Nuestro vínculo social hedonista

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    Grieta

Nuestro vínculo social hedonista

03 Diciembre 2023

Nuestra sociedad está en crisis, qué duda cabe. Es una crisis política profunda, no una mera cuestión de figuritas intercambiables, y no la vamos a resolver aquí —así como está, parece irresoluble la esquizofrenia social que vivimos. El narcisismo generalizado, el individualismo al palo, el progresismo de clase media propagándose como un virus por la psique de la población están llevando al vínculo social a un punto de ruptura, donde cada uno y cada una habla una lengua que es la misma que habla el otro/a, pero en la que el significado de las palabras varía de un modo total: donde uno dice libertad, el otro entiende opresión; donde uno dice “salvemos al país”, el otro dice: “dejen de arruinarlo”. Después nos enteramos que muchos de los que hablan así son amigos o fueron socios. Hoy me gustaría reflexionar sobre esta cuestión de una manera lateral, como si el problema político fuera en verdad estético.

Partamos de una oración que el filósofo francés François Zourabichvili pronuncia en uno de sus cursos, la clase se llama “¿Qué es la estética?”, y él dice esto: “el arte depende de otra lógica, la lógica de los lógicos solo es la mitad de la lógica humana, otra lógica, la de lo sensible como tal, había quedado en desuso”. Para la filosofía este descubrimiento es muy importante. ¿Quién o qué la había dejado en desuso a esta otra lógica? La filosofía moderna. La ciencia clásica. Y el sentido común que ambos campos sedimentan y que constituye el humus básico del periodismo. Para nuestro imaginario social, incluso hoy en día, que ya hemos pasado una enorme revolución filosófica, el cuerpo es el predicado del sujeto “yo pienso”. Pensar, para esta tradición, es una actividad abstracta del raciocinio o el entendimiento —nosotros a este tipo de pensar lo llamamos conocer.

El cuerpo, para nuestro sentido común, es una propiedad del yo, por eso hablamos de mi cuerpo, como si el cuerpo fuera diferente al yo (al nosotros que somos) y le perteneciera a éste. Se suponía, en esa época no tan lejana, que el cuerpo era mejorable técnica o mediáticamente. La técnica se imaginaba como un apéndice que perfeccionaba las potencialidades humanas. De aquí que, al final de este período histórico, a mediados del siglo pasado, alguien como el canadiense Marshall McLuhan haya podido terminar postulando a los medios como extensiones de algún órgano o función de órgano humano. El cuerpo se parangonaba con la máquina, sus órganos con engranajes reemplazables, su memoria, con archivos, mientras que la inteligencia humana representaba el último eslabón de la evolución de las especies. El cuerpo era un agente finito, mortal, que nos engañaba o confundía, diferente al alma o el entendimiento, donde fundábamos la única certeza que podíamos conseguir, el “yo pienso”.

Por cierto, no es moderna esta manera de concebir al cuerpo, es casi anterior a la institución de la filosofía tal como la conocemos (con Platón, allá en el siglo V aC.), es una tradición que viene de los órficos, que postulaban al cuerpo como una nave que transportaba al alma, que nacía cuando aquel moría. De ahí en más la dicotomía cuerpo/alma, materia/espíritu, nunca fue cuestionada, salvo algunas excepciones, que hasta hace poco formaban parte de una filosofía subvalorada (desde Demócrito hasta Nietzsche, pasando por Luciano de Samósata, Spinoza, los libertinos franceses del siglo XVIII, Sade y alguno más). 

El cuerpo deja de estar subordinado al alma o la conciencia y se convierte en un actor de peso, lo que lleva a la filosofía a una crisis casi terminal.

