Oscar Reyna: “Mis letras son una invitación a entrar al mundo de Atlanticus, no ocurren en otro lugar”

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    Oscar Reyna
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Oscar Reyna: “Mis letras son una invitación a entrar al mundo de Atlanticus, no ocurren en otro lugar”

12 Mayo 2024

El compositor y guitarrista Oscar Reyna conversó con AGENCIA PACO URONDO sobre su actual banda, Atlanticus, y sobre su paso como integrante de Los Fakires, grupo del exPatricio Rey y sus redonditos de ricota, Skay Beilinson.

Agencia Paco Urondo: La primera guitarra a los 11 años y la música de The Beatles atrás, es la imagen que inaugura tu historia en el rock.

Oscar Reyna: Básicamente, la música me secuestró de chico. Mamá escuchaba mucha música, mi papá era cantor de tangos y mi tía era fanática del folklore, del tango, del bolero, del rock y del jazz. Fue inevitable, era como un caldero, mi infancia, de toda esa influencia. Cuando tuve conciencia para hacerlo, empecé a pedir una guitarra para cantar. Según mi mamá, cuando aparecía Lito Nebbia en televisión quedaba como hipnotizado, mirándolo. Es uno de mis referentes, como Luis Alberto, Charly, Moris y toda esa gente gloriosa y maravillosa de los 70, cuando yo empecé a arrimarme al instrumento con mucha timidez.

El rock siempre fue el canal despertador, ligado a otras expresiones como las historietas, que eran una entrada a la literatura grande. Cuando vos leías a Oesterheld, por ejemplo, a Hugo Pratt, ellos hacían referencias a James Joyce o a Baudelaire o a Rimbaud y vos tenías que ir a buscar eso. Después me pasó, de más grande, con Spinetta. A partir de los 12, 13 años, leía los reportajes y él hablaba de cierta gente, igual que Charly, y uno tenía que buscar esa referencia.

APU: ¿Cuánto sentís que de esa literatura se trasladaron a las letras de Atlanticus?

O.R.: Puedo hablar de esto porque soy el letrista de la banda, pero hay un sentido sugestivo. Toda la banda tiene mucho input en el material, por más que yo escriba las letras, son como el resultado de una vibración de la música. La mayoría de las veces son cosas que se improvisan en el momento y que después, cuando uno empieza a escribirlas, empiezan a tener como un sentido.

Todo lo que consumís a lo largo de tu vida en cuanto a arte, experiencia de vida, los amores, los proyectos fallidos o exitosos, conforman ese caldo psicológico del cual nace la letra. Por ejemplo, Ulises (Butrón) cuando escribía, solía dedicarle mucho tiempo a pulir, buscar la imagen y lo trabajaba como un escritor. Lo mío es más como un zafarrancho, como si fuera un payador, y de golpe voy encontrando cosas que me van llevando hacia un lugar.

También está la cuestión de la meditación. En mi caso, encontré a mi maestro a los 20 años y hay una práctica que intento llevar adelante. La meditación te pone en un lugar donde podés ser juguete de algo superior a vos, y en el arte eso es ideal. Un debate que solemos tener con Ricky (Saenz Paz) es la cuestión de que cada persona que escucha las letras pueda interpretarlas a su manera, que no tengan una explicación.

Puedo tener una explicación de por qué las escribí así, pero es personal, cada uno encuentra el sentido dentro de su historia, qué es lo maravilloso de la música. En mi caso, es una invitación a entrar al mundo de Atlanticus, porque esas letras suceden en Atlanticus, no suceden en ningún otro lugar. Mis letras en el trío, por ejemplo, son completamente diferentes.

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Atlanticus es un proceso vivo, es una banda que existe hace 11 años y representa un desafío, porque yo tengo que estar a la altura de semejante planteo musical y estético que me hacen los muchachos. Eso me implica un crecimiento, un esfuerzo y una evolución en un sentido sagrado de la música. La música debería ser el fin último para el tipo que la practica, intentar ir hacia un refinamiento superior de eso.

APU: Esto de la poesía que todos podemos interpretar de una manera diferente hace que no reveles demasiado qué quisiste decir, porque le cortas el viaje a la gente explicando lo que te pasó a vos a la hora de escribir.

O. R.: Eso tiene que ver con Ricky, fue él quien me convenció. Me dijo que estaba siendo egoísta, privando a la gente de que le dé su significado personal a la letra si me ponía a explicar que lo escribí para mi mamá o para esto o para el otro, lo estaba encasillando en un lugar que va en una dirección, y lo maravilloso de las canciones es que pueden ser interpretadas de muchas maneras.

