El abismo secreto: ¿Por qué, Sigourney, por qué?
Quizás no sea aventurado decir que si hubiera durado apenas sus primeros diez minutos iniciales El abismo secreto, cuyos coautores principales sin derecho a libertad condicional son el director Scott Derrickson y el guionista Zach Dean, podría haber sido relacionada con esas alegorías misteriosas y efímeras de Franz Kafka o Dino Buzzatti. Sin embargo, desgraciadamente, el terror abisal prospera y derrapa hacia la hecatombe. Había cierto atractivo en esas dos lúgubres torres y ese abismo, cubierto de niebla y del cual brotan rugidos terribles, que las separa.
A esas torres son destinados un ex marine y francotirador de élite, Levi Kane (Miles Teller) y Drasa (Anya Taylor-Joy), una punkie lituana también francotiradora de élite. El guion da por sobreentendido que Drasa es enviada a la Torre Este por los rusos, en tanto que a Levi lo manda a la Torre Oeste una agria comisionada de la comunidad de inteligencia, Bartholomew (Sigourney Weaver). A Levi lo recibe J.D. (Sope Dirisu), feliz porque será relevado. Estamos sobre la puerta del infierno, le dice J.D., y más tarde, mientras se cuelga al cable hacia el helicóptero que vino a recogerlo, es fríamente ejecutado. Bartholomew no paga vigiladores.
Abismo de por medio, Drasa y Levi se cortejan con cartelitos, violando la orden que ambos tienen de no comunicarse entre sí. Transcurrida poco más de media hora de película, el definitivamente enamorado Levi ahonda la transgresión cruzando con un cable hacia el puesto de Drasa con unas florcitas silvestres ajustadas en su uniforme de vigilador súper entrenado. El cortejo previo, los diálogos romántico-existenciales y la consumación erótica nos ponen en el justiciero trance de pedirle disculpas a Alberto Migré, donde esté, por las veces que condenamos sus bien construidos teleteatros.
El culebrón amenaza derivar a la tragedia porque ni bien Levi, tras esa primera noche pasional, está volviendo a su torre, las criaturas del abismo quieren ocuparla, pero son medio estúpidas y se chocan con las minas colgantes. Una explosión corta el cable de transporte y Levi cae al abismo abriendo su paracaídas. Acto seguido, Drasa se lanza de la misma forma detrás de él. Separados al principio en ese páramo infernal que es la superficie del abismo, después de la previsible masacre de monstruos que cada uno debe ejecutar en solitario, los dos tortolitos se reúnen y se topan con las instalaciones de un gran laboratorio y, entre desechos y telarañas polvorientas, con un proyector y una lata con un rollo de celuloide. Como el proyector funciona y el rollo está en buen estado, vemos a una mujer –que el guionista no creyó necesario identificar, pero que por el delantal se nos ocurre puede ser una bioquímica o enfermera–, de frente a la cámara, que empieza informando la fecha de la filmación –12 o 13 de julio de 1946, dice- y luego nos revela que EE.UU. y la URSS, mientras Robert Oppenheimer construía la bomba atómica en Los Álamos, se pusieron de acuerdo en gestar un plan conjunto para construir misiles bioquímicos.
¿Será este insólito atajo del guion una protesta encubierta de los demócratas contra el acercamiento de Trump a Putin? Sea como fuese, la causa de tantos males es que hubo un sismo que produjo la liberación de una toxina con el poder de fusionar el ADN de plantas, animales y seres humanos. Los que trabajaban en la base oculta se convirtieron en criaturas copiadas de monstruos que habitaron la pantalla durante los últimos cien años. Antes de que termine –una pena, dado que es más interesante que la película que la contiene–, la mujer abre su delantal para mostrar que ella también está sufriendo mutaciones. Si bien aquí la tortura no acaba, no vale ya la pena detallar cómo continúa.
En tren de sumar dislates, el guionista, como si no le hubiera bastado llamar “the hollow men” a los mutantes del abismo, osó usar citas de Eliot y Sartre, entre otros, como reflexiones que los desdichados vigiladores de la Torre Oeste escriben en una pared. Noblesse oblige, no está mal que en estos tiempos se ponga a la Cultura como una forma de autoconsuelo disfrazado de resistencia en los límites donde empieza la destrucción sobre la que la Cultura ya nada aportaría para detenerla. El otro punto destacable es que Levi escribe poemas, otra forma de resistencia, aunque estrictamente personal.
Una de esos poemas, que Drasa lee emocionada, es tan espantoso como los monstruos de las profundidades. “Ella colapsó la noche” es el título –para que se den una idea–, y está, por supuesto, dedicado a Drasa, que no escribe pero escucha a los Ramones y tiene veleidades de bailarina. En fin. En la Torre Este nadie recordó en sus paredes una sola frase de Tolstoi, Dostoievski o Chejov. Un mal intencionado podría pensar que esto es un mensaje falaz contra una supuesta desmemoria cultural de los mandantes de Drasa.
Aunque parezca imposible nada de lo dicho es más grave que esta herida que esperamos poco tarde en sanar, profunda en la memoria y la pureza de los amores imposibles: Querida Sigourney, ¿por qué nos hiciste esto a los que te seguimos desde Alien? ¿Por qué no le dijiste a Scott o a Zach que la clave es proteger al monstruo en las sombras y soltarlo recién al final y jamás multiplicarlo al infinito durante casi una hora y media? ¿Por qué cediste a un papel de morondanga en el que te obligan a morir como una sabandija adentro de un helicóptero?
¿No habría sido más respetable venir a nuestro país a actuar en uno o dos episodios de esas series insignificantes que se consumen como un paquete de chizitos a medianoche? De paso, la veíamos a Mercedes Morán explicándote las diferencias sociolingüísticas entre boluda y pelotuda mientras se tomaban una birra en una linda plazoleta de la CABA rodeadas de indigentes, putas y transas. Morán y vos nos entregarían escenas sin duda superiores a las que hicieron esos viejos vinagres de Luisito y Bobby.
P.D. 1: Manténganse lejos de este video game deplorable como si se tratara de la toxina del abismo.
P.D. 2: AppleTV ponete las pilas y córtala con estas estupideces de mal gusto.