El siglo XX es el momento del desvelamiento del cuerpo, el cuerpo deja de estar subordinado al alma o la conciencia y se convierte en un actor de peso, lo que lleva a la filosofía a una crisis casi terminal —Hans Jonas planteaba a mediados del siglo pasado que habría que hablar de una unidad dual hecha de cuerpo-y-alma —nosotros hablamos de una unidad trifásica, porque junto con el cuerpo lo que le apareció a la filosofía como algo apremiante para pensar fue la técnica (o los medios de comunicación de masas, que si bien son distintos, en un nivel de análisis deberían ser términos intercambiables). No es descabellado pensar que en un futuro próximo (un futuro que quizás ya está en el pasado) el sujeto de la historia ya no será el ser humano, con sus desmesuradas ansias de poder, sino el smartphone o el aparato multimediático que lo reemplace (imagino que el próximo paso en la evolución mediática es la in-corporación literal de los medios, difundirlos por nuestro sistema nervioso y por nuestro esquema afectivo hasta que se acoplen con nosotros y ya no podamos distinguir la figura del nosotros, los seres humanos, de la de ellos, los medios).

Es cierto que Zourabichvili piensa esto bien entrado el siglo XXI, es decir, cuando el cuerpo ya hacía rato que había sido des-cubierto y la filosofía se había replanteado todos sus supuestos, sus prejuicios y sus fundamentos: “para comprenderse a sí misma —nos asegura el profesor francés—, la filosofía descubre que necesita reflexionar sobre el arte”.

Si bien es cierto que él adjudica este “giro estético” a lo que ocurrió en el siglo XVIII con la invención de la disciplina estética, este cambio de paradigma se masifica en el siglo pasado. En el siglo pasado, quizás debido a la impronta nietzscheana, que fue realmente un martillazo a la manera de hacer y concebir la filosofía, la filosofía se tomó en serio al arte y comenzó a pensar con otra lógica. Hay —dice Zourabichvili— dos lógicas, una la del entendimiento, otra la del cuerpo, una de los lógicos, otra de los artistas o los estetas (es horrible la palabra “estetas”, está connotada negativamente, nos referimos al que percibe el mundo y la realidad de un modo diferente a como lo percibe una persona normal, la percibe de un modo estético). Hoy el campo de la filosofía está más inclinado para el lado del arte que para el lado de la lógica formal, y esto se debe, tal vez, a que nuestra sociedad también está inclinada para ese costado: hoy, dentro de la miseria material e intelectual reinante, se cumplió el sueño vanguardista de concebir la propia vida como una obra de arte.

Hoy, dentro de la miseria material e intelectual reinante, se cumplió el sueño vanguardista de concebir la propia vida como una obra de arte.

Esta forma de percepción estética en la actualidad ya no es la forma de percibir de una minoría social privilegiada, como lo fue durante la Época Moderna, incluso hace un siglo atrás, con las vanguardias, sino que se convirtió en la forma de percibir dominante o en todo caso en una forma de ser masiva. Es una manera de percibir, es decir de afectar y de ser afectado, que se relaciona con el placer y los goces, cuestiones que hasta hace unas décadas atrás estaban mal vistas o por lo menos se consideraban de una manera muy diferente a como lo consideramos ahora. El pasaje de un tipo de sociedad a otro se debe a muchos motivos y hay muchas maneras de ejemplificarlos, indico una: pasamos de una sociedad de trabajadores a una sociedad de consumidores —lo que no significa que la actividad del trabajo no sea todavía fundamental; lo que ya no hay es esa idea de la realización personal en el trabajo impersonal, como fue dominante en el capitalismo clásico. Ambos momentos históricos pertenecen a un mismo régimen político-económico, el régimen capitalista. Son dos capitalismos distintos, uno un capitalismo del ahorro, el otro un capitalismo del crédito, uno del esfuerzo y el sacrificio, otro del placer y el derecho a la felicidad y a la propia realización. El sueño de este imaginario social es el de una sociedad hedonista, que pasa esta vida de goce en goce con el menor esfuerzo posible. Una sociedad estilizada que se condena a la frustración de la realidad y a la miseria social.