Es una herramienta muy poderosa en cuanto a la conexión emocional, podés saber más de una persona por la música que escucha que por lo que te llega a decir de sí misma. El círculo virtuoso se completa precisamente con el oyente, recibiéndolo en su centro emotivo sensorial y procesándolo de alguna manera y devolviéndolo a la banda, de algún modo.

Realmente la humanidad de concebir un modo de comunicarse y de formar comunidad con el tipo que te escucha, yo lo aprendí de Spinetta, de esa generación de músicos que eran muy respetuosos. No digo que la actual no lo sea, estoy hablando de lo que me formó. En eso tenía que ver mucho la cuestión ética y casi metafísica de los tipos, era gente muy culta, que estaba loca, porque el artista tiene que estarlo para poder explorar el límite de sí mismo. Creo que se combinó, también, con la vuelta a la democracia, que tuvo esa cosa del libre albedrío.

El arte en sí debería fomentar un sentimiento de vamos hacia delante, tenemos una vida, vamos a aprovecharla porque no sabemos por cuánto tiempo la tenemos y realmente estar acá, en este mundo, es precioso. Si hay algo que aprendí en toda mi vida, es que mientras estoy vivo, tengo esperanza, ninguna situación es permanente y puedo tener la esperanza de crear una obra que sea tan bella que mañana me recuerden por ella.

APU: Con Ulises Butrón compartieron La Guardia del Fuego ¿Cuán importante fue para vos en tu formación y qué significó compartir banda?

O.R.: Compartí vida, con Ulises. Fue bastante intenso. Toco con su hijo, a quien conozco prácticamente desde que nació. Me precio de tener una linda relación con él, hablando de su padre con el respeto y la confianza de gente que ha vivido toda su vida, juntos. Ulises era un cabrón maravilloso, era un ser humano noble que tenía la tremenda dificultad de ser increíblemente sensible para este mundo. Era como muy elevado espiritualmente, y vos sabes que la gente así, cuando tiene un lado oscuro lo tiene muy pesado. Esa complejidad de ser humano era lo que lo hacía tan adorable, creíble, hacía que uno quisiera estar con él, incluso cuando no era un guitarrista reconocido, cuando era un pibito de 16 años como yo.

No puedo hablar objetivamente de él porque fue como mi mentor en cuanto a lo musical; si quería hacer algo en mi vida, era llegar al nivel de él y sabía que no podía. Él se enojaba con eso, pero yo desde un lugar objetivo sé que él era superior técnica, estética y emocionalmente hablando. Era superior a cualquier otro guitarrista con el que yo haya tocado y me hago cargo de todo lo que estoy diciendo. No soy un nene de pecho y toco con músicos que son muy buenos, sobre todo los guitarristas. He tenido varias parejas notables en cuanto a prendernos fuego, ser efectivos y demás. El nivel de telepatía y comunicación que tuvimos con Ulises rara vez se da en la vida. No sé cómo complementaba lo que él hacía, para mí era como natural, mágico a la vez.

“(Ulises Butrón) era superior a cualquier otro guitarrista con el que yo haya tocado”.

Después, el siguió con su proyecto personal que fue superador a La Guardia, pero el problema es que la Guardia es pura magia. Javier, Ulises y yo nos conocíamos desde los 15 años y teníamos 30 cuando grabamos ese material. Pasamos por todas las etapas de un grupo, por el éxito, el envejecimiento, el olvido total, por todo pasamos y quedamos hermanos para toda la vida.

Ulises es uno de los artistas más importantes que hubo en este país y que merece un reconocimiento que no tiene. A mí me rompe el corazón que no lo tenga y me encantaría que lo tuviera. Si empezás a urgar en su obra, es tan deliciosa, tan increíble y tan sentida que te puede hacer reír, te puede hacer estremecer y te puede hacer llorar. Era un verdadero artista, no era solamente un músico. Hay muy poca gente así, en mi carrera solo a él conocí así. Todos los demás son excelentes e increíbles, pero hay un Ulises.

APU: Entre todos esos otros, te tengo que preguntar por Skay, con quien compartiste muchos años de escenario, un grado de exposición muy grande, que no te hizo perder el mezclarte con la gente y tener un gran respeto por ellos.

O.R.: Yo los amo, es el máximo valor que saqué de ahí. Cuando ingresé, yo tenía 40 años y puedo decir que fue una experiencia muy educativa de la cual rescato el amor, el cariño y el fuego de ese público. El resto fue una tarea profesional que intenté cumplir de manera superlativa. Era una oportunidad de oro, un lugar envidiable para estar, lo que pasa es que también había cosas que pasaban dentro que no tenían que ver necesariamente con lo musical, cosas humanas.

