Ataques en Francia, Túnez, Siria y Kuwait: todos los caminos conducen a Arabia Saudita
Por Ezequiel Kopel
Ataque a turistas en una playa de Túnez, atentado suicida en una mezquita de Kuwait, decapitación en una fábrica de la Francia profunda y masacre en un poblado de Siria. El saldo de estos actos terroristas son cientos de muertos y un común denominador que se repite en los tres continentes atacados: el wahabismo, la ideología extremista que Arabia Saudita viene despachando, desde hace décadas, al mundo entero.
Arabia Saudita exportó, durante décadas, una interpretación extrema del Islam, el wahabismo, haciendo uso de la libertad que le otorga el dinero del constante petróleo que obtiene de sus tierras y que le compra el mundo entero. (En Arabia Saudita funciona un reino con un sinfín de príncipes, cada uno con un presupuesto casi autónomo.) Esta ideología extrema, como cualquier ideología fundamentalista, se vuelve letal cuando se alimenta de cuatro factores: falta de educación, desesperación, división y el mayor caos posible. Medio Oriente es "el" cóctel preparado con esos cuatro ingredientes. Como el reino saudita goza de un acuerdo con Estados Unidos desde la década del 40 que le garantiza protección militar a cambio de petróleo, los saudíes pudieron construir mezquitas y diseminar predicadores a lo largo de toda la región y del mundo, expandiendo, de esta manera, el wahabismo, sin ser molestados por el país más poderoso del mundo; de hecho, los Estados Unidos han usado al wahabismo como medio para debilitar diferentes movimientos nacionalistas e izquierdistas de la región.
El wahabismo tiene como característica un profundo odio a toda rama del Islam que no sea la que se profesa en el reino, la sunita, y que es la mayoritaria en el mundo musulmán; la división entre sunitas y chiítas puede compararse, con sus diferencias, a la de los protestantes con los católicos. Para ellos, los chiítas, rama minoritaria del Islam, son infieles y por ende Irán, país de mayoría chiíta, es el mayor enemigo de todos.
En una nota de la Agencia Paco Urondo, con fecha del 24 de septiembre de 2014 pasado, y firmada por quien escribe, se remarcó que "Arabia Saudita observa el conflicto con el Estado Islámico con extrema preocupación (...) La monarquía saudita y su incontable número de príncipes tienen una larga historia de apoyo a organizaciones radicales extranjeras que exportan la extrema versión del Islam que se practica en el reino, el wahabismo (que lleva el nombre de su creador, en el siglo XVIII, Mohammed Abdul Wahhab.) Las acciones atroces del EI, que tanto han escandalizado al mundo occidental en el último mes, son prácticas cotidianas ejercidas por el mayor aliado y socio de Estados Unidos en Medio Oriente: sólo en 18 días de agosto, 22 personas fueron decapitadas por las autoridades sauditas. El aumento en las decapitaciones realizadas, a razón de una por día, responde a que las autoridades no desean ser considerados como "menos wahabistas" y promotores de la "sharia" (ley islámica) que sus rivales del EI. No es casualidad que el líder del Estado Islámico, Abu Bakr al-Baghdadi, ya en 2006, formulara los principios de lo que sería su soñado estado: "diseminar el monoteísmo (sunita), que es el verdadero propósito por el cual el hombre ha sido creado y por la misma razón por la cual ha sido llamado al Islam". Exactamente el mismo lenguaje que Wahhab empleaba hace más de tres siglos para explicar su extrema versión del Islam."
