ser humano, definido hasta hace poco con la sinécdoque El Hombre, es una especie especial dentro del abanico de especies animales disponibles, pues supuestamente en él concluye la evolución de las especies.
Ahora ya no sabemos si sacamos una foto para inmortalizar el evento, o si organizamos los eventos para poder sacarles una foto y subirlas a las redes.
Así como en el siglo XIX se pudo reconstruir una evolución de las especies animales que concluía en el ser humano, así también hay —descubrimos recientemente— una evolución de la técnica que concluye, provisoriamente, en un ente que se llama posthumano. El ser humano es un ente de paso, no el punto final de una evolución antropocéntrica. Este concepto, posthumano, al mismo tiempo que causa gracia, se lo ridiculiza: ¿vamos a estar dominados por las máquinas?
Hay miles de películas que construyeron este imaginario. Pero la irrupción de la técnica no solo como sujeto de la historia, sino como parte co-constituyente de la naturaleza humana, plantea interrogantes cuya formulación, tal vez, nos ayude a comprender el presente político en el que estamos insertos, y que parece divertido pero es trágico. Algo en nuestra naturaleza de seres humanos se transformó a partir de la evolución de los medios.
Frente a este evento suelen esgrimirse tres posiciones: 1) la que festeja esta evolución (con la concomitante desaparición de algunos rasgos de nuestra especie); 2) la que detesta esta evolución, y proyecta un pasado que en realidad nunca existió (algo así como: salve a la naturaleza); y 3) la posición superadora de este enfrentamiento, que le dice: ¡Sí! a la técnica, pero con moderación, haciendo uso de ella pero evitando que ella haga uso de nosotros, cosa de alguna manera imposible de concretar. Ninguna de estas tres opciones nos va a servir para comprender, no digo el futuro, ni siquiera el presente.
En una sociedad sin trascendencia ni más allá, lo único que queda es gozar el presente (carpe diem), siempre y cuando siga habiendo presente —presente es un tiempo verbal, y a la vez una forma de estar en el espacio: estar presente, no ser virtual.
No hay que olvidar que el mundo de la virtualidad, en el que sobrevivimos como seres anfibios que están aprehendiendo a respirar, tiene tanto o más protagonismo que el mundo real en la conformación de nuestra subjetividad.
Por otro lado, no sé si me gustaría que nos gobiernen las máquinas, lo que sé es que la forma en que los humanos gobernamos a las máquinas y nos gobernamos a nosotros mismos es calamitosa.
Imaginen esta sensación: la sensación de que todo ya aconteció, y nosotros no lo advertimos. Y entonces vivimos como si nada de todo lo que ocurrió hubiera ocurrido, cuando en realidad todo ya ocurrió y ya pasó. Ese es el estado anímico general o el imaginario social dominante, como si todo lo que hubiera debido ocurrir ya hubiese ocurrido, y aunque hagamos esfuerzos por negarlo, en el fondo ya lo sabemos.
No están tratando solamente de cambiar la realidad, quieren también cambiar el principio de lo real.
Tal vez esta sea la sensación que se vive en los momentos prerrevolucionarios, esa incertidumbre que cortocircuita todas las certezas, donde lo que nos parecía normal es trastocado y reconfigurado hasta el punto de ya no reconocerlo. Un momento sísmico para la psique tanto como para la sociedad. Todo parece una pantomima para ocultar los negocios espurios, lo único que importa de verdad. Mientras tanto, la guerra cultural está en su etapa superior de concreción: no será fácil ganarla con argumentos lógicos y recurriendo a la ética. No hay más “sentido común”.
En otras palabras, no están tratando solamente de cambiar la realidad, quieren también cambiar el principio de lo real. Los marcos para comprender la realidad, que no sólo remite a lo que entendemos sino que abarca también lo que percibimos y la forma de hacerlo.
Pensar que en el futuro las máquinas nos van a dominar me parece un gesto de pereza intelectual, pues si las máquinas nos gobernaran, lo que es muy factible, en verdad nosotros ya no seríamos lo mismo que somos ahora, es decir, gobernarían o dominarían a un ser que ya no sería un ser-humano.
Estoy tentado de decir que las máquinas YA nos gobiernan, pero el concepto de máquina nos encasilla, nos hace representarnos cosas que no son necesariamente como nos las imaginamos, y nos impide pensar alternativas más realistas. Las máquinas se adaptan a diferentes sustancias y formas, como un gas, una onda o un polvo.