La verdad, sentía que saliendo afuera, saludando a la gente, abrazándola y sacándome fotos con ellos les devolvía algo, un poquito de lo que me daban. Era un lugar muy difícil para estar, con muchas presiones que no tenían que ver con Skay sino con el lugar que el ocupa. Es como una leyenda y no todos estamos preparados para manejar ese nivel de presión. Mi manera de manejarlo era esa y pensarme a mí mismo como si fuera un representante de ellos ahí dentro. Era un lugar donde no había que perder la humildad, jamás. Quizás, hubiera sido mejor el ego desplegado y todavía estaría participando, pero al mismo tiempo el corazón decide y yo toda la vida he sido juguete de mi corazón.

En el momento en que empecé a sentir que era más importante el contacto con el público que la experiencia de estar ahí adentro tocando, se me desdibujó todo. Mi conexión con ese público es completamente irrompible y no tiene nada que ver con la historia que yo me haya comido ahí dentro. Fui bendito con esa relación y por poder ver tocar a un monstruo como Skay, cada noche. Estoy seguro que algo de ese talento y de ese genio se ha quedado pegado por ósmosis. 

Qué maravilloso poder tocar hasta que uno no esté más, producir obra o lo que sea, es lo que vamos a dejar acá. No es que somos Skay o Poli, que son inmortales ya. Ni siquiera se fueron de este plano y son inmortales. No todos vamos a poder ser Spinetta, pero eso no implica que no tratemos de serlo, que no tratemos de aspirar a una versión un poquito más refinada y pulida de uno.

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Oscar Reyna
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APU: ¿Qué sentiste al salir de la fila de los Fakires? ¿Dolor, bronca, desilusión?

O.R.: Prefería ni tocar esas cuestiones, porque son un poco privadas. Lo que sentí fue mucho dolor y desilusión. Un par de actitudes que me parecieron sospechosas y raras mientras estaban sucediendo. Fue como una boca de embudo que me llevó a ese momento, no fue algo que yo haya decidido desde un lugar consciente. Simplemente, se puso se puso tan espeso todo que no se podía seguir adelante. El reparo tenía que ver con una cuestión de no sentir de pertenencia. Cada vez que me iba de vacaciones, desde el 2002 hasta el año 2018, me iba preguntando si me iban a llamar de vuelta al año siguiente.

Las condiciones del lugar tenían que ver con eso, uno tenía que ser como un engranaje, siempre al servicio, dispuesto. Sobre todo, se puso difícil en la época del macrismo porque era muy difícil mantener objetividad. Nunca participé tanto en marchas a Plaza de Mayo, a Congreso como durante el macrismo y había cierta tibieza ahí adentro que yo no la podía soportar. Salía de ese círculo de pompas de jabón, volvía a mi barrio y veía a la gente durmiendo en la calle. Triste. Cocinaba unos fideos y salía a llevarle a los linyeras de acá a la vuelta o a la señora que estaba con sus tres hijos y después tenía que subir al escenario y escuchar hablar de cualquier cosa. Comprendo que hay muchos músicos que no tienen una adherencia ideológica, y en cuanto a la ética manejan una personal, más esta gente que no tiene nada que explicarle a nadie.

Siempre tuve claro que estaba trabajando ahí adentro, por eso digo que el error de interpretación fue mío, siempre tuve claro que iba a terminar medio mal. Encima somos grandes, porque si sos pibe todavía podés decir que te sentís como un pelotudo, lo invitás a tomar un vino y hablar un poquito. Pero cuando tenés 55, 56, querés que no te rompa las pelotas nadie, se llame Skay, se llame Poli, se llame el Papa Francisco.

Estuve 16 años ahí y si estuve tantos años ahí es porque tengo la capacidad de hacerlo. Además de eso, mi mamá empezó empeorar de su salud y yo necesitaba estar con ella. Cada vez que me tenía que ir de gira era como una desesperación, durante los últimos tres años.

Aparte, sin poder plantearlo abiertamente porque no sabía cuál iba a hacer la reacción de ellos. Por ahí se espantaban y decían “este nos va a dejar de garpe, saquémoslo ahora, pongamos otro”. Nunca sentí… miento, los primeros años si sentí una unión, una fraternidad, una cosa humana interesante. Es mucha responsabilidad llevar adelante una carrera. Implica mucho equilibrio personal, temple, poder de decisión y unas pelotas grandes como una casa. Skay tiene todo eso y él es dueño de su destino, de su barco y de su tripulación, hace lo que tiene que hacer y en ese sentido no hay buenos ni malos, es lo que es.