Nada ha cambiado desde entonces, sólo que las ejecuciones en Arabia Saudita se intensificaron a medida que el Estado Islámico profundizaba sus acciones en Irak y Siria, alcanzando solamente en los primeros seis meses de este 2015, un nuevo récord histórico de 100 ejecutados, comparados con las 84 ejecuciones de todo 2014. El Estado Islámico -que se encuentra a la defensiva en Siria contra el avance kurdo y en Irak contra el contraataque chiíta- necesita pasar a la ofensiva para demostrar a sus seguidores que no han perdido la iniciativa y que mantienen un halo de invencibilidad que no es tal, a pesar de que esta sea la sensación que se percibe del grupo terrorista y que fomenta su fama global. Y qué mejor que hacerlo que en Ramadán, poco después de haberse cumplido el primer aniversario de la declaración del Califato por parte el Estado Islámico. Sin embargo, cuesta creer que todos los ataques hayan sido producto de una decisión estratégica y articulada del EI: en Francia, el hecho parece ser más una venganza laboral con connotaciones religiosas de parte del asesino, y el ataque en Túnez responde más a una reacción interna por la victoria de los seculares en las últimas elecciones parlamentarias que a un ataque en apoyo a las acciones del EI. Sólo en el atentado suicida de Kuwait, donde un hombre se inmoló en una mezquita chiíta de un país con mayoría sunita y la matanza en el norte de Siria contra los kurdos, que se encuentran en pleno avance contra la capital de los fundamentalistas, parecen planeados de antemano por el EI.
La particularidad de grupos como Al Qaeda o el Estado Islámico es que muchas veces aprovechan las acciones de atacantes individuales (denominados "lobos solitarios") para atribuírselas como operaciones propias y dar una sensación del poder que en la realidad carecen. Es decir, cualquier persona que realice un ataque contra objetivos religiosos u occidentales y utilice parafernalia islámica, es automáticamente asociado con el Estado islámico, y éstos aprovechan la cuestión para arrogárselo. Esto es: la acción del Estado Islámico es "inspiradora" para estos "lobos solitarios" pero no siempre son comandados ni ordenados por la jerarquía de la organización.
El comienzo de la derrota de EI será cuando abandone la iniciativa y su predicamento no "prenda" en un mundo musulmán claramente dividido. Porque es justo decirlo, incluso contra los análisis de los eternos conspiradores del mundo que pretenden exculpar a los pueblos de sus propios actos, que piensan a los extremistas como hombres de una cultura inferior a quienes se pueden manipular de cualquier forma por el "civilizado" hombre occidental: las ideologías yihadistas son una creación autóctona, que, es cierto, han tenido la inestimable ayuda de las potencias occidentales. Pero la ideología del wahabismo y sus derivados nace mucho tiempo antes que las invasiones occidentales modernas a tierras musulmanas. Vale recordar que en ese entonces, en el siglo XVIII, un extenso imperio musulmán ocupaba inmensas tierras europeas; basta con revisar el mapa de Grecia, Bulgaria o Rumania de esa época para comprobarlo.
De alguna manera, lo que hoy sucede en el mundo con el wahabismo y Arabia Saudita es lo que ocurría, salvando las distancias y las ideologías, con el comunismo y la Unión Soviética: tratando de superar la rigurosidad de la idea, se crearon grupos como el Khmer Rojo en Camboya. Con el wahabismo y el Estado Islámico se repite la misma ecuación. No obstante, cuando el centro de poder que sostenía la difusión de la ideología cayó, se derrumbó toda la montaña. Sólo cuando se termine el apoyo irrestricto que le prestan las potencias extranjeras a la dinastía de los "Saud" o pierdan legitimidad en el mundo musulmán, el wahabismo podrá empezar a encontrar su ocaso en la región y en el mundo. Por el momento, sólo queda esperar que el fundamentalismo islámico siga creciendo y atacando, puesto que las estrategias empleadas por Estados Unidos y sus aliados para contenerlo, tal como se elaboran en la actualidad, no darán resultado. Como dice el refrán, no sirve cortarle la cola a la víbora mientras le se le da de comer por la boca. Siguiendo el razonamiento de la sabiduría popular: no es posible atacar individualmente a movimientos yihadistas mientras se mantiene una alianza inquebrantable con aquellos que fomentan y financian a esos grupos. Continuar con la misma política es, ni más ni menos, que un callejón sin salida.
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